Los miedos, Patricia May
Los miedos mal
administrados a menudo nos torturan, nos detienen, no nos permite
disfrutar la vida, miedo a lo que puede ocurrir, miedo a quedar solo
(a), miedo a no tener dinero, a perder el control, a no ser aceptado, a
quedar mal, a perder el prestigio o poder…o a tener poder miedo, miedo,
miedo.
Los temores a menudo se agazapan en el centro de nuestra vida y no nos damos cuenta que están allí, ocultos a la luz consciente, condicionando nuestras decisiones, el modo en que nos relacionamos…cuántas cosas hemos hecho, cuántas hemos dejado de hacer por miedo.
Se entrama con nuestros pensamientos, a veces aparentemente muy sensatos e inteligentes, pero a menudo orquestados sobre un fondo subyacente de temores fijados en las células, en el inconsciente, sosteniendo nuestras vidas desde atrás, como una plataforma invisible sobre la que armamos la trama vital.
Sin embargo, el miedo existe, es natural, lo sienten los animales y el ser humano desde su infancia, y ha cumplido una función importante en el devenir de las especies que tiene que ver con la autoprotección, con la preservación de la propia existencia y la del entorno cercano, podríamos verlo como un recurso de la coherencia universal para sustentar la autonomía y la vida.
El miedo es sumamente útil para que huyamos de un incendio, no nos lancemos a un precipicio, o no queramos intoxicarnos con alimentos dañinos, pero se convierte en un veneno cuando contamina nuestra mente y nos llena de aprensiones, transformándonos en personas que no podemos expresar nuestro poder personal, decidir, hacer, actuar, cambiar, o bien nos conduce a ser pequeños tiranos por el temor a perder notoriedad o poder.
El punto para salir del laberinto del miedo es primero, verlo, sentirlo, saber que está y desde un nivel de conciencia pacífico decidir hasta donde lo dejamos ser el motor de nuestras acciones. Esto por supuesto no es fácil, puesto que las emociones básicas tienen enorme fuerza y probablemente nos han poseído a través de toda nuestra vida.
Es un trabajo personal de autoobservación, desde un centro interior quieto que no juzga ni culpa, sólo se hace consciente de los diálogos mentales saturados de temores, por ejemplo, supongamos que todo nuestro ser nos llama a hacer algún cambio en nuestra vida, de trabajo, relación y nos sentimos invadidos de pensamientos funestos al respecto, diálogos internos que amasamos una y otra vez en nuestra cabeza, dándoles cada vez más fuerza y presencia en nuestra atmósfera interna, transformándolas en circuitos de ideas repetitivas que no podemos parar y que terminamos pensando que esa manera de ver o sentir es “verdadera”, es “lo real”, “lo correcto”, sin darnos cuenta que esos diálogos, explicaciones, miradas fueron creadas por nosotros mismos por el miedo a cambiar.
Qué hacer? Salir de allí, sacar la “cabeza fuera del agua”, ya no nutrirse de ese aire contaminado.
Para esto es fundamental la práctica de aquietamiento mental, meditación, o como sea que le queramos llamar; respirar profundo, centrarse en la sensación del aire que entra y sale por la nariz e iniciar el camino de sacar el flujo mental de donde siempre ha estado creyendo que esa es la única realidad posible.
Desde un punto de vista cerebral lo que está ocurriendo cuando detenemos el diálogo interminable, es dejar de activar los caminos neuronales repetitivos y comenzar a activar un estado de resonancia global que nos hace sentir en paz y coherencia interior.
Para realizar esta práctica e ir generando cambios, se requiere de persistencia y voluntad, hacerlo diariamente, unos 20 minutos, con las semanas y meses iremos entrando en una experiencia interior de armonía y claridad de visión que antes no conocimos, o que tuvimos por escasos chispazos en la vida.
El cambio que esto involucra es mayor y también lo es la voluntad requerida, nada menos que dejar de nutrirnos del miedo (y demás estados aflictivos de la mente) para que comience a fluir un aire nuevo, claro, pacífico, sabio, creativo, pleno de amor y poder.
Es una profunda transmutación de nuestra persona, un nuevo ser humano, cuyas raíces no se hunden en los estímulos y reacciones emocionales enquistadas, sino en la fuerza y amor del Alma.
Patricia May
Los temores a menudo se agazapan en el centro de nuestra vida y no nos damos cuenta que están allí, ocultos a la luz consciente, condicionando nuestras decisiones, el modo en que nos relacionamos…cuántas cosas hemos hecho, cuántas hemos dejado de hacer por miedo.
Se entrama con nuestros pensamientos, a veces aparentemente muy sensatos e inteligentes, pero a menudo orquestados sobre un fondo subyacente de temores fijados en las células, en el inconsciente, sosteniendo nuestras vidas desde atrás, como una plataforma invisible sobre la que armamos la trama vital.
Sin embargo, el miedo existe, es natural, lo sienten los animales y el ser humano desde su infancia, y ha cumplido una función importante en el devenir de las especies que tiene que ver con la autoprotección, con la preservación de la propia existencia y la del entorno cercano, podríamos verlo como un recurso de la coherencia universal para sustentar la autonomía y la vida.
El miedo es sumamente útil para que huyamos de un incendio, no nos lancemos a un precipicio, o no queramos intoxicarnos con alimentos dañinos, pero se convierte en un veneno cuando contamina nuestra mente y nos llena de aprensiones, transformándonos en personas que no podemos expresar nuestro poder personal, decidir, hacer, actuar, cambiar, o bien nos conduce a ser pequeños tiranos por el temor a perder notoriedad o poder.
El punto para salir del laberinto del miedo es primero, verlo, sentirlo, saber que está y desde un nivel de conciencia pacífico decidir hasta donde lo dejamos ser el motor de nuestras acciones. Esto por supuesto no es fácil, puesto que las emociones básicas tienen enorme fuerza y probablemente nos han poseído a través de toda nuestra vida.
Es un trabajo personal de autoobservación, desde un centro interior quieto que no juzga ni culpa, sólo se hace consciente de los diálogos mentales saturados de temores, por ejemplo, supongamos que todo nuestro ser nos llama a hacer algún cambio en nuestra vida, de trabajo, relación y nos sentimos invadidos de pensamientos funestos al respecto, diálogos internos que amasamos una y otra vez en nuestra cabeza, dándoles cada vez más fuerza y presencia en nuestra atmósfera interna, transformándolas en circuitos de ideas repetitivas que no podemos parar y que terminamos pensando que esa manera de ver o sentir es “verdadera”, es “lo real”, “lo correcto”, sin darnos cuenta que esos diálogos, explicaciones, miradas fueron creadas por nosotros mismos por el miedo a cambiar.
Qué hacer? Salir de allí, sacar la “cabeza fuera del agua”, ya no nutrirse de ese aire contaminado.
Para esto es fundamental la práctica de aquietamiento mental, meditación, o como sea que le queramos llamar; respirar profundo, centrarse en la sensación del aire que entra y sale por la nariz e iniciar el camino de sacar el flujo mental de donde siempre ha estado creyendo que esa es la única realidad posible.
Desde un punto de vista cerebral lo que está ocurriendo cuando detenemos el diálogo interminable, es dejar de activar los caminos neuronales repetitivos y comenzar a activar un estado de resonancia global que nos hace sentir en paz y coherencia interior.
Para realizar esta práctica e ir generando cambios, se requiere de persistencia y voluntad, hacerlo diariamente, unos 20 minutos, con las semanas y meses iremos entrando en una experiencia interior de armonía y claridad de visión que antes no conocimos, o que tuvimos por escasos chispazos en la vida.
El cambio que esto involucra es mayor y también lo es la voluntad requerida, nada menos que dejar de nutrirnos del miedo (y demás estados aflictivos de la mente) para que comience a fluir un aire nuevo, claro, pacífico, sabio, creativo, pleno de amor y poder.
Es una profunda transmutación de nuestra persona, un nuevo ser humano, cuyas raíces no se hunden en los estímulos y reacciones emocionales enquistadas, sino en la fuerza y amor del Alma.
Patricia May
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