Un error puede más que mil aciertos, Fanny Libertun


Un error puede más que mil aciertos

Un error mal visto puede llegar a borrar en un segundo todo lo bueno que construimos a lo largo de mucho tiempo si a continuación nos sentimos culpables o inadecuados. En nuestra cultura los errores tienen un peso que nace de suponer que existen tanto la perfección como un único actuar acertado. ¿No será nuestra ambición de ser perfectos el peor error que podamos cometer?

Los errores sólo son señales de cosas que siempre podremos corregir o mejorar. ¡Tanto sufrimiento por algo que ni siquiera existe! Si, es que los errores no existen tal como los interpretamos, su presencia sólo enuncia que habíamos imaginado un itinerario del que hemos sido desviados y las desviaciones son una parte importante de la naturaleza. Pero nosotros, desde nuestra psicología, los llamamos “fracasos” y esta forma de verlos nos ubica en un espacio que se encuentra “por debajo de” o “fuera de lugar”. Todo error es un acto honorable que si lo reconocemos, e incluso lo tomamos con humor, nos permite jugar y aprender, a la vez que vivir vidas nobles que se examinan a sí mismas, un tipo de vida que admite que la única forma de crear es hacer un esfuerzo, fallar y aprender de las frustraciones.

A veces elegimos hacer sólo las cosas que nos parecen fáciles porque aunque éstas sean francamente aburridas, nos permiten imaginar que estamos seguros frente a la idea acerca de que lo nuevo entraña un peligro: el de cometer muchísimos errores que serán fatales y que jamás podremos remediar. En realidad, lo que nos asusta es el conectarnos con las emociones difíciles que nos generan nuestros pensamientos: “que no valemos, que somos incapaces, que somos merecedores de algún tipo de castigo por no haber hecho las cosas bien”. Amar nuestros errores y superar la angustia que nos provocan puede ayudarnos a amarnos a nosotros mismos. ¿Por qué no hacerlo si gracias a ellos sabemos lo que sabemos hoy? Nosotros y nuestros errores, ambos somos necesarios para que fluya la vida.

Fácil es decir que tenemos que amarnos a nosotros mismos, e incluso a veces pensamos que lo hacemos, pero cuando fallamos y nos sentimos mal se puede ver que esto no es así; en esos momentos sufrimos una especie de amnesia desde la que nos despreciamos en el acto de condenar y rechazar esa parte nuestra que no sabe. Creo que sería preferible cometer cientos de errores haciendo las cosas con amor que tomar la alternativa de llevar una vida con pocos errores pero fría y sin sentido ¿No es mejor acaso ser personas plenas que vivir corriendo detrás de la fantasía de un éxito completo e inalcanzable?

¿Y qué hay que hacer cuando alguien que estimamos comete un error, incluso si esa persona somos nosotros mismos? Ofrecer consejos justo en ese momento sólo refuerza una inseguridad que se alimenta de la lástima y aunque nuestras intenciones son buenas, paradójicamente, haremos que todo sea peor:“Vos podés”… “otra vez será”… “no es nada”… será cubrir con un manto nuestra tendencia a sentirnos mal al errar. Puede entonces ser bueno sólo escuchar al que se acaba de equivocar, no interrumpir sus dichos y su pensar sino ayudarlos a que los examinen y nunca decir que todo va a estar bien cuando sabemos que no será así. Lo único que es necesario hacer es tener una actitud empática, comunicar con autenticidad que nadie está solo en esto de meter la pata, que nosotros sabemos lo que están sintiendo, que van a seguir siendo amados, que hay que tener confianza en que la vida ofrecerá muchas otras oportunidades que no debemos despreciar sólo porque son distintas a las que habíamos diseñado en un principio. En lugar de forzar las cosas y pasar rápido por encima del dolor que nos provoca vernos fallando, será más llevadero tratar de tener en claro que el aprendizaje sólo viene una vez que logramos sentirnos bien acerca de nosotros mismos después de fracasar.

También hay otro tipo de personas, aquellos a los que dejamos hacernos sentir mal frente a nuestras equivocaciones. Ellos apenas pestañean y siguen adelante sin inmutarse haciendo lo mismo mientras gritan en voz alta que nos les importa en absoluto haber cometido errores. Estos son los no se hacen cargo de sus faltas mientras toman una actitud soberbia que esconde un enorme miedo a la propia debilidad. No se dejen confundir, ellos tampoco lo saben todo y son los que cargan las cuentas de sus errores a los demás.

Invitarnos a vivir todas las cosas con intensidad y compromiso supone también el conceder un espacio importante a la equivocación. Vivir esta vida plenamente no se trata tanto de no cometer errores sino de reconocerlos y permitirles que abran las ventanas a lo que es preciso cambiar de nosotros para evolucionar. Amar nuestros errores, tener sentido del humor frente a ellos y no hacer un drama cuando fallamos puede ayudarnos a cultivar el amor por nosotros mismos. La sabiduría y la capacidad de cometer errores sin sucumbir frente a ellos son una unidad necesaria para que fluyan vidas profundas y comprometidas. Honrar los errores porque gracias a ellos y a nuestros aciertos es que sabemos lo que sabemos hoy.

Fanny Libertun

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