Entrevista con Anne Ancelin-Schützenberger la madre de la psicogenealogía
Antigua resistente,
tanto teórica como mujer de acción, abierta a todas las
innovaciones, psicoanalista, analista de grupo – una de las primeras
terapeutas que utilizó el psicodrama de Moreno en Francia – y profesora
emérita de psicología en la universidad de Niza, donde dirigió durante
más de veinte años el Laboratorio de psicología social y clínica, en
otro tiempo colega de Jacques Lacan y de Françoise Dolto, se convirtió
en una celebridad en el mundo entero cuando, habiendo ya comenzado la
segunda mitad de su vida, publicó un libro que iba a convertirse en
un best-seller: “¡Ay mis ancestros!”
La psicogenalogía
comprende numerosas teorías y escuelas de pensamiento. Pero es, sin
duda, a la Dra Anne Ancelin-Schützenberger a quien debemos el impulso
inicial de este enfoque, especialmente en la sociedad francesa. El hecho
de trabajar durante mucho tiempo con enfermos aquejados de cáncer –
especialmente con la ayuda del método Simonton, que permite reforzar
el sistema inmunitario mediante visualizaciones positivas – hizo
que empezara a descubrir en sus biografías extraños fenómenos de
repetición, que hablaban de un fenómeno de identificación con personas
queridas desaparecidas. Fue así como esta terapeuta inventó el método
del “genosociograma” – una especie de árbol genealógico
muy especial que priorizaba hechos extraordinarios y/o sobrecogedores y
acontecimientos que podían causar una conmoción en bien o en mal,
enfermedades, nacimientos, accidentes, casamientos, etc, poniendo de
relieve, mediante un juego de gráficos, los lazos afectivos mayores. De
esta manera, elaboró el concepto de “síndrome de aniversario”.
“Somos
menos libres de lo que creemos, dice Anne Ancelin, pero tenemos la
posibilidad de conquistar nuestra libertad y de salir del destino
repetitivo de nuestra historia si comprendemos los complejos vínculos
que se han tejido en nuestra familia”.
¿Sú método? La «Terapia transgeneracional psicogenealógica contextual», cuya misión primera es estrechar el cerco de nuestras «lealtades invisibles» que nos obligan a «pagar las deudas» por nuestros ancestros, lo queramos o no, lo sepamos o no. Como escribe en ¡Ay mis ancestros!: “La
vida de cada uno de nosotros es una novela. Vosotros, yo, vivimos
prisioneros de una invisible tela de araña de la que también somos uno
de los directores. Si enseñáramos a nuestro tercer oído, a
nuestro tercer ojo, a comprender mejor, a oír, a ver estas repeticiones y
estas coincidencias, la existencia de cada uno de nosotros sería más
clara, más sensible a lo que somos, a lo que deberíamos ser.
Usted
es psicoanalista, pero cuando recibe a un paciente, se interesa
muy poco en su historia individual: le pide que le dé informaciones
sobre la vida de sus ancestros. Le hace que escriba fechas. ¿Cómo ha llegado a transformar así el desarrollo de la cura?
En los años setenta, iba
a analizar a domicilio a una joven sueca de treinta y cinco años que
estaba desahuciada por el cáncer. Los médicos acababan de amputarle
una parte del pie y se preparaban, impotentes, a amputar todavía más. Ya
que yo era psicoanalista, pedí a esta mujer que dejara libre su mente y
me contara todo lo que pasaba por su cabeza. Como ya sabe, este
ejercicio habría podido desarrollarse durante diez años. Había el
retrato de una mujer joven en la pared del salón. Mi paciente me dijo
que se trataba de su madre, muerta de cáncer a la edad de treinta y
cinco años. Y bueno, no sé porqué, ese día, esta doble coincidencia de
edad y enfermedad me dejó estupefacta. De pronto tuve la
impresión de que esta mujer se había programado para caer enferma a la
misma edad en que su madre había muerto de cáncer.
¿Qué le impedía pensar en la enfermedad como una simple casualidad?, ¿o más bien como una transmisión genética?
Esa es la dificultad que se plantea para
todo lo que incumbe al inconsciente, invocar como una causa el azar. En
cuanto a la genética, difícilmente podía hacer coincidir las fechas
hasta ese punto. Sobre todo porque esta historia me recordó inmediatamente otra… Me acordé de que un día mi hija me había dicho: ”¿Te
das cuenta mamá?, eres la mayor de dos niños y el segundo está muerto;
papá es el mayor de dos hijos y el segundo está muerto; yo soy la mayor
de dos hijos y el segundo está muerto”. Esto había sido
una primera conmoción. Esta vez, me dije que iba a verificar con otros
pacientes lo que intuía respecto a esta mujer. Les pedí a todos que
dibujaran su árbol genealógico y, si era posible, indicaran bajo el
nombre de los ancestros los momentos más importantes de la historia
familiar. Tuberculosis del abuelo, matrimonio de la madre, accidente
de coche del padre. También les pedí que pusieran la edad y la fecha en
las que se habían producido tales acontecimientos. Los árboles
genealógicos me revelaron repeticiones asombrosas: una familia en la que
las mujeres, leucémicas, morían durante tres generaciones en el mes de
mayo; una sucesión de cinco generaciones en la que las mujeres se
volvían bulímicas a la edad de trece años; una genealogía en la que los
hombres eran víctimas de un accidente de coche el día de la
primera vuelta a clase de su primer hijo.
¿Cómo pueden explicarse tales repeticiones? ¿Por qué repetimos cosas vividas por nuestros padres o por nuestros ancestros?
Repetir los
mismos hechos, fechas o edades que han conformado el drama familiar
de nuestros ancestros es para nosotros una manera de honrarlos y de
serles leales. Esta lealtad es la que empuja a un estudiante a
suspender un examen, con el deseo inconsciente de no estar por encima de
su padre socialmente, o a seguir siendo fabricante de instrumentos de
música de padre a hijo o, para las mujeres de una misma línea
genealógica, casarse a los dieciocho años para dar a luz a tres hijos y,
si es posible, niñas…
A veces, esta lealtad sobrepasa los límites de lo verosímil: ¿conoce
la historia de la muerte del actor Brandon Lee? Le mataron durante un
rodaje porque, desafortunadamente, alguien había dejado olvidada una
bala en un revólver que debía estar cargado con balas de fogueo.
Ahora bien, justo veinte años
antes de ese accidente, su padre, el famoso Bruce Lee, había muerto en
pleno rodaje, de una hemorragia cerebral, durante una escena en la que
debía interpretar el papel de un personaje muerto accidentalmente por un
revólver que debería haber estado cargado con balas de fogueo..
¡Estamos literalmente impulsados
por una poderosa e inconsciente fidelidad a nuestra historia familiar y
tenemos una gran dificultad para inventar algo nuevo en la vida! En
algunas familias, vemos que se repite el síndrome de aniversario
– en forma de enfermedades, muertes, abortos naturales o accidentes –
en tres, cuatro, cinco o a veces ocho generaciones. Pero hay una
razón más intrincada por la cual repetimos enfermedades, así como
accidentes de nuestros ancestros.
Si tomamos cualquier árbol genealógico,
vemos que está repleto de muertes violentas y adulterios, de anécdotas
secretas, de bastardos y de alcohólicos. Estas son cosas que se ocultan,
heridas secretas que no se quieren mostrar.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando,
por vergüenza o por conveniencia, no hablamos del incesto, de una muerte
sospechosa, de los fallos del abuelo? El silencio que se haga sobre un
tío alcohólico, creará una zona de sombra en la memoria de un hijo de la
familia, quien para colmar ese vacío y rellenar las lagunas, repetirá
en su cuerpo o en su existencia el drama que se le intenta ocultar.
En una palabra, será alcohólico como su tío.
¿Pero
esta repetición supone que ese chico sepa algo de esta vergüenza
familiar y que haya oído algo sobre su desgraciado tío… verdad?
¡Por supuesto que no! La vergüenza no
necesita evocarse en absoluto para pasar la barrera de las generaciones y
venir a perturbar un eslabón débil de la familia. Voy a darle
un ejemplo de una niña de cuatro años que, en sus pesadillas, se ve
perseguida por un monstruo. Se despierta por la noche tosiendo y, cada
año, por la misma fecha, su tos degenera en una crisis asmática.
Es el 26 de Abril, me dice la madre. Yo
conozco las fechas de la historia de Francia (muchos traumatismos
ancestrales encuentran su origen en las persecuciones o en los campos de
batalla). El 26 de Abril de 1.915, las tropas alemanas lanzaron por primera vez gas tóxico sobre las líneas francesas. Después, miles de militares franceses de la primera guerra mundial perecieron asfixiados. El
hermano del abuelo era uno de esos soldados. Le pido a la niña que
dibuje el monstruo que ve en sus pesadillas. Ella dibuja con un lápiz una máscara de gas de la guerra de 1914-1918. Sin embargo nunca había visto una máscara de gas y nunca le habían dicho nada sobre la asfixia del abuelo.
Aa pesar de todos esos obstáculos, la información pudo pasar. ¿Cómo? Quizá por el hecho de querer evitarlo.
El recuerdo del muerto mal enterrado creó en la madre una zona de
sombra en la que se ocultó el dolor. Hipótesis: a lo largo de su vida,
habrá habido lagunas en la forma de hablar de esta mujer; cada vez que
haya encontrado la ocasión de pensar en la brutal muerte de su abuelo
(una foto familiar, una imagen de guerra en la televisión), habrá
manifestado una conmoción que, sin duda, se habrá expresado primero en
la mirada, en la voz o en las actitudes más que en el contenido de las
palabras que habría podido quizá intercambiar. Habrá evitado
ver cualquier película de guerra… Habrá hablado mal de Bélgica… Habrá
tenido miedo del gas…
¿Quiere decir que las imágenes, o los secretos de familia, pasan de una generación a otra por telepatía?
No. Por la unidad dual madre-niño. Creo que durante su desarrollo en el útero, el
niño sueña como sueña su madre y que todas las imágenes del
inconsciente maternal y del co-inconsciente familiar pueden impresionar
de esta manera la memoria del niño que va a nacer. Esta hipótesis todavía no ha dado lugar a ninguna exploración científica seria. ¡Sin embargo, nos va en ello la salud!
La
fidelidad a nuestros ancestros nos gobernaría… Nuestro inconsciente nos
impulsaría a honrarla y, para ello, utilizaría medios sorprendentes:
provocar un cáncer, enviarnos bajo las ruedas de un coche. ¿Se podría
explicar esto en términos médicos?
En realidad, esta forma de maldición viene de un mecanismo que la medicina conoce cada vez mejor.
Toda muerte o idea de muerte provoca en el hombre una depresión. Perder
su propia casa o su empleo supone también un duelo. Al entrar en la
tristeza del duelo se disminuye la inmunología. Muchas personas piensan
de una forma totalmente inconsciente que van a morir a una edad concreta: “Mi madre murió a los treinta y cinco años y yo no sobrepasaré esa edad”, se dice la mujer. A la edad prevista, cae en una depresión que debilita su sistema inmunitario hasta el punto de dar lugar a un cáncer. Es el mismo mecanismo para el accidente de coche: cuando
llega la fecha aniversario de un traumatismo olvidado en la familia,
alguien puede empezar a arriesgarse de manera insensata y el accidente,
evidentemente, se produce. El inconsciente se encarga de todo eso, como
si fuera un reloj invisible.
¿Puede evitarse? ¿Se puede salir de la repetición para nacer libremente a la propia historia?
Para curarse de la repetición, primero hay que ser consciente de ella.
Recuerde la joven sueca. Cuando la ayudé a darse cuenta de que si
sucumbía a su cáncer, no habría ya nadie para poner flores en la tumba
de su madre, se operó un cambio radical en su enfermedad. Dejó de
tener síntomas, volvió a gozar de más energía y a coger peso, recuperó
su trabajo y una vida normal. Si el origen del mal está cerca de
la consciencia, visualizar el árbol genealógico y darse cuenta de
la repetición, pueden liberar al enfermo del peso de las lealtades
familiares inconscientes.
Personalmente, únicamente haciendo que
alguien dibuje su árbol genealógico, llego a poner al día en seis horas
lo que podía hacer antes en diez años cuando una persona estaba en el
diván! Pero veces también sucede que el secreto está tan escondido que la toma de conciencia no da nada. Entonces hay que recurrir al psicodrama.
Porque éste ayuda a revivir la emoción de lo que se ocultó y a borrar
la tensión que ha podido nacer entre lo que se nos oculta y lo que, de
todas maneras, hemos presentido. Hablar, llorar, gritar, golpear, previenen la conversión de la enfermedad psíquica en síntoma somático. Por ello se necesita ponerlo en escena, representarlo.
Durante una consulta, puedo invitar a un hombre a tocar la trompeta en
un episodio sangriento de la batalla de Sedan, de pie en la alfombra, al
lado del diván. Hago que interprete la muerte del bisabuelo en el campo
de batalla.
El
siglo XX ha sido el siglo de las hecatombes. Por primera vez en nuestra
historia, millones de hombres han sido enterrados – a menudo sin
sepultura – lejos de su tierra natal y lejos de sus ancestros. ¿Se
podría hablar aquí de un enorme malestar transgeneracional en nuestra
civilización?
Cuando se sabe que un muerto mal
enterrado impide que se pueda realizar debidamente el duelo en la
familia, es fácil imaginar que una hecatombe pueda generar un inmenso
malestar en nuestra civilización, en efecto. Y no cuento los
hijos de los judíos deportados a los campos de concentración que sufren
crisis asmáticas, eczemas y violentas jaquecas en las fechas
aniversario de la deportación.
Creo que un trabajo terapéutico puede hacerse también a escala de los pueblos y naciones. Cuando un ancestro ha sufrido, es fundamental para la descendencia que su dolor sea reconocido.
Fue muy importante para los Armenios ver reconocido recientemente su
genocidio por la comunidad internacional, incluso cincuenta años
después. Había que matar al fantasma. Y le apuesto a que millones de
armenios se han apaciguado en lo más profundo de su ser. Dicho esto, no
se necesitan circunstancias tan dramáticas para que el síndrome de
repetición deteriore la existencia. Por ejemplo, entre las muchas
personas que han venido a mi consulta porque estaban aquejados de
trastornos psicosomáticos inexplicables, hay algunos de ellos que
tienen pesadillas repetitivas que hacen que suspendan sistemáticamente
sus exámenes y tiren por tierra su vida profesional. Pienso en
un joven con el que descubrí que desde finales del siglo XIX, catorce
de sus primos habían suspendido el bachillerato. Cercamos el origen de
este trastorno y finalmente comprobamos que el bisabuelo de este chico
había sido expulsado de su casa la víspera del bachillerato porque se
había acostado con la criada y ésta se había quedado embarazada.
Pues bien, el biznieto llevaba todavía el peso de esta “falta original” cuidadosamente escondida por toda la familia.
¿Cómo explicar la admiración actual por la terapia transgeneracional?
Estamos viviendo un periodo de
transformación radical de nuestro entorno y de nuestra manera de pensar,
de nuestro ámbito de vida y de su contexto. Muchos terapeutas se encuentran confrontados a casos difíciles que las teorías clásicas no explican o explican mal. Permitir un enraizamiento de la persona en su propia historia forma parte de las soluciones.
¿Puede darnos un ejemplo de deuda en las cuentas familiares?
La deuda más importante de la
lealtad familiar es la de cada hijo hacia sus padres por el amor,
afecto, fatiga y consideraciones que ha recibido desde su nacimiento
hasta el momento en que se hace adulto. La manera de pagar esta
deuda es transgeneracional, es decir que lo que hemos recibido de
nuestros padres, se lo damos a nuestros hijos, etc. Pero sucede que hay
distorsiones malsanas entre los méritos y las deudas. Tomemos un ejemplo
clásico: en determinado número de familias, la hija mayor
sustenta el papel de madre de los demás niños y a veces de su propia
madre que, en ese caso, se hace ayudar, cuidar y apoyar por su hija. Es
lo que se llama parentificación. Un niño que tiene que convertirse en padre siendo muy joven, lleva un desequilibrio relación al significativo.
En realidad, es difícil comprender los
lazos transgeneracionales, el libro de los méritos y las deudas, porque
no hay nada claro. Cada familia tiene su manera de definir la lealtad
familiar. Pero el estudio transgeneracional puede aportar otro punto de
vista decisivo.
En su trabajo usted insiste sobre la importancia vital de las “reglas familiares”
Citemos algunas reglas que encontramos a menudo. Existen
familias para cuidadores/cuidados: algunos miembros cuidan a otros que
están enfermos.También familias en las que la regla es hacer cualquier
cosa para que el hijo estudie – el mayor no será el mayor de los hijos
sino el primer hijo.
Hay familias en las que se fabrica así un
hijo mayor para que se encargue de los negocios familiares. En otras
familias, varias generaciones cohabitan sistemáticamente bajo el mismo
techo…Cuando se mira un genosociograma, es importante ver bien qué
reglas están en vigor y quien las elabora.
Puede ser un abuelo, una abuela, un tío.
Cuando comenzamos a percibir bien esas reglas, podemos intentar ayudar a
que la familia alcance un mejor funcionamiento en la relación y a que
cada uno de sus miembros tenga un mayor equilibro entre deudas y
méritos. No siempre es fácil comprender todo cuando se descifra a una
familia..
Ud. también se ha interesado en el fracaso escolar que según usted sería a menudo de orden transgeneracional.
En el caso del fracaso escolar, hay que
añadir el aspecto socioeconómico de estas lealtades familiares
brillantemente analizadas por Vincent de Gauléjac, que me ha abierto
bien los ojos.
Él demuestra hasta que punto es
difícil para un buen hijo o para una buena hija sobrepasar el nivel de
estudios de su padre; por ejemplo, se pondrá enfermo la víspera del
examen o tendrá un accidente cuando va al lugar donde se realiza tal
examen. Al hacer esto, responde inconscientemente al mensaje doblemente apremiante de su padre (o de su madre): “Haz como yo, pero sobre todo no hagas como yo!” O bien: “Haré cualquier cosa por ti y quiero que triunfes… pero me da un miedo terrible que me sobrepases y nos dejes”. Ahora
bien, esos mensajes y actos fallidos datan, la mayoría de las veces, de
generaciones precedentes. Ahí también estamos gobernados por la
fidelidad a los ancestros aunque sea inconsciente o invisible.
¿Qué queda entonces del libre albedrío?
Todo. Porque se nos ha dado la elección de liberarnos de la repetición para nacer a nuestra propia historia.
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