Reconociendo a la Madre Interior. En busca de la Madre Sabia y Salvaje, Clarissa Pínkola Estés


 La mayoría de las personas que ahora son adultas han recibido de su madre real el legado de la madre interior. Se trata de un aspecto de la psique que actúa y responde de una manera que es idéntica a la experiencia infantil de la mujer con su propia madre. Además, la madre interior está hecha no sólo de la experiencia de la madre personal sino también de la de otras figuras maternas de nuestra vida y de las imágenes culturales que se tenían de la buena madre y de la mala madre en la época de nuestra infancia.
 En casi todos los adultos, si hubo en otros tiempos alguna dificultad con la madre, pero ahora ya no la hay, existe todavía en su psique una doble de su madre que habla, actúa y responde de la misma manera que su madre real en la primera infancia. Aunque la cultura de una mujer haya evolucionado hacia un razonamiento más conciente con respecto al papel de las madres, la madre interior seguirá teniendo los mismos valores y las mismas ideas acerca del aspecto y la forma de actuar de una madre que los que imperaban en la cultura de su infancia.
 En la psicología profunda, todo este laberinto se llama “complejo de la madre”, es uno de los aspectos esenciales de la psique de una mujer y es importante reconocer su condición, fortalecer ciertos aspectos, enderezar otros, eliminar otros y empezar de nuevo en caso necesario.
 Examinando estas estructuras maternas, podremos empezar a establecer si nuestro complejo de la madre interior defiende firmemente nuestras singulares cualidades personales o si, por el contrario, necesita desde hace tiempo un ajuste.

 CLASES DE MADRE.-

 -LA MADRE AMBIVALENTE
 En el cuento de “El patito feo” los instintos de la mamá pata la obligan a alejarse y aislarse. Se siente atacada por el hecho de tener un hijo distinto. Se siente emocionalmente dividida y, como consecuencia de ello, se derrumba y deja de preocuparse por el extraño hijo. Aunque al principio intenta mantenerse firme, la “otredad” del patito pone en peligro su seguridad dentro de la comunidad y entonces esconde la cabeza y se zambulle.
 ¿No habéis visto alguna vez a una madre obligada a tomar semejante decisión si no en su totalidad, por lo menos en parte? La madre se doblega a los deseos de la aldea en lugar de tomar partido por su hijo. En la actualidad muchas madres siguen actuando de acuerdo con los antiguos temores de las mujeres que las han precedido a lo largo de los siglos; ser excluida de la comunidad equivale a ser ignorada y mirada con recelo en el mejor de los casos y ser perseguida y destruida en el peor. Una mujer en semejante ambiente suele intentar moldear a su hija de tal manera que se comporte “como es debido” en el mundo exterior… esperando con ello salvar a su hija y salvarse a sí misma del ataque.
 De esta manera, la madre y la hija están divididas. En “El patito feo”, la mamá pata está psíquicamente dividida y ello da lugar a que se sienta atraída en distintas direcciones. En eso consiste precisamente la ambivalencia. Cualquier madre que haya sido atacada alguna vez se identificará con ella. Una atracción es su deseo de ser aceptada por su aldea. Otra es su instinto de supervivencia. La tercera es su necesidad de reaccionar ante el temor de que ella y su hija sean castigadas, perseguidas o matadas por los habitantes de la aldea. Este temor es una respuesta normal a una amenaza anormal de violencia psíquica o física. La cuarta atracción es el amor instintivo de la madre por su hija y su deseo de proteger a esta hija.
 En las culturas punitivas es frecuente que las mujeres se debatan entre el deseo de ser aceptadas por la clase dominante (su aldea) y el amor a su hijo, tanto si se trata de un hijo simbólico como si se trata de un hijo creativo o de un hijo biológico. La historia es muy antigua. Muchas mujeres han muerto psíquica y espiritualmente en su afán de proteger a un hijo no aceptado, el cual puede ser su arte, su amante, sus ideas políticas, sus hijos o su vida espiritual. En casos extremos las mujeres han sido ahorcadas, quemadas en la hoguera y asesinadas por haber desafiado los preceptos de la aldea y haber protegido al hijo no sancionado.
 La madre de un hijo que es distinto tiene que poseer la resistencia de Sísifo, el terrorífico aspecto de los cíclopes y el duro pellejo de Calibán para poder ir a contracorriente de una cultura estrecha de miras. Las condiciones culturales más destructivas en las que puede nacer y vivir una mujer son aquellas que insisten en la necesidad de obedecer sin consultar con la propia alma, las que carecen de comprensivos rituales de perdón, las que obligan a la mujer a elegir entre su alma y la sociedad, aquellas en las que las conveniencias económicas o los sistemas de castas impiden la compasión por los demás, en las que el cuerpo es considerado algo que hay que “purificar” o un santuario que se rige por decretos, en las que lo nuevo, lo insólito o lo distinto no suscita el menor placer, en las que la curiosidad y la creatividad son castigadas y denostadas en lugar de ser premiadas o en las que sólo se premian si el sujeto no es una mujer, aquellas en las que se cometen actos dolorosos contra el cuerpo, unos actos que, encima, se llaman sagrados, o aquellas en las que la mujer es castigada injustamente “por su bien”, tal como lacónicamente dice Alice Miller, y en las que el alma no se considera un ente de pleno derecho.
 Es posible que la mujer que tiene en su psique esta madre ambivalente ceda con demasiada facilidad y tema asumir una postura, exigir respeto, ejercer su derecho a hacer las cosas, aprenderlas y vivirlas a su manera.
 Tanto si estas cuestiones derivan de una estructura interior como si proceden de la cultura exterior, para que la función materna pueda resistir semejantes presiones, la mujer tiene que poseer ciertas cualidades agresivas que en muchas culturas se consideran masculinas. Por desgracia, durante varias generaciones la madre que deseaba ganar el aprecio de los demás para su propia persona y para sus hijos necesitaba las cualidades que le estaban expresamente prohibidas: vehemencia, intrepidez y fiereza.
Para que una madre pueda criar satisfactoriamente a un hijo que, en sus necesidades psíquicas y anímicas, es ligera o considerablemente distinto de lo que manda la cultura dominante, tiene que hacer acopio de ciertas cualidades heroicas. Como las heroínas de los mitos, tiene que ser capaz de encontrar y adueñarse de estas cualidades en caso de que no estén autorizadas, tiene que guardarlas y soltarlas en el momento adecuado y tiene que defender su propia persona y aquello en lo que cree. No hay prácticamente ninguna manera de prepararse para eso como no sea armándose de valor y entrando en acción. Desde tiempo inmemorial un acto considerado heroico ha sido el remedio de la entontecedora ambivalencia.
 -LA MADRE DERRUMBADA
 Cuando una madre se derrumba psicológicamente, significa que ha perdido el sentido de sí misma. Puede ser una malvada madre narcisista que se considera con derecho a ser una niña. Pero lo más probable es que se haya visto separada del Yo salvaje y se haya derrumbado debido al temor a una amenaza real de carácter psíquico o físico.
 Cuando las personas se derrumban, suelen resbalar hacia uno de los tres estados emocionales siguientes: un lío (están confusas), un revolcadero (creen que nadie comprende debidamente su tormento) o un pozo (una repetición emocional de una antigua herida, a menudo una injusticia no reparada y por la que nadie pagó, cometida con ellas en su infancia).
 Para conseguir que una madre se derrumbe hay que provocar en ella una división emocional. Desde tiempo inmemorial, el medio más utilizado ha sido el de obligarla a elegir entre el amor a su hijo y el temor al daño que la aldea pueda causarles a ella y a su hijo si no se atiene a las reglas. En La decisión de Sophie de William Styron, la heroína Sophie, es una prisionera en un campo de exterminio nazi. Comparece ante la presencia del comandante nazi con sus dos hijos en brazos. El comandante la obliga a elegir cuál de sus hijos se salvará y cuál de ellos morirá, diciéndole que, si se niega a hacerlo, ambos niños morirán.
 Aunque semejante elección sea impensable, se trata de una opción psíquica que las madres se han visto obligadas a hacer a lo largo de los siglos. Cumple las reglas y mata a tus hijos o atente a las consecuencias. Y así sucesivamente. Cuando una madre se ve obligada a elegir entre su hijo y la cultura, nos encontramos en presencia de una cultura terriblemente cruel y desconsiderada. Una cultura que exige causar daño a una persona para defender sus propios preceptos es verdaderamente una cultura muy enferma. Esta “cultura” puede ser aquella en la que vive la mujer, pero lo más grave es que también puede ser la que ella lleva consigo en el interior de su mente.
 Hay innumerables ejemplos literales de ello en todo el mundo y algunos de los más infames se dan en el continente americano, donde ha sido tradicional obligar a las mujeres a separarse de sus seres queridos y de las cosas que aman. En los siglos XVIII, XIX y XX hubo la larga y espantosa historia de la ruptura de las familias obligadas a someterse a la esclavitud. En los últimos siglos las madres han tenido que entregar sus hijos a la patria en tiempo de guerra y, encima, alegrarse de ello. Las forzadas “repatriaciones” se siguen produciendo hoy en día (7).
 En todo el mundo y en distintas épocas se ha prohibido a las mujeres amar y dar cobijo a quien ellas quieren y en la forma que desean.
 Una de las opresiones contra la vida espiritual de las mujeres de la que menos se habla es la de millones de madres solteras en todo el mundo, incluso en Estados Unidos, que, sólo en este siglo, se han visto obligadas por la moral dominante a ocultar su condición o a esconder a sus hijos o bien a matarlos o a renunciar a ellos o a vivir mal bajo una falsa identidad como ciudadanas humilladas y privadas de todo derecho..
 Durante muchas generaciones las mujeres han aceptado el papel de seres humanos legitimizados a través de su matrimonio con un hombre. Se han mostrado de acuerdo en que una persona no es aceptable a menos que así lo decida un hombre. Sin la protección “masculina” la madre es vulnerable. Es curioso que en “El patito feo” al padre se le mencione sólo una vez cuando la madre está empollando el huevo del patito feo y se queja del comportamiento del padre de sus crías: “El Muy bribón no ha venido a visitarme ni una sola vez.” Durante Mucho tiempo en nuestra cultura —lamentablemente y por distintas razones— el padre no ha podido o no ha querido, por desgracia, estar “disponible” para nadie, ni siquiera para sí mismo. Se podría decir con razón que, para muchas niñas salvajes, el padre era un hombre derrumbado, una simple sombra que todas las noches se colgaba en el armario junto con su abrigo.
 Cuando una mujer tiene en el interior de su psique o en la cultura en la que vive la imagen de una madre derrumbada, suele dudar de su propia valía. Puede pensar que el hecho de escoger entre la satisfacción de sus exigencias externas y las exigencias de su alma es una cuestión de vida o muerte. Puede sentirse como una atormentada forastera que no pertenece a ningún lugar, lo cual es relativamente normal en un exiliado, pero lo que en modo alguno es normal es sentarse a llorar sin hacer nada al respecto. Hay que levantarse e ir en busca del lugar al que una pertenece. Para un exiliado, éste es siempre el siguiente paso y, para una mujer con una madre derrumbada en su interior, es el paso esencial. La mujer que tiene una madre derrumbada, debe negarse a convertirse en lo mismo.
 -LA MADRE NIÑA 0 LA MADRE NO MIMADA
  Hay muchas razones por las cuales un ser humano o una madre psíquica se puede comportar de esta manera. Puede tratarse de una mujer que no ha sido mimada. Puede ser una madre frágil, muy joven o muy ingenua desde un punto de vista psíquico.
 Puede estar psíquicamente lastimada hasta el extremo de considerarse indigna de ser amada incluso por un niño. Puede haber estado tan torturada por su familia y su cultura que no se considere digna de tocar la orla del arquetipo de la “madre radiante” que acompaña a la nueva maternidad. Como se ve, no hay vuelta de hoja: a una madre se la tiene que mimar para que mime a su vez a sus hijos. A pesar de que una mujer tiene un inalienable vínculo espiritual y físico con sus hilos, en el mundo de la Mujer Salvaje instintiva, ésta no se convierte por sí sola de golpe y porrazo en una madre temporal plenamente formada.
 En tiempos antiguos, las cualidades de la naturaleza salvaje se solían transmitir a través de las manos y las palabras de las mujeres que cuidaban a las jóvenes madres. Sobre todo las madres primerizas llevan dentro, no una experta anciana sino una madre niña. Una madre niña puede tener cualquier edad, dieciocho o cuarenta y tantos años, da lo mismo. Todas las madres primerizas son madres niñas al principio. Una madre niña es lo bastante mayor como para tener hijos y sus buenos instintos siguen la dirección apropiada, pero precisa de los cuidados de una mujer de más edad o de unas mujeres que la estimulen, la animen y la apoyen en el cuidado de sus retoños.
 Durante siglos este papel ha estado reservado a las mujeres mas viejas de la tribu o la aldea. Estas “madres—diosas” humanas que posteriormente fueron relegadas por las instituciones religiosas al papel de “madrinas” constituían un sistema nutritivo esencial de hembra—a—hembra que alimentaba a las jóvenes madres en particular, enseñándoles cómo alimentar a su vez la psique y el alma de sus hijos. Cuando el papel de la madre—diosa se intelectualizó un poco más, el término “madrina” pasó a significar una persona que se encargaba de que el niño no se apartara de los preceptos de la Iglesia. Muchas cosas se perdieron en esta trasmigración.
 Las ancianas eran las depositarías de una sabiduría y un comportamiento que podían transmitir a las jóvenes madres. Las mujeres se transmiten esta sabiduría las unas a las otras con las palabras, pero también por otros medios. Una simple palabra, una mirada, un roce de la palma de la mano, un murmullo o una clase especial de afectuoso abrazo son suficientes para transmitir complicados mensajes acerca de lo que se tiene que ser y el cómo se tiene que ser.
 El yo instintivo siempre bendice y ayuda a las que vienen detrás. Es lo que ocurre entre las criaturas sanas y los seres humanos sanos. De esta manera, la madre—niña cruza el umbral del círculo de las madres maduras que la acogen con bromas, regalos y relatos.
 Este círculo de mujer—a—mujer era antaño el dominio de la Mujer Salvaje y el número de afiliadas era ilimitado; cualquiera podía pertenecer a él. Pero lo único que nos queda hoy en día de todo eso es el pequeño vestigio de la fiesta que suele preceder al nacimiento de un niño y en la que todos los chistes sobre partos, los regalos a la madre y los relatos de carácter escatológico se concentran en unas dos horas, de las cuales una mujer no podrá volver a disfrutar a lo largo de toda su vida de madre.
 En casi todos los países industrializados actuales, la joven madre Pasa por el embarazo y el parto e intenta cuidar de su hijo en solitario. Es una tragedia de enormes proporciones. Puesto que muchas mujeres son hijas de madres frágiles, madres—niñas y madres no mimadas, es muy posible que posean un estilo interno de “cuidados maternales” parecido al de sus madres.
 Es muy probable que la mujer que tiene en su psique la imagen de una madre—niña o una madre no mimada o que la tiene glorificada por la cultura y conservada en activo en la familia experimente presentimientos ingenuos, falta de experiencia y, sobre todo, un debilitamiento de la capacidad instintiva de imaginar lo que ocurrirá dentro de una hora, una semana, un mes, uno, cinco o diez años.
 La mujer que lleva dentro una madre—niña adopta el aire de una niña que se las quiere dar de madre. Las mujeres que se encuentran en esta situación suelen poner de manifiesto una actitud generalizada de “viva todo”, una variedad de hipermaternalismo en la que se esfuerzan por “hacerlo todo y serlo todo para todo el mundo”. No pueden guiar ni apoyar a sus hijos, pero, al igual que los hijos del granjero de “El patito feo” que se alegran tanto de tener aquella criatura en la casa pero no saben prodigarle los cuidados que necesita, la madre—niña acaba dejando a su hijo sucio y apaleado. Sin darse cuenta, la madre—niña tortura a sus hijos con varias modalidades de atención destructiva y, en algunos casos, por falta de la necesaria atención.
 A veces la madre frágil es a su vez un cisne que ha sido criado por unos patos. No ha conseguido descubrir su verdadera identidad lo bastante temprano como para que sus hijos se puedan beneficiar de ello. Después, cuando su hija tropieza con el gran misterio de la naturaleza salvaje de lo femenino en la adolescencia, ella también experimenta punzadas de identificación e impulsos de cisne. La búsqueda de identidad por parte de la hija puede dar lugar al comienzo de un viaje “virginal” de la madre en busca de su yo perdido. Entre madre e hija habrá por tanto en el sótano de la casa dos espíritus salvajes dándose la mano en espera de que los llamen desde arriba.
 Éstas son por consiguiente las cosas que pueden torcerse cuando la madre se ve apartada de su naturaleza instintiva. Pero no hay que suspirar demasiado fuerte ni durante demasiado tiempo, pues todo eso tiene remedio.
 -LA MADRE FUERTE, LA HIJA FUERTE
  El remedio consiste en mimar amorosamente a la joven madre que una lleva dentro, lo cual se consigue por medio de mujeres del mundo exterior más sabias y maduras, preferentemente templadas como el acero y robustecidas por el fuego tras haber pasado por lo que han tenido que pasar. Cualquiera que sea el precio que se tenga que pagar incluso hoy en día, sus ojos ven, sus oídos oyen, sus lenguas hablan Y son amables.
 Aunque hayas tenido la madre más maravillosa del mundo es posible que, al final, llegues a tener más de una. Tal como tantas veces les he dicho a mis hijas: “Sois hijas de una madre, pero, con un poco de suerte, tendréis más de una. Y, entre ellas, encontraréis casi todo lo que necesitáis.” Sus relaciones con todas las madres serán probablemente de carácter progresivo, pues la necesidad de guía y de consejo nunca termina ni conviene que termine desde el punto de vista de la profunda vida creativa de las mujeres.
 Las relaciones entre las mujeres, tanto si son entre mujeres que comparten la misma sangre como si son entre compañeras psíquicas, entre analista y paciente, profesora y alumna o almas gemelas, son relaciones de parentesco de la máxima importancia.
  Aunque algunos de los que escriben sobre psicología en la actualidad afirmen que el abandono de la matriz materna es una hazaña que, si no se cumple, contamina para siempre a la mujer y aunque otros digan que el desprecio hacia la propia madre es algo beneficioso para la salud mental del individuo, en realidad la imagen y el concepto de la madre salvaje no se puede ni se debe abandonar jamás, pues la mujer que lo hace abandona su naturaleza profunda, la que contiene toda la sabiduría, todas las bolsas y las semillas, todas las agujas para remendar, todas las medicinas para trabajar y descansar, amar y esperar.
 Más que deshacernos de la madre, nuestra intención tiene que ser la de buscar a una madre sabia y salvaje. No estamos y no podemos estar separadas de ella. Nuestra relación con esta madre espiritual tiene que girar incesantemente, tiene que cambiar incesantemente y es una paradoja. Esta madre es la escuela en la que hemos nacido, una escuela en la que somos simultáneamente alumnas y profesoras durante toda la vida. Tanto si tenemos hijos como si no, tanto si cultivamos el jardín como si cultivamos la ciencia o el vibrante mundo de la poesía, siempre tropezaremos con la madre salvaje en nuestro camino hacia otro lugar. Y así tiene que ser.
  Pero ¿qué decir de la mujer que ha pasado realmente por la experiencia de una madre destructiva en su infancia? Por supuesto que este período no se puede borrar, pero se puede suavizar. No se puede endulzar, pero ahora se puede reconstruir debidamente y con toda su fuerza. No es la reconstrucción de la madre interior lo que tanto asusta a muchas sino el temor de que haya muerto algo esencial, algo que jamás podrá volver a la vida, algo que no recibió alimento porque la madre psíquica estaba muerta. A estas mujeres les digo que se tranquilicen porque no están muertas ni mortalmente heridas.
 Tal como ocurre en la naturaleza, el alma y el espíritu cuentan con unos recursos sorprendentes. Como los lobos y otras criaturas, el alma y el espíritu pueden vivir con muy poco y a veces pueden pasarse mucho tiempo sin nada. Para mí, éste es el milagro más grande que puede haber. Una vez yo estaba trasplantando un seto vivo de lilas. Un gran arbusto había muerto por misteriosas razones, pero los demás estaban cubiertos de primaverales flores moradas. Cuando lo saqué de la tierra, el arbusto muerto crujía como las quebradizas cáscara, de los cacahuetes. Descubrí que su sistema de raíces estaba unido a los de las restantes lilas vivas que bordeaban toda la valla.
 Pero lo más sorprendente fue descubrir que el arbusto muerto era la “madre”. Sus raíces eran las más viejas y fuertes. Todos sus hijos mayores se encontraban de maravilla a pesar de que ella estaba patas arriba, por así decirlo. Las lilas se reproducen con el llamado sistema de chupón, por lo que cada árbol es un vástago M progenitor inicial. Con este sistema, si la madre falla, el hijo puede sobrevivir. Ésta es la pauta y la promesa psíquica para las mujeres que no han tenido cuidados maternales o han tenido muy pocos, y también para aquellas cuyas madres las han torturado. Aunque la madre caiga, aunque no tenga nada que ofrecer, la hija se desarrollará, crecerá independientemente y prosperará.
 Clarissa Pínkola Estés

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