Por qué el sufrimiento,Polly Young Eisendrath
Lo que importa cuando uno se encuentra con dificultades no es tanto la gravedad del evento en sí mismo, el grado de dolor, de pérdida o de humillación, sino cómo se enfoca éste y con qué actitud se le hace frente. Cada uno de nosotros crea con su forma de reaccionar su propio cielo o infierno. Todos luchamos por evitar el infierno y encontrar el cielo, pero a veces ignoramos todo el poder que tenemos en nuestras propias manos. Sin darnos cuenta, nos infligimos a nosotros mismos mucho más sufrimiento del que pueda causarnos el propio suceso o situación que nos acontece. Pero a la vez, también tenemos la capacidad de hallar mucha paz y calma en nuestro interior.
Existe la creencia de que el reino del infierno, aunque atroz, puede conducir más directamente a una iluminación o despertar, de lo que pueda hacerlo el cielo donde uno se siente cómodo y satisfecho. En el cielo, es fácil abandonarse y ser inconsciente, no estar alerta. Sin embargo, en el infierno el estado de alerta es constante, debido al dolor. Si ante la provocación que representan las dificultades de la vida, una persona es capaz de mantener la calma, reflexionar y ver la situación dentro de un contexto más amplio, entonces podrá encontrar el cielo, incluso en medio del caos más absoluto. Pero si su reacción al miedo es agresiva o se derrumba ante el peligro, en este caso abrirá las puertas del infierno. Ésta es la diferencia entre el cielo y el infierno: reconocer que las propias respuestas, las actitudes, son como una lupa de muchos aumentos con la que podemos mirar la realidad y ver cómo afectamos a los demás y provocamos respuestas en ellos.
El sufrimiento no hace falta ir a buscarlo, porque lo encontraremos de todas formas. Es un elemento absolutamente inevitable en la trayectoria vital de todas las personas, y cuanto más pronto lo descubramos, más capaces seremos de conocer nuestra verdadera identidad. El sufrimiento es algo que nos aparta de la integración en la experiencia inmediata. Nos distancia y nos mantiene apartados de los demás; el sufrimiento en sí mismo es peor que el propio evento doloroso que lo originó. El sufrimiento y el dolor son fuerzas transformadoras, si les haces frente con sinceridad.
Si actualmente estás pasando por una situación dolorosa, o estás intentando comprender algo que sucedió hace tiempo, fíjate únicamente en la dificultad en concreto y en cómo reaccionas o reaccionaste ante ella. El siguiente paso es empezar a entender tales reacciones, porque así serás capaz de reducir tu sufrimiento y permitirás que se desarrolle el proceso de transformación.
El dolor, las pérdidas, la enfermedad y la muerte son características fundamentales de nuestra existencia, y su aparición es lo que nos hace cambiar o cuestionarnos cómo somos, en diversos estadios a lo largo de nuestra existencia. Sacan a la luz cuestiones que tienen que ver con el sentido y el objeto de la vida (el para qué???) , y de esta forma consiguen que ésta sea más interesante y retadora.
El sufrimiento es el descontento, la negatividad o insatisfacción que a menudo sentimos; unas veces es a causa de un dolor o pérdida, pero otras es también una forma de responder a cualquier dificultad cotidiana. El sufrimiento se refleja en comentarios negativos y quejas, el ruido de fondo que acompaña a muchas personas en su vida diaria.
El budismo nos pide que nos concentremos en nuestras propias reacciones y en la forma que tenemos de enfocar las cosas, en cómo creamos el malestar, en lugar de simplemente responder a los eventos. Si una persona vive con naturalidad cada momento, entonces no hay quejas, no hay comentarios negativos, no hay reserva.
Tan sólo la concentración mitiga la experiencia del caos mental ordinario. Cuando trabajamos en algo que absorbe nuestra atención, realizamos un ritual o llevamos a cabo cualquier otro tipo de actividad estructurada, dirigimos automáticamente el pensamiento y eso nos hace sentir mejor. Sin embargo, la mayor parte del tiempo somos mentalmente prisioneros del revoltijo de pensamientos desorganizados que nos pasan por la cabeza.
El sufrimiento siempre engloba una fantasía, un temor, un pensamiento o un comentario que se interpone entre la persona y su experiencia real. La fantasía acerca de un dolor, ya sea verdadero o totalmente imaginario, acapara la atención de la persona y la descentra, la aísla. La interposición del descontento o del miedo entre la experiencia y el significado de ésta crea la aflicción que paraliza a la persona. Cuando ésta entiende que es ella misma quien crea ese estado, empieza a darse cuenta de todo el sufrimiento que genera y que es adicional al dolor o pérdida inevitable que se ha producido en su vida. A través de la aceptación y comprensión del verdadero dolor se empieza a desarrollar el conocimiento y la compasión, que son los callados beneficios que se pueden obtener de la adversidad.
La posibilidad de liberarse del sufrimiento existe, aunque muchos de nosotros tal vez nunca lleguemos a alcanzarla. Lo más probable es que lo que sí logremos sea una situación en que seamos capaces de cosechar los frutos del sufrimiento, en que lleguemos a entender cómo podemos aliviarlo, y sepamos hasta qué punto el dolor puede transformarse en compasión y progreso. El sufrimiento es útil, y no una simple pérdida de tiempo, en la medida en que nos despierta a la conciencia de nuestra responsabilidad acerca de las propias actitudes, pensamientos y acciones. En el fondo del sufrimiento se encuentra el regalo de la compasión y el de la conciencia de uno mismo.
El sufrimiento tiene un gran valor, porque es la señal que avisa de que hay que prestar atención a las propias reacciones, a la forma en que se está interpretando la experiencia de cada momento en base a supuestos previos que uno tiene. Negar, enmascarar el sufrimiento o huir de él es inútil y dañino, pero es también una reacción comprensible.
Según el «karma» nos vemos directamente afectados por las consecuencias de nuestras propias intenciones y acciones, que son el origen de mucho de lo que simplemente parece «que nos sucede», de las propias actitudes y actos se derivarán consecuencias que permanecerán y conformarán la realidad de la vida de la persona. Algunas de las desdichas de una persona, aquéllas que tienen que ver con su sufrimiento personal, están específicamente relacionadas con ella misma. Son la consecuencia de sus deseos, actos e intenciones, y de la forma en que inconscientemente los reconoce o los niega. Cuando alguien se siente atrapado en una danza de destrucción y negatividad, en realidad es él mismo quien la baila, quien patrocina el espectáculo.
Liberarse relativamente del sufrimiento requiere ser muy consciente de la propia tendencia a crearlo y estar alerta en este sentido. Puede que nunca desaparezca del todo, pero así se debilitará. Lo que parece facilitar la permanencia de este estado de conciencia es algún tipo de práctica o creencia que vuelve a la persona una y otra vez hacia la compasión y la unión con los demás. De esta forma se genera un tipo de actitud diferente ante el dolor e incluso ante la muerte. Significa creer profundamente que las experiencias de la vida no pueden desbordarnos, derrotarnos o hacernos pedazos, porque todas pueden integrarse positivamente cuando se sitúan en el marco que les corresponde. Cuando la vida resulta dolorosa para conservar un cierto sentido de coherencia, hace falta alguna clase de tejido espiritual que una con su trama a todas las personas.
Para algunos de nosotros, la adversidad a la que tuvimos que hacer frente durante la infancia dio como fruto una forma creativa de entender las cosas, de dar un sentido a la propia vida y de vivirla plenamente. En cambio, el resultado para otras personas fue convertirse en un imán que parece atraer más y más dolor, y adquirir una predisposición a recrear continuamente aquello que las hirió. La actitud que se adopta ante el sufrimiento y el dolor marca la diferencia entre uno y otro caso. Hay quien aprende muy pronto a dar valor a las pérdidas y a las dificultades, y éste es el valor que conecta a la persona con su objetivo en la vida.
Las personas resistentes desarrollan habilidades para mejorar la propia actitud y sentido de la responsabilidad, mientras al mismo tiempo se preparan para afrontar cualquier emergencia que pueda surgir; la persona no queda bloqueada fantaseando sobre cómo son o deberían ser las cosas sino que en lugar de eso se concentra en su propia actitud y comprensión de las cosas, y es capaz de reconocer todo el sufrimiento que se deriva de una actitud equivocada y que puede aliviarse con una adecuada.
El budismo considera como «ignorancia» la tendencia básica de los seres humanos a considerar como algo permanente los estados de ánimo o procesos pasajeros, y especialmente la creencia que éstos reflejan el verdadero «Yo». Esto es ignorar la interdependencia y el cambio sin fin que caracterizan a la realidad de la vida. Un aspecto especialmente doloroso de la ignorancia es la creencia de que podemos o tenemos que encontrar un Yo verdadero, que será permanente y durará para siempre. Ignorar la no permanencia, apegarse a las cosas tal como son en un momento determinado o intentar convertirlas en lo que queremos que sean, es crear más sufrimiento.
Para alcanzar la totalidad del ser, para residir en el amor en lugar de en el miedo, hay que ser capaces de usar el dolor y el sufrimiento para descubrir el sentido que tiene estar en el mundo. Vivir aceptando la no permanencia del Yo no es tarea fácil. La mayoría de las personas se resisten al cambio, incluso cuando tal resistencia las lleva al desastre o a una especie de semivida basada en la envidia y la autocompasión. Hay veces en que una parte de nuestra antigua identidad debe morir para que pueda sobrevivir la totalidad de nuestro ser.
Sufrimos cuando nos aferramos a la idea de un Yo verdadero, o cuando exigimos que la vida sea de una forma determinada. Una crisis, un gran dolor o el enfrentamiento a la muerte física puede sacudirnos profundamente, y con ello hacernos más conscientes de nuestras actitudes habituales y de la necesidad de cambiar. Es así que existe una relación paradójica entre la vida y la muerte: para vivir plenamente, hay que morir muchas veces.
A lo largo de lo que consideramos la duración de la vida, morimos y volvemos a nacer muchas veces. Si nos aferramos demasiado al viejo Yo, a las expectativas acerca de cómo debería ser el nuevo, estaremos condenados a padecer los mayores sufrimientos. Sin embargo, si a medida que la vida lo exija, somos capaces de liberarnos para vivir una nueva existencia, entonces podremos seguir creciendo y evolucionando, y acumularemos sabiduría a partir de las lecciones que la vida nos brinde. Podremos aprender si respondemos con compasión ante el propio sufrimiento y el de los demás, si elevamos el grado de conciencia y mejoramos la disposición a asumir que somos responsables de nuestros actos e intenciones.
Cuando una persona se percibe a sí misma como una víctima, como alguien demasiado débil, como alguien incapaz de decidir por sí misma, se aleja de los demás. El aislamiento y la alienación sólo se curan volviendo a conectar con la vida y reconociendo que el sufrimiento es universal. A través de la interacción con los demás, de escuchar a las personas con el corazón abierto y de estar plenamente a su lado, se encuentra la clave para superar la resistencia al cambio. El dolor o el sufrimiento de la separación , se sustenta siempre en la creencia de ser un extraño.
Reconocer conscientemente que uno es cómplice en la creación de su propio sufrimiento, abre la puerta de acceso a la vida interior. Entonces es posible ver de qué forma imponemos supuestos y significados para interpretar lo que nos sucede, lo que hacemos y lo que nos hacen los demás. El sentido de las cosas se ve con el tiempo, no en el mismo momento en que pasan las cosas. El punto de vista y la forma de actuar de cada persona son los que convierten a un suceso en útil o inútil, en satisfactorio o penoso. Cuando surgen problemas, ya sean triviales o traumáticos, podemos practicar la función trascendente creando un «espacio» donde esperar que emerja el sentido de las cosas, en lugar de imponer un juicio precipitado en base al descontento.
Si te observas a ti mismo y observas tu vida, llegarás a ver de qué forma creas y re-creas el sufrimiento, y serás capaz de entender que eres responsable de él y que puedes dejar de generarlo. Si miras atrás, verás que la vida está caracterizada por el cambio y por lo no permanente, y que no obstante algo ha permanecido inmutable. Al entender que no eres el mismo de hace algunos años, podrás empezar a comprender cómo has estado reproduciendo los patrones emocionales de la infancia. La compulsión a repetir las pautas del pasado no se detiene hasta que se es consciente de ellas.
Ésta es la cualidad de la vida humana que empuja a cada persona a encontrar oportunidades para evolucionar. Aunque puede que sintamos resentimiento hacia aquellos a los que culpamos de nuestro dolor y nuestro odio, no podremos aprender acerca de nosotros mismos sin haberlos experimentado. Si se contempla la propia vida a través de esta óptica, es fácil reconocer la lógica del renacimiento. Esta lógica es sencillamente que la muerte no es el final, sino una transformación similar a las muchas transformaciones que podemos recordar fácilmente.
Gran parte de nuestro sufrimiento proviene de la propia insatisfacción. Cuando descubrimos esto, empezamos a buscar el camino de la libertad. Sin la capacidad de entender que somos nosotros mismos quienes creamos gran parte de nuestras dificultades, vamos moral y espiritualmente a la deriva. La única forma de liberarnos verdaderamente del sufrimiento y de la muerte, es aceptarlos. Interesarnos en ellos y comprender que encontrar qué sentido tienen nos conecta con nuestro propio ser, y que la compasión nos conecta con los demás. Por muchas curas que podamos encontrar para las enfermedades y por mucho que podamos aliviar el dolor, sólo cuando seamos capaces de transformar nuestra ansiedad y temores en interés y curiosidad, tendremos acceso al conocimiento y a la compasión que dan sentido a la vida. Este sentido traerá consigo mayor creatividad y coherencia trascendente, nos permitirá avanzar con paso suave a través de las dificultades y pérdidas futuras, y apreciar las riquezas que éstas nos proporcionarán a partir precisamente de lo que exigirán de nosotros.
Si somos capaces de reconocer el sufrimiento, de entender que somos nosotros quienes lo creamos, entonces podremos liberarnos de la constante presión que nos empuja a mejorar más y más, y empezaremos a experimentar el alcance de la interrelación de nuestras experiencias.
Las personas resistentes transforman los sucesos dolorosos para darles unidad y sentido, compasión y creatividad. Cuando cambias tu percepción de un suceso o de una persona, en ese mismo momento el suceso o persona percibidos también cambian. El sujeto y el objeto están unidos por la percepción.
http://www.caminosalser.com/i86-por-que-el-sufrimiento/
Existe la creencia de que el reino del infierno, aunque atroz, puede conducir más directamente a una iluminación o despertar, de lo que pueda hacerlo el cielo donde uno se siente cómodo y satisfecho. En el cielo, es fácil abandonarse y ser inconsciente, no estar alerta. Sin embargo, en el infierno el estado de alerta es constante, debido al dolor. Si ante la provocación que representan las dificultades de la vida, una persona es capaz de mantener la calma, reflexionar y ver la situación dentro de un contexto más amplio, entonces podrá encontrar el cielo, incluso en medio del caos más absoluto. Pero si su reacción al miedo es agresiva o se derrumba ante el peligro, en este caso abrirá las puertas del infierno. Ésta es la diferencia entre el cielo y el infierno: reconocer que las propias respuestas, las actitudes, son como una lupa de muchos aumentos con la que podemos mirar la realidad y ver cómo afectamos a los demás y provocamos respuestas en ellos.
El sufrimiento no hace falta ir a buscarlo, porque lo encontraremos de todas formas. Es un elemento absolutamente inevitable en la trayectoria vital de todas las personas, y cuanto más pronto lo descubramos, más capaces seremos de conocer nuestra verdadera identidad. El sufrimiento es algo que nos aparta de la integración en la experiencia inmediata. Nos distancia y nos mantiene apartados de los demás; el sufrimiento en sí mismo es peor que el propio evento doloroso que lo originó. El sufrimiento y el dolor son fuerzas transformadoras, si les haces frente con sinceridad.
Si actualmente estás pasando por una situación dolorosa, o estás intentando comprender algo que sucedió hace tiempo, fíjate únicamente en la dificultad en concreto y en cómo reaccionas o reaccionaste ante ella. El siguiente paso es empezar a entender tales reacciones, porque así serás capaz de reducir tu sufrimiento y permitirás que se desarrolle el proceso de transformación.
El dolor, las pérdidas, la enfermedad y la muerte son características fundamentales de nuestra existencia, y su aparición es lo que nos hace cambiar o cuestionarnos cómo somos, en diversos estadios a lo largo de nuestra existencia. Sacan a la luz cuestiones que tienen que ver con el sentido y el objeto de la vida (el para qué???) , y de esta forma consiguen que ésta sea más interesante y retadora.
El sufrimiento es el descontento, la negatividad o insatisfacción que a menudo sentimos; unas veces es a causa de un dolor o pérdida, pero otras es también una forma de responder a cualquier dificultad cotidiana. El sufrimiento se refleja en comentarios negativos y quejas, el ruido de fondo que acompaña a muchas personas en su vida diaria.
El budismo nos pide que nos concentremos en nuestras propias reacciones y en la forma que tenemos de enfocar las cosas, en cómo creamos el malestar, en lugar de simplemente responder a los eventos. Si una persona vive con naturalidad cada momento, entonces no hay quejas, no hay comentarios negativos, no hay reserva.
Tan sólo la concentración mitiga la experiencia del caos mental ordinario. Cuando trabajamos en algo que absorbe nuestra atención, realizamos un ritual o llevamos a cabo cualquier otro tipo de actividad estructurada, dirigimos automáticamente el pensamiento y eso nos hace sentir mejor. Sin embargo, la mayor parte del tiempo somos mentalmente prisioneros del revoltijo de pensamientos desorganizados que nos pasan por la cabeza.
El sufrimiento siempre engloba una fantasía, un temor, un pensamiento o un comentario que se interpone entre la persona y su experiencia real. La fantasía acerca de un dolor, ya sea verdadero o totalmente imaginario, acapara la atención de la persona y la descentra, la aísla. La interposición del descontento o del miedo entre la experiencia y el significado de ésta crea la aflicción que paraliza a la persona. Cuando ésta entiende que es ella misma quien crea ese estado, empieza a darse cuenta de todo el sufrimiento que genera y que es adicional al dolor o pérdida inevitable que se ha producido en su vida. A través de la aceptación y comprensión del verdadero dolor se empieza a desarrollar el conocimiento y la compasión, que son los callados beneficios que se pueden obtener de la adversidad.
La posibilidad de liberarse del sufrimiento existe, aunque muchos de nosotros tal vez nunca lleguemos a alcanzarla. Lo más probable es que lo que sí logremos sea una situación en que seamos capaces de cosechar los frutos del sufrimiento, en que lleguemos a entender cómo podemos aliviarlo, y sepamos hasta qué punto el dolor puede transformarse en compasión y progreso. El sufrimiento es útil, y no una simple pérdida de tiempo, en la medida en que nos despierta a la conciencia de nuestra responsabilidad acerca de las propias actitudes, pensamientos y acciones. En el fondo del sufrimiento se encuentra el regalo de la compasión y el de la conciencia de uno mismo.
El sufrimiento tiene un gran valor, porque es la señal que avisa de que hay que prestar atención a las propias reacciones, a la forma en que se está interpretando la experiencia de cada momento en base a supuestos previos que uno tiene. Negar, enmascarar el sufrimiento o huir de él es inútil y dañino, pero es también una reacción comprensible.
Según el «karma» nos vemos directamente afectados por las consecuencias de nuestras propias intenciones y acciones, que son el origen de mucho de lo que simplemente parece «que nos sucede», de las propias actitudes y actos se derivarán consecuencias que permanecerán y conformarán la realidad de la vida de la persona. Algunas de las desdichas de una persona, aquéllas que tienen que ver con su sufrimiento personal, están específicamente relacionadas con ella misma. Son la consecuencia de sus deseos, actos e intenciones, y de la forma en que inconscientemente los reconoce o los niega. Cuando alguien se siente atrapado en una danza de destrucción y negatividad, en realidad es él mismo quien la baila, quien patrocina el espectáculo.
Liberarse relativamente del sufrimiento requiere ser muy consciente de la propia tendencia a crearlo y estar alerta en este sentido. Puede que nunca desaparezca del todo, pero así se debilitará. Lo que parece facilitar la permanencia de este estado de conciencia es algún tipo de práctica o creencia que vuelve a la persona una y otra vez hacia la compasión y la unión con los demás. De esta forma se genera un tipo de actitud diferente ante el dolor e incluso ante la muerte. Significa creer profundamente que las experiencias de la vida no pueden desbordarnos, derrotarnos o hacernos pedazos, porque todas pueden integrarse positivamente cuando se sitúan en el marco que les corresponde. Cuando la vida resulta dolorosa para conservar un cierto sentido de coherencia, hace falta alguna clase de tejido espiritual que una con su trama a todas las personas.
Para algunos de nosotros, la adversidad a la que tuvimos que hacer frente durante la infancia dio como fruto una forma creativa de entender las cosas, de dar un sentido a la propia vida y de vivirla plenamente. En cambio, el resultado para otras personas fue convertirse en un imán que parece atraer más y más dolor, y adquirir una predisposición a recrear continuamente aquello que las hirió. La actitud que se adopta ante el sufrimiento y el dolor marca la diferencia entre uno y otro caso. Hay quien aprende muy pronto a dar valor a las pérdidas y a las dificultades, y éste es el valor que conecta a la persona con su objetivo en la vida.
Las personas resistentes desarrollan habilidades para mejorar la propia actitud y sentido de la responsabilidad, mientras al mismo tiempo se preparan para afrontar cualquier emergencia que pueda surgir; la persona no queda bloqueada fantaseando sobre cómo son o deberían ser las cosas sino que en lugar de eso se concentra en su propia actitud y comprensión de las cosas, y es capaz de reconocer todo el sufrimiento que se deriva de una actitud equivocada y que puede aliviarse con una adecuada.
El budismo considera como «ignorancia» la tendencia básica de los seres humanos a considerar como algo permanente los estados de ánimo o procesos pasajeros, y especialmente la creencia que éstos reflejan el verdadero «Yo». Esto es ignorar la interdependencia y el cambio sin fin que caracterizan a la realidad de la vida. Un aspecto especialmente doloroso de la ignorancia es la creencia de que podemos o tenemos que encontrar un Yo verdadero, que será permanente y durará para siempre. Ignorar la no permanencia, apegarse a las cosas tal como son en un momento determinado o intentar convertirlas en lo que queremos que sean, es crear más sufrimiento.
Para alcanzar la totalidad del ser, para residir en el amor en lugar de en el miedo, hay que ser capaces de usar el dolor y el sufrimiento para descubrir el sentido que tiene estar en el mundo. Vivir aceptando la no permanencia del Yo no es tarea fácil. La mayoría de las personas se resisten al cambio, incluso cuando tal resistencia las lleva al desastre o a una especie de semivida basada en la envidia y la autocompasión. Hay veces en que una parte de nuestra antigua identidad debe morir para que pueda sobrevivir la totalidad de nuestro ser.
Sufrimos cuando nos aferramos a la idea de un Yo verdadero, o cuando exigimos que la vida sea de una forma determinada. Una crisis, un gran dolor o el enfrentamiento a la muerte física puede sacudirnos profundamente, y con ello hacernos más conscientes de nuestras actitudes habituales y de la necesidad de cambiar. Es así que existe una relación paradójica entre la vida y la muerte: para vivir plenamente, hay que morir muchas veces.
A lo largo de lo que consideramos la duración de la vida, morimos y volvemos a nacer muchas veces. Si nos aferramos demasiado al viejo Yo, a las expectativas acerca de cómo debería ser el nuevo, estaremos condenados a padecer los mayores sufrimientos. Sin embargo, si a medida que la vida lo exija, somos capaces de liberarnos para vivir una nueva existencia, entonces podremos seguir creciendo y evolucionando, y acumularemos sabiduría a partir de las lecciones que la vida nos brinde. Podremos aprender si respondemos con compasión ante el propio sufrimiento y el de los demás, si elevamos el grado de conciencia y mejoramos la disposición a asumir que somos responsables de nuestros actos e intenciones.
Cuando una persona se percibe a sí misma como una víctima, como alguien demasiado débil, como alguien incapaz de decidir por sí misma, se aleja de los demás. El aislamiento y la alienación sólo se curan volviendo a conectar con la vida y reconociendo que el sufrimiento es universal. A través de la interacción con los demás, de escuchar a las personas con el corazón abierto y de estar plenamente a su lado, se encuentra la clave para superar la resistencia al cambio. El dolor o el sufrimiento de la separación , se sustenta siempre en la creencia de ser un extraño.
Reconocer conscientemente que uno es cómplice en la creación de su propio sufrimiento, abre la puerta de acceso a la vida interior. Entonces es posible ver de qué forma imponemos supuestos y significados para interpretar lo que nos sucede, lo que hacemos y lo que nos hacen los demás. El sentido de las cosas se ve con el tiempo, no en el mismo momento en que pasan las cosas. El punto de vista y la forma de actuar de cada persona son los que convierten a un suceso en útil o inútil, en satisfactorio o penoso. Cuando surgen problemas, ya sean triviales o traumáticos, podemos practicar la función trascendente creando un «espacio» donde esperar que emerja el sentido de las cosas, en lugar de imponer un juicio precipitado en base al descontento.
Si te observas a ti mismo y observas tu vida, llegarás a ver de qué forma creas y re-creas el sufrimiento, y serás capaz de entender que eres responsable de él y que puedes dejar de generarlo. Si miras atrás, verás que la vida está caracterizada por el cambio y por lo no permanente, y que no obstante algo ha permanecido inmutable. Al entender que no eres el mismo de hace algunos años, podrás empezar a comprender cómo has estado reproduciendo los patrones emocionales de la infancia. La compulsión a repetir las pautas del pasado no se detiene hasta que se es consciente de ellas.
Ésta es la cualidad de la vida humana que empuja a cada persona a encontrar oportunidades para evolucionar. Aunque puede que sintamos resentimiento hacia aquellos a los que culpamos de nuestro dolor y nuestro odio, no podremos aprender acerca de nosotros mismos sin haberlos experimentado. Si se contempla la propia vida a través de esta óptica, es fácil reconocer la lógica del renacimiento. Esta lógica es sencillamente que la muerte no es el final, sino una transformación similar a las muchas transformaciones que podemos recordar fácilmente.
Gran parte de nuestro sufrimiento proviene de la propia insatisfacción. Cuando descubrimos esto, empezamos a buscar el camino de la libertad. Sin la capacidad de entender que somos nosotros mismos quienes creamos gran parte de nuestras dificultades, vamos moral y espiritualmente a la deriva. La única forma de liberarnos verdaderamente del sufrimiento y de la muerte, es aceptarlos. Interesarnos en ellos y comprender que encontrar qué sentido tienen nos conecta con nuestro propio ser, y que la compasión nos conecta con los demás. Por muchas curas que podamos encontrar para las enfermedades y por mucho que podamos aliviar el dolor, sólo cuando seamos capaces de transformar nuestra ansiedad y temores en interés y curiosidad, tendremos acceso al conocimiento y a la compasión que dan sentido a la vida. Este sentido traerá consigo mayor creatividad y coherencia trascendente, nos permitirá avanzar con paso suave a través de las dificultades y pérdidas futuras, y apreciar las riquezas que éstas nos proporcionarán a partir precisamente de lo que exigirán de nosotros.
Si somos capaces de reconocer el sufrimiento, de entender que somos nosotros quienes lo creamos, entonces podremos liberarnos de la constante presión que nos empuja a mejorar más y más, y empezaremos a experimentar el alcance de la interrelación de nuestras experiencias.
Las personas resistentes transforman los sucesos dolorosos para darles unidad y sentido, compasión y creatividad. Cuando cambias tu percepción de un suceso o de una persona, en ese mismo momento el suceso o persona percibidos también cambian. El sujeto y el objeto están unidos por la percepción.
http://www.caminosalser.com/i86-por-que-el-sufrimiento/
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