Ser Libres para aprender, Walter Riso

Se nos ha enseñado que la libertad mental es algo que se alcanza luego de recorrer un espinoso camino. Con esfuerzo y voluntad sostenida y luego de atiborrar nuestro aparato cognitivo de información, veremos la luz al final del túnel. Siguiendo a Kant y a los precursores de la ilustración, la premisa que retumba en nuestras cabezas es la de que el conocimiento nos hará libres: pensar, comprender y la razón como precursora de la emancipación psicológica. Suena razonable, pero tengo mis dudas. A veces veo la cosa al revés y no me disgusta. Una mente embotada y repleta de deberes es lenta y pesada, salta de un concepto a otro pero no toca tierra. Conocimiento no es sinónimo de sabiduría. La persona que aprende en un sentido serio (honesto), inevitablemente se transforma, no hay sabiduría sin inocencia. No niego la instrucción en sí, lo que sostengo es que solo una mentalidad libre, no atada ni devota a conocimientos previos, puede abrirse a lo nuevo y asimilarlo sin distorsiones. Entonces, la libertad estaría al principio, como un requisito dinámico y plástico que facilita el entendimiento, y no al final. Conocer y asombrarse deben ir de la mano para que los acontecimientos nos sacudan y podamos ver las cosas como son, sin el filtro del prejuicio, los dogmas o la influencia de cualquier autoridad moral o erudita. Saber es descubrir y descubrirse concientemente del proceso de enseñanza/aprendizaje, no es acumular datos como lo hace el autómata o la máquina.

El conocimiento guardado en la memoria es necesario para ciertas actividades, ubicarnos en el mundo y resolver problemas técnicos (la ciencia se mueve así), pero en lo psicológico, el encuentro con lo nuevo requiere no ser tocada por lo viejo para mantener su esencia y ver la cosa en sí. No se trata de repetir o imitar, sino aceptar el hecho para mirarlo en su verdadera dimensión. Sin embargo, la mala educación nos seduce, nos encanta la rutina y si va acompañada de la creatividad de una marmota, mejor. Es más cómodo y económico para la mente perezosa la programación y la repetición ad infinitum. Admiramos a los memoriosos, incluso los mostramos en la televisión o lo llevamos al circo, pero no decimos nada de la inocencia, de la capacidad de maravillarse y contemplar sin arrogancia, que algunas personas poseen.

“¿Que es eso?”: la pregunta ingenua y la ignorancia constructiva que nos abre puertas. “¡Ya sé a qué se parece!”: el pasado que opera tratando de encasillar la existencia. La psiquis humana funciona poniendo los hechos en compartimientos ya definidos de antemano ¿Podemos mirar algo o a alguien sin ponerle nombre? Aprender sin reconocer, quedarse en la revelación como si descorriéramos un velo para encontrar lo innombrable. Por ejemplo, tratemos de observar un vaso sin utilizar el concepto de “vaso” y la idea previa que tenemos de él. Neguemos cualquier creencia que nos predisponga e intentemos ver el vaso como si nunca hubiéramos visto uno antes, como si lo viéramos por primera vez ¿Difícil verdad? La mente esta inundada de juicios, resoluciones y percepciones petrificadas. Tenemos definiciones de casi todo y nos limitamos a comparar la realidad exterior con esa realidad interior que hemos formado a través de los años.

Para aprender, más allá de las fórmulas y de cualquier método, hay que dejarse llevar por la vivencia que nos impacta, enredarse en ella y experimentar. Dicho de otra forma: hay que salirse de la jaula. Un pájaro no aprende a volar hasta que se lanza, solo es libre cuando planea y se recuesta en el viento a su amaño. No aprendes para ser libre, aprendes cuando eres libre. Como dicen algunos maestros budistas: hay que descartar gran parte del pasado para hacer contacto con el movimiento de la vida. Entonces estaremos listos para darnos cuenta y cada célula de nuestro ser participará en el festejo.

Conocer y asombrarse deben ir de la mano para que los acontecimientos nos sacudan y podamos ver las cosas como son

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