El arquetipo de la niña buena, Lorena Cuendías


 

Aprendió a muy temprana edad a complacer a quienes la rodeaban. Siempre educada y buena, incluso en detrimento de su propio espíritu.

Aprendió quién tenía que ser y cómo tenía que comportarse.

Prefiere sacrificar su propia felicidad para pasar desapercibida.

La palabra NO, no está en su vocabulario, por lo que aprendió a decir siempre que SI. Siempre preocupada por lo que otras personas piensan y dicen, angustiada por el rechazo, los otros son el barómetro de su “buenísmo”.

Los otros, son el espejo donde ella se mira. Y una perpetua sonrisa en su cara, que sólo recuerda su profunda tristeza.

Nuestro mayor miedo, de niñas, fue sentir que perdíamos el vínculo, con cualquiera de nuestras figuras de cuidado. El vínculo garantiza nuestra supervivencia física y emocional.

Si nos silenciaron, aprendimos que para no perder el vínculo, tengo que silenciar mi voz, mi verdad y quien soy para no incomodar; Si mis sentimientos no fueron tenidos en cuenta ni eran importantes, aprendí a disociarme de mis sentimientos y hacer felices a otros o sostener los sentimientos de otros, que eran los importantes.

Aprendí a hacerlo porque no era seguro expresar quién era, tampoco era tolerado. Lo hicimos para no perder el afecto y la aprobación. Así fue como aprendimos a ganarnos el “amor” y la “atención”: Traicionándonos y abandonándonos.

Como consecuencia, nos volvimos niñas pasivas y complacientes, que se convirtieron en adultas que son incapaces de expresar quiénes son o qué necesitan: no lo saben. No saben quiénes son. Nos abandonamos para hacer felices a otros y no volver a experimentar el abandono.

Nos convertimos en felpudos sumisos sin opinión ni criterio propio, anteponiendo las opiniones y criterios de otros a los nuestros. Repetimos el patrón de abandonarme en el otro en nuestras relaciones, porque de niña, fue lo que me ayudó a sobrevivir y conservar el vínculo, y las dosis inconsistentes de atención y valoración, sentir de nuevo el abandono es tan intolerable, que haré lo necesario para quedarme en la relación, aunque tenga que aniquilar mi Alma para ello.

Y como resultado, nos llenamos de culpa y vergüenza, nos hacemos pequeñas, nos escondemos.

Tenemos miedo de expresar nuestra magnificencia y nuestro poder. Miedo de conectar con nuestra Voz y Verdad. Miedo a ser vistas en todo nuestro esplendor. Sentimos que no somos suficiente y nos repetimos ese mantra, que ha cableado nuestro sistema nervioso y nuestro sistema interno de creencias: No soy suficientemente buena, para ser vista, para desear, para tener, para actuar desde mi verdad. Culpa por desear más, por querer más, por anteponerme a mí, antes que a los demás, aún sabiendo que tiene que haber mucho más para mi, mucho más y así me desconecto de mi cuerpo y de la misma Vida.

La sanación pasa por integrar cada aspecto de ti, especialmente aquellos que fueron avergonzados y rechazados. El primer paso es reconocer las historias que te estás contando y hacer el duelo por haberte abandonado. Ese paso no te lo va a ahorrar nadie. No hay atajos ni pastillitas mágicas y deberías desconfiar de cualquiera que te los ofrezca.

Para construir una relación sana con los demás, tienes que empezar por construir una relación sana contigo misma. Volver a estos lugares a buscarte y sanar también la relación con tu cuerpo, abrazándote con Todo lo que eres.

Que estés bien,

Lorena Cuendías
@mujeralquimia

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