La noche oscura del alma: ¿sin salida?

Imagen: Marco Tulio

Sin salida. Ésa es la sensación que se experimenta. Como en esos sueños en los que uno corre sin comprender por qué, y ve que, aunque sus piernas se muevan, está siempre en el mismo lugar: sin avance, sin meta, sin dejar atrás lo que atrás debiera quedarse... No es simple tristeza. No es simple depresión. Es una oscuridad profunda en la que lo que se ha perdido está claro: el Sentido. No hay siquiera esperanza. (El primer trabajo será cultivar, aunque más no sea, la esperanza de que más adelante quizás haya esperanza...) San Juan de la Cruz le llamó así: la Noche Oscura del Alma. Él mismo la transitó! Lo cual implica que vivenciar esta negrura interna no es necesariamente una enfermedad, sino, con frecuencia, el preludio de un nuevo modo de ser. Sí: uno se está muriendo. Pero NO EL CUERPO: se está muriendo una vieja forma de concebirse a sí mismo y a la vida. Mas, mientras la nueva forma no haya emergido, lo que se percibe es esto: NADA. Vacío. Un gran signo de pregunta...

¿Qué hacer cuando la Noche Oscura adviene? Lo primero es saber que muchos otros la han vivido; que muchos otros la están viviendo en este mismo momento. Y que quienes ya han atravesado esa instancia y han salido del otro lado nos han legado esta buena noticia: que no se trata de un callejón sin salida; SE TRATA DE UN PUENTE. Es fácil el autoengaño: decirse a sí mismo que "para siempre" todo será así: mustio, rancio... (Cuando uno está en la oscuridad, es propenso a creer en el "para siempre" y en el "nunca más". Por eso es vital desoír esas voces internas, tal como Ulises, que se ató al palo mayor de su barco para no ir tras los engañosos cantos de las sirenas...)

Con frecuencia, la tendencia natural es la de "acaracolarse": meterse para adentro, aislarse; pero... cuidado! Pues a-islarse es convertirse en una isla, y no hemos nacido para ser islas, -vulnerables ante el océano infinito,- sino vastos continentes ligados a otros continentes... Entonces: cuando se está así, es necesario tejer una red de afectos, contar con otros, y, -claro que sí-, pedir ayuda a quien pueda comprender qué es lo que está sucediendo. Hasta que en algún momento, el puente acaba en tierra firme. Una mañana cualquiera, uno es como un niño recién nacido: suelta las cáscaras del pasado, antiguos lastres que impedían todo vuelo; reinicia el Camino, ya del otro lado del puente. Uno puede, nuevamente, respirar. Y quizás ayudar a otros a que tengan en cuenta algo que habremos aprendido: que no se trata de un callejón sin salida: QUE SE TRATA DE UN PUENTE. Y es más que un cambio psicológico: es un fenómeno de extrema hondura, de naturaleza espiritual.

Así lo dijo el poeta José Pedroni:

"...Oh, sepan los que sufren de lo que yo he sufrido,
cómo mi vida es mansa con lo que se ha cumplido;
cómo el milagro antiguo de Moisés y la roca
inesperadamente se repitió en mi boca;
porque en mi boca, amigos, esta palabra pura
e como el agua clara sobre la piedra oscura.
Oh, sepan los que tienen una tristeza vieja,
cómo el feliz anuncio desbarató mi queja,
y me dejó lo mismo que saco ceniciento
desempolvado al viento.
Oh, sepan los que llevan al cuello desventura,
cómo en un solo día se perdió mi amargura.
Oh, sepan cómo es fuerte mi mano apresurada,
que quiere hacerlo todo, sin saber hacer nada;
cómo mi voz es dulce, después que fue tan grave;
cómo mi amor es simple; cómo mi vida es suave..."

Virginia Gawel
www.centrotranspersonal.com.ar

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