De corazón a corazón: La importancia de la libertad y del compromiso en las relaciones íntimas, Dzogchén Pönlop Rinpoché


Con independencia de si creemos en tener más libertad o más compromiso en las relaciones íntimas, hay deseo, y es un asunto de corazón a corazón.
Cuando miramos todo el abanico de emociones que somos capaces de sentir —pasión, enfado, celos, agresión, ansiedad, miedo, etc.—, la que más destaca y marca nuestra vida es el deseo. Esto no es nada nuevo. Los antiguos de Asia, incluido Buda Shakiamuni, llamaron este mundo humano en el que vivimos «el ámbito del deseo», porque el deseo es nuestra emoción más fundamental. A partir de Freud, los psicólogos occidentales también han reconocido el papel central del deseo en la vida humana. Freud incluso lo consideraba el principal «motor» de nuestras conductas.
¿Qué es este problemático deseo? No es más que la sensación básica de querer, anhelar o ansiar algo, podamos nombrarlo o no. Y este querer puede ser muy fuerte. No hay más que ver los anuncios de la televisión y las revistas: todo, desde la comida hasta los coches, pasando por la cerveza y los medicamentos para la alergia, trata de decirnos que puede satisfacernos mejor que el siguiente producto; su belleza, su delicioso sabor, su poder se hace nuestro cuando lo usamos. Gracias al deseo tenemos un comercio dinámico y rentable. Gracias al deseo, tenemos todo un mundo de placer y dolor, romance y engaño, que no podemos controlar del todo.
Nuestro deseo puede ser ayudar a los demás, crear algo de belleza trascendente o realizar la unión con Dios. Puede ser simplemente encontrar un amor perfecto en nuestra vida. O puede que deseemos éxito, riqueza, fama: los sospechosos habituales. Sea lo que sea, en su forma más pura, ese deseo en sí no es ni positivo ni negativo, pero puede llegar a ser cualquiera de los dos, dependiendo de cómo trabajemos con él. El Buda enseñó que el deseo (y su pariente cercano y más popular, la pasión) puede ayudarnos a despertar a nuestra vida y experimentar una mayor libertad y alegría, o puede causarnos más sufrimiento y dolor.
Cuando el deseo y la pasión se desbocan, nuestra felicidad se evapora y podemos volvernos unas criaturas celosas, posesivas, enfadadas o asustadas. Incluso esos deseos ligados a nuestras más nobles creencias pueden causar un sufrimiento generalizado. ¿Qué guerra no se ha librado en nombre del honor y la superioridad moral? La cara B es que nuestros deseos y pasiones son también fuente de gran parte de la alegría y la felicidad que encontramos en el mundo. El amor que sentimos hacia otra persona y el placer que eso nos produce, así como la compasión que sentimos hacia todos los seres, proceden también del mismo sentimiento fundamental de deseo.
Así que en realidad depende de nosotros: la forma en que manejemos nuestro deseo determinará si nos va a deparar felicidad y alegría o sufrimiento y dolor. Y por supuesto, la forma en que lo manejemos tiene mucho que ver con nuestros patrones habituales. Es muy importante prestar atención a nuestro condicionamiento y a nuestras tendencias habituales en cuanto al deseo.
Si en nuestras relaciones íntimas tendemos a exagerar o magnificar nuestro deseo hasta que nos volvemos obsesivos, posesivos o un manojo de compulsiones, no hay duda de que nos veremos arrastrados por el lado neurótico de nuestras emociones. Nuestra vida será como un viaje en una montaña rusa, con un montón de subidas y bajadas y gritos. Pero a diferencia de lo que ocurre en una montaña rusa normal, el viaje del deseo neurótico no se detiene y podemos seguir gritando para siempre. Esa no es una forma sana de estar en una relación. En general, aportar ese tipo de deseo neurótico es una fórmula segura para tener una relación malsana. En última instancia no importa quién seamos —hombre, mujer, heterosexual, gay, lesbiana, transexual, blanco o negro, da igual—: no se trata de eso. Se trata de cómo trabajamos con nuestra mente.
En cualquier relación de amor, íntima, hay que encontrar el equilibrio adecuado entre libertad personal y compromiso. Cuando dos personas pueden estar juntas de un modo que se respeta el espacio individual de cada una de ellas y al mismo tiempo se expresa un compromiso inequívoco, ambas partes pueden relajarse y ser quienes son. ¿Cómo sería eso? Se podría decir que la mitad de cada miembro de la pareja pertenece al otro. Cuando las dos mitades se unen, forman una sola persona completa: eso es lo que llamamos relación o familia. Pero hay aún otras dos mitades fuera. Nuestra pareja estará unida a nosotros, pero sigue teniendo esa otra mitad que no lo está. Esa otra mitad puede incluir creencias religiosas, actividades, aficiones o deportes favoritos y programas de televisión diferentes.
Quizá a la otra mitad de nuestra pareja le guste ver las reposiciones de Will & Grace y nosotros no soportamos ese programa. Debemos respetar la libertad de nuestra pareja, las necesidades y preferencias de su otra mitad. Pero, al mismo tiempo, las dos mitades que están juntas están claramente unidas, por lo que cada una de ellas tiene cierta responsabilidad sobre la salud de la relación y el bienestar y la felicidad de la otra persona. No somos totalmente libres para hacer lo que queramos. Tenemos cierta responsabilidad respecto de la mitad de nuestra pareja que está unida a nosotros, pero no tenemos que tratar de controlar y cambiar la mitad que no lo está.
Así pues, necesitamos cierto equilibrio entre autonomía y compromiso, entre espacio individual y vínculos compartidos. El compromiso es muy bueno porque nos ayuda a no salirnos de madre, a no perder todo sentido de la autodisciplina o de la consciencia de nuestras palabras o actos. Pero respetar el espacio individual es también muy importante. De lo contrario nos volvemos posesivos y controladores, lo que no es sano. Si la relación es demasiado estrecha, ambas partes tienen la sensación de que se ahogan. Pero si está totalmente suelta y no hay sentido del compromiso o disciplina, si no hay consciencia de un terreno común, entonces no hay una auténtica conexión de corazón. Y en eso consiste una relación: en un intercambio de corazón a corazón.
La clave para trabajar con habilidad con el deseo y las relaciones íntimas es desarrollar la consciencia de nuestros patrones emocionales, especialmente de cómo manejamos las numerosas manifestaciones de nuestro deseo. ¿Soy consciente de cómo reacciono cuando me siento celoso o abandonado, o de lo predecible que soy cuando estoy disgustado? ¿Me enfado o me vuelvo dependiente o empiezo a urdir una venganza emocional? ¿Qué me ayuda a estar abierto? ¿Qué desencadena mi sentido de la generosidad o del perdón? Si ni siquiera somos capaces de ver cómo se manifiestan nuestros hábitos emocionales instante a instante, no hay muchas esperanzas de transformarlas o de desarrollar una vida emocional sana.
Con la consciencia no tenemos que renunciar a nuestras emociones o huir de ellas. Lo que queremos es desarrollar una relación franca y sincera con ellas. También a ellas queremos verlas como son realmente. Llevar un momento o dos de consciencia total a una situación que está a punto de arrastrarnos puede «salvarnos» de otro viaje en la montaña rusa. Y desarrollar un buen hábito de atención plena puede ayudarnos a mantener nuestra vida emocional en un justo equilibrio. Encontrar ese equilibrio en nuestras relaciones íntimas no es solo una forma de vivir mejor; puede ser nuestra vía a una existencia más despierta y alegre. Cuando buscamos la fuente de alimentación de cualquier atracción, allí está el deseo… y la forma más despierta e irresistible de deseo es la alegría.
 Dzogchén Pönlop Rinpoché, Heart to Heart: The Importance of Freedom and Commitment in Intimate Relationships, publicado en Huffington Post el 14 de febrero de 2011.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Madres Tóxicas

DECRETO PARA PEDIR ,Conny Méndez

Constelaciones familiares: Ejercicio para la adicción