Cuento: La Pequeña ola perdida, Mooji

Érase una vez una pequeña ola que se sentía cansada e inquieta, desgastada por el ir y venir entre el horizonte y la costa. Un día oyó hablar de un Gran Océano, donde no había que deambular inquieta a merced de las mareas, donde todo estaba tranquilo y lleno de amor. En ella surgió un gran deseo de encontrar ese lugar pacífico, pero no sabía por dónde empezar.

-¿Sabes el camino hacia el Gran Océano? –preguntó a las otras olas que pasaban.
Otra ola, una Anciana muy cargada de algas, le dijo:
-He oído hablar de ese Océano, pero está muy lejos, y harán falta muchas vidas para llegar a él.
Otra ola comentó:
-He oído que si somos olas muy bondadosas y amables, y si vivimos vidas muy, muy buenas, entonces, cuando morimos, nos encontraremos en el Gran Océano.
-Todas estáis erradas, ese Océano no existe –añadió cínicamente una ola ondulante.
-¡Oye! ¡Ven conmigo! –le llamó una ola fresca con voz amistosa-. Conozco a una ola sabia que ha estado en el Gran Océano y lo conoce bien. ¡Te la presentaré!
Y salieron para allá.

Al irse, otra ola refunfuñó:
-¡Niños locos! ¿Por qué desperdiciar tanta energía buscando lugares míticos? ¿Por qué no contentarse con lo que tienes?
Pronto llegaron a la morada de la ola sabia.
-Por favor, ola sabia, ¿puedes mostrarme el Gran Océano? –imploró la pequeña ola.
La ola sabia se echó a reír en profundas y cálidas ráfagas que salpicaban la superficie del agua.
-¿Qué imaginas que es el Gran Océano, hija mía?
-He oído que es un lugar maravilloso, lleno de belleza y alegría, que allí hay amor y paz duradera –tembló la pequeña ola.
La ola sabia siguió riéndose.
-Tú estás buscando el Gran Océano, amiguita, pero ¡tú eres el Océano mismo! ¡Qué divertido que no seas consciente de ello!
Esto confundió todavía más a la pequeña ola y la enfadó un poco.
-¿Cómo es posible? No veo ningún océano. Lo único que veo son olas, olas y más olas.
-Eso es porque tú crees que eres una ola –sonrió la ola sabia.
Al oír esto, la pequeña ola chocó con frustración contra una roca cercana.
-¡No entiendo nada de lo que dices! ¿Puedes enseñarme el Gran Océano, sí o no? –presionó impaciente.
-De acuerdo, de acuerdo, amiguita determinada –dijo la ola sabia- pero, antes de eso, ¿te importaría sumergirte y masajearme mis pies doloridos?
La pequeña ola se sumergió… y desapareció como ola.
En ese momento, descubrió que el Gran Océano no era diferente de ella misma –que, de hecho, ella misma era el Gran Océano mismo-, ¡simplemente había estado soñando que era una ola suelta!
Sabiendo esto, disfrutó del juego de bailar como todas y cada una de las olas, con una alegría inmensa e interminable.

Mooji

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