Amor, fragmento de Ami el niño de las Estrellas
—Dijiste que hay personas a las que te es difícil amar, ¿verdad, Pedro?
—Sí.
—¿Es malo no amar?
—Claro –respondí.
—¿Por qué?
—Porque tú dijiste que el amor es el fundamento principal de la ley y todo eso.
—Olvídate de lo que yo te dije. Supongamos que te estoy engañando, o que estoy equivocado. Imagina un Universo sin amor.
Comencé a imaginar mundos en los que nadie amaba a nadie. Todos eran fríos y egocéntricos, porque al no haber amor, no hay freno al ego, como decía Ami. Todos luchaban contra todos y se destruían... Recordé las energías que él había mencionado, ésas capaces de producir un descalabro cósmico; imaginé a un tipo muy poderoso, pero con un fanatismo feroz, o con su ego herido hasta el punto de no importarle su propia destrucción, oprimiendo «el botón», sólo por venganza... ¡Estallaban las galaxias en una reacción en cadena!...
—Si no hubiera amor, creo que ya no existiría el Universo
–dije.
—¿Podríamos decir entonces que el amor construye y que la falta de amor destruye?
—Creo que sí.
—¿Quién creó el Universo?
—Dios.
—Si el amor construye y Dios «construyó» el Universo, ¿habrá amor en Dios?
—¡Claro! –Me llegó la imagen de un ser gigantesco y resplandeciente que creaba galaxias, mundos, estrellas...
—Procura quitarle la barba otra vez –rió Ami.
Era verdad, nuevamente lo había imaginado con barba y rostro humano; pero ahora no en las nubes, sino en medio del Universo.
—Entonces ¿podemos decir que Dios tiene mucho amor?...
—Por supuesto –dije.
—Bien, ¿y para qué creó Dios el Universo?
Pensé largo rato y no supe la respuesta. Luego protesté:
—¿No crees que soy muy joven para responder esa pregunta?
–Ami no me hizo caso.
—¿Por qué le vas a llevar esas «nueces» a tu abuelita?
—Para que las pruebe, se pondrá contenta.
—¿Por qué quieres que esté contenta?
Pensé un poco, hasta que vi la respuesta:
—Porque... ¡Porque la amo!
Me sorprendí al comprender que otra de las características del amor es desear la felicidad de aquellos a quienes amamos.
—Entonces ¿para qué Dios crea gente, mundos, paisajes, sabores, colores y aromas?
—¡Para que seamos felices! –exclamé, contento por haber comprendido algo que ignoraba.
—Muy bien. Y ahora: ¿por qué Dios desea que seamos felices?
—¡Porque nos ama! –exclamé de nuevo.
—Perfecto. ¿Hay algo superior al amor?
—Tú dijiste que era lo más importante...
—Y también dije que olvidaras lo que había dicho –sonrió–.
Hay quienes opinan que es superior el intelecto. ¿Qué vas a hacer para darle esas «nueces» a tu abuelita?
—Veré cómo le preparo una sorpresa con ellas.
—Y vas a utilizar tu intelecto para eso, ¿verdad?
—Claro, voy a pensar cómo hacer para que ella se alegre más.
—Entonces tu intelecto servirá a tu amor, ¿o al revés?
—No entiendo.
—¿Cuál es el origen de querer que tu abuelita sea dichosa, tu amor o tu intelecto?
—¡Ah! Mi amor, de ahí nace todo.
—«De ahí nace todo», tienes mucha razón, porque del amor divino surge la Creación, y del amor humano nacen las grandes motivaciones y logros del hombre.
—¿Sí?
—¡Sí, señor! Los sanos y constructivos al menos. Bien, veamos.
Primero amas y después utilizas tu intelecto para hacer feliz a tu abuela, ¿verdad?
—Tienes razón, pongo mi intelecto al servicio de mi amor; primero está el amor.
—Entonces, ¿qué hay por encima del amor?
—¿Nada? –pregunté.
—Nada –respondió. Se volvió hacia mí con una mirada clara.
—Y si vimos que hay mucho amor en Dios, ¿qué es Él?
—No sé.
—Si hay algo mayor que el amor, Dios debe de ser eso,
¿verdad?
—Ah, creo que sí.
—¿Y qué es mayor que el amor?
—No sé...
—¿Qué dijimos que había por encima del amor?
—Dijimos que no había nada.
—Entonces, ¿qué es Dios? –preguntó.
—¡Ah! «Dios es Amor», tú lo has dicho varias veces, y la Biblia también lo dice... pero yo pensaba que Dios era una persona con mucho amor...
—No, no es una persona con mucho amor. Dios es el amor mismo, el amor es Dios, o sea, Amor = Dios.
—Creo que no entiendo, Ami.
—Te dije que el amor es una fuerza, una vibración, una energía cuyos efectos pueden ser medidos con los instrumentos apropiados, como el «sensómetro», por ejemplo.
—Sí, lo recuerdo.
—La luz también es una energía o vibración.
—Sí, y los rayos X, infrarrojos y ultravioleta, y también el pensamiento, todo es vibración de la misma «cosa» en diferentes frecuencias. Mientras más alta la frecuencia, más fina es la materia o energía. Una piedra y un pensamiento son la misma «cosa» vibrando en distintas frecuencias...
—¿Qué es esa cosa? –pregunté.
—Amor.
—¿En serio?
—En serio... todo es amor, todo es Dios...
—Entonces ¿Dios creó el Universo con puro amor?
—Dios «creó» es una forma de decir; la verdad es que Dios
«se transforma» en Universo, en piedra, en ti y en mí, en estrella
y en nube...
—Entonces... ¿yo soy Dios?
Ami sonrió y dijo:
—Una gota de agua de mar no puede decir que ella sea el mar, aunque esté compuesta de las mismas sustancias. Tú estás hecho de la misma sustancia que Dios, eres amor, pero vibrando en una frecuencia no muy alta. La evolución consiste en la elevación de nuestra frecuencia vibratoria.
—¿Frecuencia vibratoria?...
—El odio es una vibración muy baja; el amor es la vibración más alta. Apúntate hacia ti mismo.
—No te entiendo, Ami.
—Cuando dices «yo», ¿hacia qué lugar te apuntas? ¿Hacia qué lugar de tu cuerpo? Apunta hacia ti mismo diciendo «yo».
Me toqué el centro del pecho con el dedo índice, diciendo «yo».
—¿Por qué no te tocaste la punta de la nariz, o la frente, o la garganta?
Me dio risa pensar en tocarme cualquier otro lugar, diciendo «yo».
—No sé por qué me apunto hacia el pecho –dije, riendo.
—Porque es allí donde estás realmente «tú». Tú eres amor, y tienes tu morada en tu corazón. Tu cabeza es una especie de «periscopio», como en un submarino. Te sirve para que tú –me tocó el pecho– puedas percibir el exterior, es un «periscopio» con un «computador» en su interior: tu cerebro. Con él entiendes cómo son las cosas de tu mundo y organizas tus funciones vitales. Tus extremidades te sirven para trasladarte de un lugar a otro y para manipular objetos, pero tú estás aquí.
–Nuevamente tocó un punto en el centro de mi pecho–. Tú eres amor. Por tanto, cualquier acción tuya en contra del amor es una acción en contra de ti mismo y en contra de Dios, que es amor. Por eso la ley fundamental del Universo es amor, y por eso el amor es la máxima posibilidad humana. Y, por último, por eso el verdadero Nombre de Dios es Amor. La espiritualidad consiste en experimentar y entregar amor, o sea, vibraciones y acciones elevadas. Ésa es mi forma de entender y practicar las cosas de Dios, Pedrito, nada más que eso.
—Ahora lo veo todo más claro, muchas gracias, Ami.
Una tonalidad rosa inundó la nave.
—Hemos llegado, Pedro, mira por la ven...
La sala de mando quedó bañada por el color suave de ese cielo rosa, más bien lila claro. Mi mente dejó de funcionar de la forma habitual, pero me resulta muy difícil explicar cómo fue cambiando mi consciencia. Comencé a sentir que yo no era «yo mismo», que no era el «yo» que soy ahora. Dejé de considerarme un chico terrestre; me había convertido de pronto en mucho más que eso, como si hubiese olvidado mi verdadera identidad desde que nací, soñando que era un jovencito llamado Pedro, y de pronto recuperase parcialmente la memoria.
Presentí que aquello que estaba viviendo de alguna forma ya lo había vivido antes; no me eran desconocidos aquel mundo ni aquel momento.
Ami y la nave desaparecieron. Estaba yo solo, llegando desde muy lejos a un encuentro largamente esperado. Descendí flotando desde las nubes rosadas y luminosas. No había ningún sol allí, la claridad era muy suave y atenuada.
Apareció un paisaje idílico: una laguna rosa en la que se deslizaban unas aves parecidas a cisnes, blancos tal vez, pero el lila del cielo dejaba su matiz en todas las cosas. En torno a la laguna había hierbas y juncos de diferentes tonalidades de verde, naranja y amarillo-rosa.
En los alrededores, a lo lejos, se veían suaves colinas tapizadas de follajes y de flores que parecían pequeñas gemas brillantes de diversos colores y tonalidades. Las nubes presentaban también variados matices de rosa y lila.
No supe si yo estaba en ese paisaje o si el paisaje estaba dentro de mí, o tal vez formábamos una unidad, pero lo que más me sorprende hoy al recordarlo, aunque no me llamó la atención desde esa otra mente mía, es que el follaje... ¡cantaba!
Las hierbas y las flores se mecían emitiendo notas musicales al son de su balanceo, mientras otras lo hacían en un sentido diferente, emitiendo notas distintas.
¡Aquellas criaturas eran conscientes!
Los juncos, las hierbas y las flores cantaban y se mecían a mi alrededor y en las colinas cercanas; entre todos interpretaban el concierto más extraordinario y colosal que yo haya jamás escuchado: el concierto de la vida en un mundo superior.
Pasé flotando sobre la orilla de las aguas; no necesitaba mover las piernas para avanzar. Una pareja de aves parecidas a cisnes, con varios polluelos nadando detrás, me miró desde sus antifaces azules con finura y respeto; me saludaron doblando con elegancia sus largos cuellos. Correspondí inclinándome apenas, pero les envié mucho cariño desde mi corazón. Los padres ordenaron a sus pequeños que también me saludasen; creo que lo hicieron a través de una orden mental o de un levísimo movimiento.
Los pequeños cisnes obedecieron doblando también los cuellos, aunque no con tanta elegancia ni armonía; por un momento perdieron el equilibrio, pero luego recuperaron la estabilidad, sacudieron nerviosamente las colitas y continuaron avanzando con cierta arrogancia infantil que me produjo ternura.
Les respondí con cariño, simulando una gran formalidad. Proseguí mi marcha flotando. Tenía una cita desde la eternidad de los tiempos: iba finalmente a encontrarme con «ella».
Apareció a lo lejos una especie de pagoda o pérgola flotando junto a la orilla. Tenía un techo al estilo japonés, sujeto por delgadas cañas entre las que subían enredaderas de hojas rosadas y flores azules, que hacían de paredes de la pagoda. Sobre el piso de maderas pulidas había almohadones de anchas franjas de colores.
Desde el techo y los pilares colgaban pequeños adornos, como incensarios de bronce u oro y jaulitas para unos coloridos insectos que parecían grillos.
Sentada sobre los almohadones serenamente estaba «ella».
La sentí cercana, inmensamente cercana; sin embargo, era la primera vez que íbamos a encontrarnos, luego de muchísimas vidas.
No nos miramos a los ojos. Queríamos alargar los momentos previos, no había que apresurar nada, tantos eones habíamos esperado ya...
Hice una reverencia, a la que ella respondió sutilmente, con un leve movimiento de su cabeza. Entré, nos comunicamos, pero no con palabras, hubiera sido demasiado vulgar, poco armonioso con ese mundo y con aquel encuentro tan anhelado.
Nuestro lenguaje consistía en un ritual artístico de levísimos y casi imperceptibles movimientos de brazos, manos o dedos, acompañado de algún sentimiento que proyectábamos vibratoriamente, sin mirarnos de manera directa todavía.
Más tarde, Ami me explicó que cuando el lenguaje hablado es insuficiente para expresar lo que sentimos, necesitamos otras formas de comunicación; entonces recurrimos al arte. Llegó el momento de mirar aquel rostro ignorado: era una bella mujer de facciones más bien orientales y piel de un color azul claro, sedosos cabellos muy negros y un lunar en medio de la despejada frente. Sentí mucho amor por ella y ella por mí. Llegaba el momento culminante. Acerqué mis manos a las suyas y... todo desapareció. Estaba junto a Ami, en la nave.
La neblina luminosa y blanca indicaba que nos íbamos de aquel mundo.
— ...tana...
Oh,
ya
regresaste
–dijo Ami.
Supe que todo aquello había ocurrido en una fracción de segundo, entre el ven y el tana de la palabra ventana que Ami pronunció apenas apareció el color rosa tras los vidrios.
Sentí angustia, como quien despierta de un sueño hermoso y se enfrenta a una opaca realidad.
¿O era al revés? ¿No sería esto un mal sueño y lo otro la realidad?...
—¡Quiero volver! –grité.
Ami, cruelmente, me había separado de «ella», desgarrándome.
No podía hacerme eso.
Aún no podía recobrar mi mente habitual; el otro «yo» estaba sobrepuesto a mi identidad normal. Por un lado era
Pedro, un niño de doce años; pero por otro lado era un ser...
¿Por qué no podía recordarlo ahora?
—Ya habrá tiempo –me tranquilizó Ami con suavidad–.
Vas a volver, pero no todavía.
Logré calmarme. Supe que era verdad, que volvería; recordé esa sensación de «no apresurar las cosas» y me quedé tranquilo.
Poco a poco fui retornando a mi normalidad, pero nunca más volvería a ser el mismo. Yo era Pedro, pero sólo momentáneamente; por otro lado era mucho más que eso. Acababa de descubrir una dimensión de mí mismo que está más allá de la apariencia externa y más allá del tiempo; más allá de mi identidad y de mi mente habitual.
—¿En qué mundo estuve?
—En un mundo situado fuera del tiempo y del espacio que tú conoces, en otra dimensión, concretamente.
—Yo estaba allí, pero no era el de siempre, era «otro»...
—Viste tu futuro, lo que serás cuando completes tu evolución hasta cierto límite, dos mil medidas, más o menos.
—¿Cuándo será eso?
—Falta tiempo y crecimiento, paciencia.
—¿Cómo es posible ver el futuro?
—Todo está sucediendo simultáneamente, más allá del tiempo que conocemos. La «novela» de tu vida se desarrolla en muchos espacios y tiempos; te saltaste unas cuantas hojas y leíste otra página, eso fue todo. Era necesario, es un pequeño estímulo para que renuncies definitivamente a la idea de que todo termina cuando dejas de respirar, y para que lo escribas y otros lo sepan.
—¿Quién era esa mujer? Siento que nos amamos, incluso ahora.
—Cada alma tiene un único complemento, una «mitad».
—¡Ella tenía la piel azul!
—Y tú también en esa otra identidad tuya, sólo que no te miraste en un espejo. –Ami volvió a reírse de mí.
—¿Ahora la tengo azul? –me miré las manos intranquilo.
—Claro que no; ella tampoco ahora.
—¿Dónde está ella en este momento?
—Por ahí... –dijo con aire misterioso.
—¡Llévame a ella, quiero verla!
—¿Y cómo la vas a reconocer?
—Tenía rostro de oriental... Aunque no recuerdo sus rasgos, tenía un lunar en la frente.
—Ella no es así en esta dimensión, igual que tú no eres como eras en esa visión –reía Ami–. En este tiempo, en este plano, ella es una niña común y corriente.
—¿Tú la conoces? ¿Sabes quién es?
—Tal vez... pero no te apresures, Pedro, recuerda que la «paz ciencia» es la ciencia de la paz, de la paz interior. No quieras abrir antes de tiempo un regalo sorpresa. La vida te irá guiando.
Dios está detrás de cada acontecimiento.
—¿Cómo la reconoceré?
—No con la mente, no con el análisis, no con el prejuicio ni con fantasías; sólo con tu corazón en perfecta armonía con tu intelecto, es decir, con sabiduría.
—Pero ¿cómo?
—Obsérvate siempre, especialmente cuando conozcas a alguien que te atraiga, pero no confundas lo externo con lo interno; no confundas las ideas de tu mente, tus deseos, tus fantasías, la moda, la conveniencia ni tus prejuicios con lo que siente de verdad tu corazón. Nos queda poco tiempo por delante. Tu abuelita va a despertar, debemos volver.
—¿Cuándo regresarás?
—Escribe el libro, luego volveré.
—¿Pongo lo de la chica de rostro oriental?
—Ponlo, pon todo, pero no olvides decir que es un cuento...
Fragmento de Ami el niño de las Estrellas
—Sí.
—¿Es malo no amar?
—Claro –respondí.
—¿Por qué?
—Porque tú dijiste que el amor es el fundamento principal de la ley y todo eso.
—Olvídate de lo que yo te dije. Supongamos que te estoy engañando, o que estoy equivocado. Imagina un Universo sin amor.
Comencé a imaginar mundos en los que nadie amaba a nadie. Todos eran fríos y egocéntricos, porque al no haber amor, no hay freno al ego, como decía Ami. Todos luchaban contra todos y se destruían... Recordé las energías que él había mencionado, ésas capaces de producir un descalabro cósmico; imaginé a un tipo muy poderoso, pero con un fanatismo feroz, o con su ego herido hasta el punto de no importarle su propia destrucción, oprimiendo «el botón», sólo por venganza... ¡Estallaban las galaxias en una reacción en cadena!...
—Si no hubiera amor, creo que ya no existiría el Universo
–dije.
—¿Podríamos decir entonces que el amor construye y que la falta de amor destruye?
—Creo que sí.
—¿Quién creó el Universo?
—Dios.
—Si el amor construye y Dios «construyó» el Universo, ¿habrá amor en Dios?
—¡Claro! –Me llegó la imagen de un ser gigantesco y resplandeciente que creaba galaxias, mundos, estrellas...
—Procura quitarle la barba otra vez –rió Ami.
Era verdad, nuevamente lo había imaginado con barba y rostro humano; pero ahora no en las nubes, sino en medio del Universo.
—Entonces ¿podemos decir que Dios tiene mucho amor?...
—Por supuesto –dije.
—Bien, ¿y para qué creó Dios el Universo?
Pensé largo rato y no supe la respuesta. Luego protesté:
—¿No crees que soy muy joven para responder esa pregunta?
–Ami no me hizo caso.
—¿Por qué le vas a llevar esas «nueces» a tu abuelita?
—Para que las pruebe, se pondrá contenta.
—¿Por qué quieres que esté contenta?
Pensé un poco, hasta que vi la respuesta:
—Porque... ¡Porque la amo!
Me sorprendí al comprender que otra de las características del amor es desear la felicidad de aquellos a quienes amamos.
—Entonces ¿para qué Dios crea gente, mundos, paisajes, sabores, colores y aromas?
—¡Para que seamos felices! –exclamé, contento por haber comprendido algo que ignoraba.
—Muy bien. Y ahora: ¿por qué Dios desea que seamos felices?
—¡Porque nos ama! –exclamé de nuevo.
—Perfecto. ¿Hay algo superior al amor?
—Tú dijiste que era lo más importante...
—Y también dije que olvidaras lo que había dicho –sonrió–.
Hay quienes opinan que es superior el intelecto. ¿Qué vas a hacer para darle esas «nueces» a tu abuelita?
—Veré cómo le preparo una sorpresa con ellas.
—Y vas a utilizar tu intelecto para eso, ¿verdad?
—Claro, voy a pensar cómo hacer para que ella se alegre más.
—Entonces tu intelecto servirá a tu amor, ¿o al revés?
—No entiendo.
—¿Cuál es el origen de querer que tu abuelita sea dichosa, tu amor o tu intelecto?
—¡Ah! Mi amor, de ahí nace todo.
—«De ahí nace todo», tienes mucha razón, porque del amor divino surge la Creación, y del amor humano nacen las grandes motivaciones y logros del hombre.
—¿Sí?
—¡Sí, señor! Los sanos y constructivos al menos. Bien, veamos.
Primero amas y después utilizas tu intelecto para hacer feliz a tu abuela, ¿verdad?
—Tienes razón, pongo mi intelecto al servicio de mi amor; primero está el amor.
—Entonces, ¿qué hay por encima del amor?
—¿Nada? –pregunté.
—Nada –respondió. Se volvió hacia mí con una mirada clara.
—Y si vimos que hay mucho amor en Dios, ¿qué es Él?
—No sé.
—Si hay algo mayor que el amor, Dios debe de ser eso,
¿verdad?
—Ah, creo que sí.
—¿Y qué es mayor que el amor?
—No sé...
—¿Qué dijimos que había por encima del amor?
—Dijimos que no había nada.
—Entonces, ¿qué es Dios? –preguntó.
—¡Ah! «Dios es Amor», tú lo has dicho varias veces, y la Biblia también lo dice... pero yo pensaba que Dios era una persona con mucho amor...
—No, no es una persona con mucho amor. Dios es el amor mismo, el amor es Dios, o sea, Amor = Dios.
—Creo que no entiendo, Ami.
—Te dije que el amor es una fuerza, una vibración, una energía cuyos efectos pueden ser medidos con los instrumentos apropiados, como el «sensómetro», por ejemplo.
—Sí, lo recuerdo.
—La luz también es una energía o vibración.
—Sí, y los rayos X, infrarrojos y ultravioleta, y también el pensamiento, todo es vibración de la misma «cosa» en diferentes frecuencias. Mientras más alta la frecuencia, más fina es la materia o energía. Una piedra y un pensamiento son la misma «cosa» vibrando en distintas frecuencias...
—¿Qué es esa cosa? –pregunté.
—Amor.
—¿En serio?
—En serio... todo es amor, todo es Dios...
—Entonces ¿Dios creó el Universo con puro amor?
—Dios «creó» es una forma de decir; la verdad es que Dios
«se transforma» en Universo, en piedra, en ti y en mí, en estrella
y en nube...
—Entonces... ¿yo soy Dios?
Ami sonrió y dijo:
—Una gota de agua de mar no puede decir que ella sea el mar, aunque esté compuesta de las mismas sustancias. Tú estás hecho de la misma sustancia que Dios, eres amor, pero vibrando en una frecuencia no muy alta. La evolución consiste en la elevación de nuestra frecuencia vibratoria.
—¿Frecuencia vibratoria?...
—El odio es una vibración muy baja; el amor es la vibración más alta. Apúntate hacia ti mismo.
—No te entiendo, Ami.
—Cuando dices «yo», ¿hacia qué lugar te apuntas? ¿Hacia qué lugar de tu cuerpo? Apunta hacia ti mismo diciendo «yo».
Me toqué el centro del pecho con el dedo índice, diciendo «yo».
—¿Por qué no te tocaste la punta de la nariz, o la frente, o la garganta?
Me dio risa pensar en tocarme cualquier otro lugar, diciendo «yo».
—No sé por qué me apunto hacia el pecho –dije, riendo.
—Porque es allí donde estás realmente «tú». Tú eres amor, y tienes tu morada en tu corazón. Tu cabeza es una especie de «periscopio», como en un submarino. Te sirve para que tú –me tocó el pecho– puedas percibir el exterior, es un «periscopio» con un «computador» en su interior: tu cerebro. Con él entiendes cómo son las cosas de tu mundo y organizas tus funciones vitales. Tus extremidades te sirven para trasladarte de un lugar a otro y para manipular objetos, pero tú estás aquí.
–Nuevamente tocó un punto en el centro de mi pecho–. Tú eres amor. Por tanto, cualquier acción tuya en contra del amor es una acción en contra de ti mismo y en contra de Dios, que es amor. Por eso la ley fundamental del Universo es amor, y por eso el amor es la máxima posibilidad humana. Y, por último, por eso el verdadero Nombre de Dios es Amor. La espiritualidad consiste en experimentar y entregar amor, o sea, vibraciones y acciones elevadas. Ésa es mi forma de entender y practicar las cosas de Dios, Pedrito, nada más que eso.
—Ahora lo veo todo más claro, muchas gracias, Ami.
Una tonalidad rosa inundó la nave.
—Hemos llegado, Pedro, mira por la ven...
La sala de mando quedó bañada por el color suave de ese cielo rosa, más bien lila claro. Mi mente dejó de funcionar de la forma habitual, pero me resulta muy difícil explicar cómo fue cambiando mi consciencia. Comencé a sentir que yo no era «yo mismo», que no era el «yo» que soy ahora. Dejé de considerarme un chico terrestre; me había convertido de pronto en mucho más que eso, como si hubiese olvidado mi verdadera identidad desde que nací, soñando que era un jovencito llamado Pedro, y de pronto recuperase parcialmente la memoria.
Presentí que aquello que estaba viviendo de alguna forma ya lo había vivido antes; no me eran desconocidos aquel mundo ni aquel momento.
Ami y la nave desaparecieron. Estaba yo solo, llegando desde muy lejos a un encuentro largamente esperado. Descendí flotando desde las nubes rosadas y luminosas. No había ningún sol allí, la claridad era muy suave y atenuada.
Apareció un paisaje idílico: una laguna rosa en la que se deslizaban unas aves parecidas a cisnes, blancos tal vez, pero el lila del cielo dejaba su matiz en todas las cosas. En torno a la laguna había hierbas y juncos de diferentes tonalidades de verde, naranja y amarillo-rosa.
En los alrededores, a lo lejos, se veían suaves colinas tapizadas de follajes y de flores que parecían pequeñas gemas brillantes de diversos colores y tonalidades. Las nubes presentaban también variados matices de rosa y lila.
No supe si yo estaba en ese paisaje o si el paisaje estaba dentro de mí, o tal vez formábamos una unidad, pero lo que más me sorprende hoy al recordarlo, aunque no me llamó la atención desde esa otra mente mía, es que el follaje... ¡cantaba!
Las hierbas y las flores se mecían emitiendo notas musicales al son de su balanceo, mientras otras lo hacían en un sentido diferente, emitiendo notas distintas.
¡Aquellas criaturas eran conscientes!
Los juncos, las hierbas y las flores cantaban y se mecían a mi alrededor y en las colinas cercanas; entre todos interpretaban el concierto más extraordinario y colosal que yo haya jamás escuchado: el concierto de la vida en un mundo superior.
Pasé flotando sobre la orilla de las aguas; no necesitaba mover las piernas para avanzar. Una pareja de aves parecidas a cisnes, con varios polluelos nadando detrás, me miró desde sus antifaces azules con finura y respeto; me saludaron doblando con elegancia sus largos cuellos. Correspondí inclinándome apenas, pero les envié mucho cariño desde mi corazón. Los padres ordenaron a sus pequeños que también me saludasen; creo que lo hicieron a través de una orden mental o de un levísimo movimiento.
Los pequeños cisnes obedecieron doblando también los cuellos, aunque no con tanta elegancia ni armonía; por un momento perdieron el equilibrio, pero luego recuperaron la estabilidad, sacudieron nerviosamente las colitas y continuaron avanzando con cierta arrogancia infantil que me produjo ternura.
Les respondí con cariño, simulando una gran formalidad. Proseguí mi marcha flotando. Tenía una cita desde la eternidad de los tiempos: iba finalmente a encontrarme con «ella».
Apareció a lo lejos una especie de pagoda o pérgola flotando junto a la orilla. Tenía un techo al estilo japonés, sujeto por delgadas cañas entre las que subían enredaderas de hojas rosadas y flores azules, que hacían de paredes de la pagoda. Sobre el piso de maderas pulidas había almohadones de anchas franjas de colores.
Desde el techo y los pilares colgaban pequeños adornos, como incensarios de bronce u oro y jaulitas para unos coloridos insectos que parecían grillos.
Sentada sobre los almohadones serenamente estaba «ella».
La sentí cercana, inmensamente cercana; sin embargo, era la primera vez que íbamos a encontrarnos, luego de muchísimas vidas.
No nos miramos a los ojos. Queríamos alargar los momentos previos, no había que apresurar nada, tantos eones habíamos esperado ya...
Hice una reverencia, a la que ella respondió sutilmente, con un leve movimiento de su cabeza. Entré, nos comunicamos, pero no con palabras, hubiera sido demasiado vulgar, poco armonioso con ese mundo y con aquel encuentro tan anhelado.
Nuestro lenguaje consistía en un ritual artístico de levísimos y casi imperceptibles movimientos de brazos, manos o dedos, acompañado de algún sentimiento que proyectábamos vibratoriamente, sin mirarnos de manera directa todavía.
Más tarde, Ami me explicó que cuando el lenguaje hablado es insuficiente para expresar lo que sentimos, necesitamos otras formas de comunicación; entonces recurrimos al arte. Llegó el momento de mirar aquel rostro ignorado: era una bella mujer de facciones más bien orientales y piel de un color azul claro, sedosos cabellos muy negros y un lunar en medio de la despejada frente. Sentí mucho amor por ella y ella por mí. Llegaba el momento culminante. Acerqué mis manos a las suyas y... todo desapareció. Estaba junto a Ami, en la nave.
La neblina luminosa y blanca indicaba que nos íbamos de aquel mundo.
— ...tana...
Oh,
ya
regresaste
–dijo Ami.
Supe que todo aquello había ocurrido en una fracción de segundo, entre el ven y el tana de la palabra ventana que Ami pronunció apenas apareció el color rosa tras los vidrios.
Sentí angustia, como quien despierta de un sueño hermoso y se enfrenta a una opaca realidad.
¿O era al revés? ¿No sería esto un mal sueño y lo otro la realidad?...
—¡Quiero volver! –grité.
Ami, cruelmente, me había separado de «ella», desgarrándome.
No podía hacerme eso.
Aún no podía recobrar mi mente habitual; el otro «yo» estaba sobrepuesto a mi identidad normal. Por un lado era
Pedro, un niño de doce años; pero por otro lado era un ser...
¿Por qué no podía recordarlo ahora?
—Ya habrá tiempo –me tranquilizó Ami con suavidad–.
Vas a volver, pero no todavía.
Logré calmarme. Supe que era verdad, que volvería; recordé esa sensación de «no apresurar las cosas» y me quedé tranquilo.
Poco a poco fui retornando a mi normalidad, pero nunca más volvería a ser el mismo. Yo era Pedro, pero sólo momentáneamente; por otro lado era mucho más que eso. Acababa de descubrir una dimensión de mí mismo que está más allá de la apariencia externa y más allá del tiempo; más allá de mi identidad y de mi mente habitual.
—¿En qué mundo estuve?
—En un mundo situado fuera del tiempo y del espacio que tú conoces, en otra dimensión, concretamente.
—Yo estaba allí, pero no era el de siempre, era «otro»...
—Viste tu futuro, lo que serás cuando completes tu evolución hasta cierto límite, dos mil medidas, más o menos.
—¿Cuándo será eso?
—Falta tiempo y crecimiento, paciencia.
—¿Cómo es posible ver el futuro?
—Todo está sucediendo simultáneamente, más allá del tiempo que conocemos. La «novela» de tu vida se desarrolla en muchos espacios y tiempos; te saltaste unas cuantas hojas y leíste otra página, eso fue todo. Era necesario, es un pequeño estímulo para que renuncies definitivamente a la idea de que todo termina cuando dejas de respirar, y para que lo escribas y otros lo sepan.
—¿Quién era esa mujer? Siento que nos amamos, incluso ahora.
—Cada alma tiene un único complemento, una «mitad».
—¡Ella tenía la piel azul!
—Y tú también en esa otra identidad tuya, sólo que no te miraste en un espejo. –Ami volvió a reírse de mí.
—¿Ahora la tengo azul? –me miré las manos intranquilo.
—Claro que no; ella tampoco ahora.
—¿Dónde está ella en este momento?
—Por ahí... –dijo con aire misterioso.
—¡Llévame a ella, quiero verla!
—¿Y cómo la vas a reconocer?
—Tenía rostro de oriental... Aunque no recuerdo sus rasgos, tenía un lunar en la frente.
—Ella no es así en esta dimensión, igual que tú no eres como eras en esa visión –reía Ami–. En este tiempo, en este plano, ella es una niña común y corriente.
—¿Tú la conoces? ¿Sabes quién es?
—Tal vez... pero no te apresures, Pedro, recuerda que la «paz ciencia» es la ciencia de la paz, de la paz interior. No quieras abrir antes de tiempo un regalo sorpresa. La vida te irá guiando.
Dios está detrás de cada acontecimiento.
—¿Cómo la reconoceré?
—No con la mente, no con el análisis, no con el prejuicio ni con fantasías; sólo con tu corazón en perfecta armonía con tu intelecto, es decir, con sabiduría.
—Pero ¿cómo?
—Obsérvate siempre, especialmente cuando conozcas a alguien que te atraiga, pero no confundas lo externo con lo interno; no confundas las ideas de tu mente, tus deseos, tus fantasías, la moda, la conveniencia ni tus prejuicios con lo que siente de verdad tu corazón. Nos queda poco tiempo por delante. Tu abuelita va a despertar, debemos volver.
—¿Cuándo regresarás?
—Escribe el libro, luego volveré.
—¿Pongo lo de la chica de rostro oriental?
—Ponlo, pon todo, pero no olvides decir que es un cuento...
Fragmento de Ami el niño de las Estrellas
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