Me quiero, no me quiero, me quiero, no me quiero…

Las personas y empresas tenemos necesidades que hemos de cubrir en alguna medida. No hablaré de la “archiconocida” pirámide de Maslow. Todos sabemos en mayor o menor medida la escala de la misma. La cual parte de las necesidades más básicas y elementales, que nos permitan sobrevivir, para una vez atravesado los diferentes estadios, llegar a la cumbre de la pirámide, que es la autorrealización.

Todas las necesidades, partiendo de las primarias, son desde luego esenciales para la supervivencia. Sin embargo, quería referirme de forma especial a una de las necesidades más importantes e irreemplazables en el ser humano. Me refiero a las necesidades emocionales, las cuales, tendemos a dejar relegadas en un segundo plano, -porque claro- primero me tengo que preocupar de comer, que es una necesidad esencial, y después veré como me siento. Sobre este punto, quiero encuadrar y enfocar la atención.

Las necesidades emocionales se han denostado y dejado atrás, en muchas ocasiones, porque expresar que se tiene esta necesidad, es a veces, “plato de mal gusto”. De hecho, a algunas personas les puede resultar “incómodo” presenciar que un “hombre”, demande la satisfacción de sus necesidades “emocionales”, y que en una situación tensa personal o profesional, “arranque a llorar”.

En las mujeres, la educación que hemos recibido hasta hace bien poco, nos hacía ser más tolerantes con ellas. Afortunadamente la Ley de Igualdad, además de ser una Ley en los aspectos formales, nos ha hecho aceptar, de forma más informal, en el día a día de la sociedad, que hombres y mujeres son iguales, y tienen los mismos derechos y obligaciones sin distinción de sexo.

Todo esto viene, porque cada vez me encuentro en mi trabajo, de forma más reiterada, la demanda exigente de las “necesidades emocionales” que piden ser cubiertas y satisfechas. En las empresas, se empieza a valorar poco a poco, -más vale tarde que nunca- que la calidad del desempeño y del rendimiento de las personas que trabajan en las mismas, (lo de trabajadores me parece muy impersonal), afecta, y mucho, al rendimiento.

De ahí que algunas empresas estén reorientando en cierta medida, parte de sus contenidos formativos hacia la Inteligencia Emocional en el trabajo.
No es menos cierto, que estamos tan preocupados por la dichosa palabra que empieza por “C..” ,y que no voy a repetir, que hace que nos olvidemos de sentir. Nuestra atención está en “facturar” al precio que sea. Hasta que esa demanda emocional,que tenemos olvidada, nos llama la atención de forma súbita, inesperada y brutal, a través de un “desbordamiento emocional”, que en ocasiones puede tener efectos más devastadores a nuestro alrededor, que la misma bomba atómica que cayó en Hiroshima.

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Lo que uno se encuentra son personas, o personas trabajadoras, que sometidas a la enorme presión del momento, muestran baja autoestima, desconfianza, apatía, poca intención de asumir retos y riesgos, dudas a la hora de decidir, etc. Y todo esto se traduce en una perenne ansiedad, que más que paralizante, puede resultar hasta fosilizante. Lo más grave, es que cuando les preguntas a las personas que manifiestan de forma visible, en su forma de hablar o moverse, cómo se encuentran, suelen responder, “nada” o “tirando”. La pregunta que vendría a colación es, ¿Tirando para donde?.

A nivel personal o privado, no hay gran diferencia entre los anteriormente expresado entre la capacidad de desempeño de una persona en su puesto de trabajo, o una persona que no trabaja. En ésta última su desempeño baja en la interacción social que se produce en casa, Y en todos aquellos que le rodean en su entorno más cercano.

No obstante, no es conveniente olvidar que el entorno más cercano a uno mismo, es precisamente, uno mismo (Intrapersonal), y por ello, cuando tengamos ese “runrún” incesante en la cabeza, que nos martillea, y bombea con “simpáticas frases y sentencias” del estilo “no vales un duro” , o “no eres nadie”, que atacan directamente a nuestra línea de flotación personal, no las dejemos pasar.

Parémoslas, escuchémoslas y atendamos a la necesidad oculta que hay tras ella. Si le respondemos de forma satisfactoria y desmontamos de donde viene, y nos damos la oportunidad de resarcir esas carencias, nuestra autoestima, y nuestra calidad de vida personal, externa e interna mejorará.
Casualmente, cuando te sientes mejor, tu autoestima, tu dignidad, tu honrilla, o “la moral”, suben unos peldaños, suele ocurrir que “casualmente”, tus resultados y desempeños personales y profesionales suben. Pero eso, es “una casualidad”.

Date la oportunidad de oírte a tí mismo con atención. Y si detectas que tienes una necesidad de amor, reconocimiento, halago, alegría, etc. Date igualmente la oportunidad de satisfacerla.
Cuando tienes hambre, comes ¿no?.
¿Qué vas a hacer cuando te des cuenta que no te quieres?.

El Coaching es una magnífica herramienta para poder ayudarte a detectar esas necesidades pendientes de satisfacer, y facilitarte el desarrollo de esas habilidades necesarias, que te ayudarán a conseguir de una forma más eficiente y eficaz tus objetivos.

José Miguel Gil
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