Nasrudin y el avaro


Un día la esposa de Nasrudin le reprochó su pobreza.
Si eres un hombre religioso –le dijo-, tendrás que rezar por dinero. Si éste es tu empleo, deben pagarte por él como pagan a los demás.
Muy bien, lo haré al pie de la letra.
Nasrudin salió al jardín y grito con toda la fuerza de sus pulmones
¡Oh, Dios mío! Te he servido todos estos años sin provecho financiero. Mi esposa dice ahora que se me ha de pagar. ¿Puedo, por tanto, y en seguida, obtener cien monedas de oro de mis salarios atrasados?
Un avaro, que vivía en la casa contigua, estaba en aquel momento contando su dinero en la azotea. Pensando tomar el pelo a Nasrudin, le echó a los pies una bolsa que contenía exactamente cien denarios de oro.
Gracias –dijo Nasrudin, y entró corriendo en casa. Enseñó las monedas a su mujer, que quedó impresionada.
Perdóname –le dijo. Nunca he creído en serio que fueras un santo, pero ahora veo que lo eres.
Durante los días que siguieron, el vecino vio que entraban en casa de Mulá toda clase de cosas lujosas.
Empezó a inquietarse, y al final se presentó en casa de Nasrudin.
Sabrás, amigo, que soy santo. ¿Qué quieres? –le saludó el Mulá.
Quiero mi dinero. Fui yo quien te echó aquella bolsa de monedas de oro, no Dios.
Tú puedes haber sido el instrumento, pero el oro no vino como resultado de que yo te lo pidiera a ti.
El avaro estaba fuera de sí.
Te llevaré inmediatamente al magistrado y se nos hará justicia.
Nasrudin accedió. Cuando salieron a la calle, Nasrudin dijo al avaro:
Yo voy vestido con harapos. Si aparezco contigo ante el magistrado, la disparidad de nuestro aspecto puede predisponer en tu favor al tribunal.
Muy bien –rugió el avaro-; ponte mi túnica y yo vestiré la tuya.
Habían recorrido unos pocos metros cuando Nasrudin dijo:
Tú vas montado y yo voy a pie. Si aparecemos así ante el magistrado, pensará que ha de fallar a favor tuyo.
¡Yo sé quien va a ganar este caso, sea cual sea su aspecto! Puedes montar mi caballo.
Nasrudin montó el caballo y su vecino le siguió a pie. Cuando les tocó el turno, el avaro explico lo ocurrido al juez.
¿Y qué contestas tú a esta acusación? –preguntó el juez al Mulá.
Señoría, este hombre es un avaro, y además, sufre de alucinaciones. SE imagina que él me dio el dinero. En realidad, vino de una fuente más elevada. Pero este hombre se imaginó que me lo daba él.
¿Cómo puedes probarlo?
No hay nada más sencillo. Sus obsesiones toman la forma de creer que le pertenecen cosas que no son suyas. Pregúntele de quién es esta túnica…
Nasrudin hizo una pausa y señaló la túnica que llevaba puesta.
¡Es mía! – gritó el avaro.
Ahora –continuo Nasrudin-, pregúntele de quién es el caballo que yo montaba al llegar a este tribunal…
¡Ibas montado en mi caballo! –exclamó el demandante.
Caso fallado –dijo el juez

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