El camino espiritual

Cruzamos el umbral cada mañana que nos regresa al mundo de nuestra vida cotidiana, dejando el universo mágico e incomprensible de los sueños, para sumergirnos en ese otro mundo, no menos mágico, de la realidad tangible. Pero nunca tomamos conciencia plena de esa sorprendente experiencia que es el milagro de cada despertar.
Es notable que muchos pensadores hayan tomado la palabra “despertar” con un significado emparentado con la impactante experiencia de la iluminación o con la simple entrada al camino espiritual.
Pero los seres humanos, mecanizados por la rutina de su diaria lucha por la subsistencia, solo sobreviven como sonámbulos. Sin embargo, tarde o temprano deberán enfrentar a su “despertar”, para lograr vivir verdaderamente. Para ello deberán animarse a transitar algunas muertes y otros tantos renaceres.
Estos “despertares” no son patrimonio de unos pocos elegidos, sino que forman parte de la vida de todos. A veces sorprendentemente transformadores, otras veces se presentan como pequeños incidentes poco importantes. Pero la suma de todos ellos conforma nuestro camino de crecimiento y son el fundamento esencial de nuestro desarrollo como personas. Sacar de ellos todo lo que nos ofrecen es cuestión de aprender a reconocerlos y aprovecharlos, permaneciendo lo suficientemente alertas para poder registrarlos cuando suceden.
La vida es expansión, es crecimiento, es apertura…
La vida es alegría, es despertar y es, a la vez, un misterio…
El desarrollo de las personas es inevitable; vivimos aprendiendo. Pero aprender es una cosa, y crecer es otra. Al igual que “cumplir años” no es madurar; leer mucho no es sinónimo de saber, como tampoco “entender” significa “vivir”. Crecer es cambiar de plano…
Y si un día nos sucede que lleguemos arriba, al lugar más alto, nos damos cuenta que es bueno estar allí. Pero también tomamos conciencia de que todo lo pasado, todo lo padecido, sufrido y perdido en el trayecto, valía la pena si ese era el precio por estar allí. Y sentimos que ya no somos los mismos…
En nuestro inicio al emprender el camino espiritual buscamos respuestas a ciertas preguntas.
¿Por qué no soy feliz? Y a medida que avanzamos nos vamos dando cuenta que las insatisfacciones no están ligadas a la falta de éxito, ni a las privaciones económicas, ni a la carencia de posesiones o de logros. La infelicidad es la consecuencia de una pésima adaptación de la persona a una realidad en la que supone que no tiene posibilidades de lograr lo que cree que le es imprescindible.
Son infelices los que en lugar de enfrentar a la realidad intentan huir de ella.
Son infelices los que, en vez de intentar poner su trabajo y su energía al servicio de superar un problema, las consagran a negar su existencia y sus circunstancias.
Son infelices los que, en lugar de aceptar el dolor de una pérdida o de una frustración, se llenan de sustitutos y escapismos para no pensar en ello.
Son infelices los que, por no aceptar que no pueden ser queridos por todos, se inventan un personaje agradable y complaciente con las personas que les rodean.
Son infelices los que creen que su realización depende de los que otros hagan o piensen.
Son infelices aquellos a los que nada les parece nunca suficiente.
“Dadle a un hombre todo lo que desea, e inmediatamente pensará que ese todo ya no es todo” – Emmanuel Kant

 Psicoterapia Gestalt

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