¿Qué quiero?, Carolina Rovere
Una de las preguntas más difíciles para los seres humanos es la pregunta
por lo que se quiere. Algo que parece de lo más básico y sin embargo es
aquello que en general suscita demasiadas dificultades y sufrimientos a
lo largo de la vida.
Creo que no hace falta aclarar demasiado que no nos estamos refiriendo al querer en relación a ciertas trivialidades de la vida cotidiana, aunque a veces también formen parte del mismo escenario, sino a la dimensión que adquiere lo que se quiere como aquello que hace al fundamento de nuestra existencia.
¿Por qué una pregunta tan simple suele ser la de más difícil acceso?
Para las neurosis, el deseo en su origen presenta la particularidad de ser deseo del Otro. La lógica de un análisis nos lleva a soltarnos de las insignias de ese Otro, construido por nosotros mismos, para acceder a lo más propio, a lo más singular que habita en cada Uno. Para esto se requiere de un arduo trabajo. Cuando alguien dice que no sustentado desde el común engaño de que podría dañar a alguno de sus seres queridos, en realidad está usando un argumento para retroceder frente al propio deseo en nombre de ese Otro incrustado en nosotros mismos. Lacan propone en la última clase del Seminario sobre la Ética que: “hacer las cosas en nombre del bien, y más aún, en nombre del bien del otro, es lo que está muy lejos de ponernos al abrigo, no sólo de la culpa, sino de toda suerte de catástrofes”1. Porque, ¿quién puede estar literalmente en la piel de los otros? Indefectiblemente nuestras decisiones repercuten sobre nuestros familiares, muchas veces para su alegría y lamentablemente otras generan tristeza y dolor. ¿Quién no ha escuchado a alguien sufrir porque se terminó un amor? ¿O a algún padre que no esperaba que su hijo fuera homosexual? ¿O tal vez lamentar profundamente la pérdida de un trabajo?
¿Cuáles serían esas catástrofes de las que habla Lacan? Si bien cada cual tiene lo suyo, podemos encontrar un común denominador: una vida signada por el sufrimiento. Aunque hay que decir que es mucho más fácil y cómodo sufrir la incomodidad del malestar que aceptar, apostar y trabajar por lo que se quiere. Hay que trabajar mucho para acercarse y poder tolerar lo que se desea. Vale aclarar que no se trata de que hagamos “cualquiera” sin importarnos nada de los demás. Es un absurdo pensar que el deseo es hacer lo que se tiene ganas y listo: nada más lejos. Se trata de ser profundamente respetuosos tanto con nosotros mismos como con los demás, quienes por otra parte también tienen su propio derecho a elegir más allá de uno.
Muchas veces me encuentro preguntando a mis pacientes: Y vos, ¿qué querés? Interrogante que abre al trabajo de un análisis que se orienta en la reconciliación con el propio deseo, propiciado por la caída de ese Otro consistente que nos habita, y así liberar el goce del sufrir para dar lugar a un goce que nos beneficia.
Demos un paso más aún, el deseo así entendido siempre es novedad. En la medida en que es un camino abierto y que no sabemos cómo nos va a resultar, está asociado a la contingencia. En Psicoanálisis, la contingencia es un modo de concebir al azar como algo nuevo que se escribe, efecto de un “no hay para nadie”. Así de claro: nadie tiene la clave del buen vivir, se sabe muy poco de antemano y si quisiéramos ostentar esa sabiduría no nos conduciríamos a buen puerto. Porque es fundamental entender que a priori no hay garantías, que las consecuencias son siempre inciertas. Cuando alguien dice: “quiero ser una actriz famosa y ganar mucha plata”, pronuncia una frase que tiene más que ver con un anhelo que con el deseo. Porque cuando un sujeto puede “hacer” en consonancia con su propio deseo al ir más allá de las marcas del Otro, transita en el sitio de la contingencia que es simplemente abrirse a un nuevo camino y apostar ahí. ¡Sí hay que apostar! Ya que se siente un impulso fuerte que nos señala por donde hay que ir sin saber nunca ni cómo, ni a dónde se va a llegar.
Pensemos por ejemplo en Jo Rowling, una de las más famosas escritoras de nuestros tiempos: cuando concibió la idea de Harry Potter estaba recientemente separada y con una beba, entonces la sacaba a pasear para que se durmiera y luego ir con el cochecito a un café a escribir. El rotundo éxito de sus textos seguramente fue impensado para ella, no creo que haya imaginado nunca la fama que cosechó de esa escritura. Si bien este es un ejemplo bastante excepcional, nos muestra la lógica en la que se sustenta el con-sentir2 al deseo. El resultado viene por añadidura: surge. Pero también hay que decir que raramente es adverso.
Se requiere de una gran valentía para asumirse en una posición deseante, la audacia de saber que el Otro que no quiere lo que queremos es un invento nuestro, que la vida es de cada Uno y que se precisa de una convicción firme y decidida para trabajar por lo que queremos. Muchas veces existe la tentación a retroceder. Para quienes estuvieron acostumbrados a postergar su deseo, les es muy difícil acceder a lo que quieren, casi como si fuera un hecho traumático: demasiado bueno, too much. Y por momentos se torna tan insoportable, a punto tal que existe en estos sujetos una fuerte tendencia a echar todo por la borda, a arruinar las cosas más preciadas, situaciones que la clínica nos trae a menudo. Les comparto un ejemplo: un paciente reitera su gran temor a que él o sus queridos sufran algún ataque violento de esos que la inseguridad nos trae a diario; pero lo notable es que las actividades de rutina no llevan la impronta del peligro, como si éstas estuvieran al resguardo de cualquier sobresalto. Justamente la fatal convicción de tragedia ocurre frente a la posibilidad de realizar cosas que impliquen disfrutar y entonces las evita. Es una situación que nos muestra cómo alguien mantiene su deseo en suspenso sirviéndose de los mejores argumentos.
Admitir y hacer acorde al deseo no se da de una vez y para siempre, se requiere de un trabajo continuo y permanente para ser fieles a él. Esto es: dar lugar a la contingencia como ese sitio en donde el deseo se hace fecundo, por eso un análisis es el lugar propicio para decir: ¡Quiero! con todas las letras.
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1. Jacques Lacan, El Seminario: libro 7 “La ética del Psicoanálisis”, Buenos Aires, Paidós, 1995; Página 380.
2. Carolina Rovere y Sergio Zabalza, “Con-sentir a lo femenino”, en La palabra que falta es Una mujer, Buenos Aires, Letra Viva, 2013; Páginas 115-118.
Fte: https://www.facebook.com/pages/PSICO/531984193608739?fref=nf
Creo que no hace falta aclarar demasiado que no nos estamos refiriendo al querer en relación a ciertas trivialidades de la vida cotidiana, aunque a veces también formen parte del mismo escenario, sino a la dimensión que adquiere lo que se quiere como aquello que hace al fundamento de nuestra existencia.
¿Por qué una pregunta tan simple suele ser la de más difícil acceso?
Para las neurosis, el deseo en su origen presenta la particularidad de ser deseo del Otro. La lógica de un análisis nos lleva a soltarnos de las insignias de ese Otro, construido por nosotros mismos, para acceder a lo más propio, a lo más singular que habita en cada Uno. Para esto se requiere de un arduo trabajo. Cuando alguien dice que no sustentado desde el común engaño de que podría dañar a alguno de sus seres queridos, en realidad está usando un argumento para retroceder frente al propio deseo en nombre de ese Otro incrustado en nosotros mismos. Lacan propone en la última clase del Seminario sobre la Ética que: “hacer las cosas en nombre del bien, y más aún, en nombre del bien del otro, es lo que está muy lejos de ponernos al abrigo, no sólo de la culpa, sino de toda suerte de catástrofes”1. Porque, ¿quién puede estar literalmente en la piel de los otros? Indefectiblemente nuestras decisiones repercuten sobre nuestros familiares, muchas veces para su alegría y lamentablemente otras generan tristeza y dolor. ¿Quién no ha escuchado a alguien sufrir porque se terminó un amor? ¿O a algún padre que no esperaba que su hijo fuera homosexual? ¿O tal vez lamentar profundamente la pérdida de un trabajo?
¿Cuáles serían esas catástrofes de las que habla Lacan? Si bien cada cual tiene lo suyo, podemos encontrar un común denominador: una vida signada por el sufrimiento. Aunque hay que decir que es mucho más fácil y cómodo sufrir la incomodidad del malestar que aceptar, apostar y trabajar por lo que se quiere. Hay que trabajar mucho para acercarse y poder tolerar lo que se desea. Vale aclarar que no se trata de que hagamos “cualquiera” sin importarnos nada de los demás. Es un absurdo pensar que el deseo es hacer lo que se tiene ganas y listo: nada más lejos. Se trata de ser profundamente respetuosos tanto con nosotros mismos como con los demás, quienes por otra parte también tienen su propio derecho a elegir más allá de uno.
Muchas veces me encuentro preguntando a mis pacientes: Y vos, ¿qué querés? Interrogante que abre al trabajo de un análisis que se orienta en la reconciliación con el propio deseo, propiciado por la caída de ese Otro consistente que nos habita, y así liberar el goce del sufrir para dar lugar a un goce que nos beneficia.
Demos un paso más aún, el deseo así entendido siempre es novedad. En la medida en que es un camino abierto y que no sabemos cómo nos va a resultar, está asociado a la contingencia. En Psicoanálisis, la contingencia es un modo de concebir al azar como algo nuevo que se escribe, efecto de un “no hay para nadie”. Así de claro: nadie tiene la clave del buen vivir, se sabe muy poco de antemano y si quisiéramos ostentar esa sabiduría no nos conduciríamos a buen puerto. Porque es fundamental entender que a priori no hay garantías, que las consecuencias son siempre inciertas. Cuando alguien dice: “quiero ser una actriz famosa y ganar mucha plata”, pronuncia una frase que tiene más que ver con un anhelo que con el deseo. Porque cuando un sujeto puede “hacer” en consonancia con su propio deseo al ir más allá de las marcas del Otro, transita en el sitio de la contingencia que es simplemente abrirse a un nuevo camino y apostar ahí. ¡Sí hay que apostar! Ya que se siente un impulso fuerte que nos señala por donde hay que ir sin saber nunca ni cómo, ni a dónde se va a llegar.
Pensemos por ejemplo en Jo Rowling, una de las más famosas escritoras de nuestros tiempos: cuando concibió la idea de Harry Potter estaba recientemente separada y con una beba, entonces la sacaba a pasear para que se durmiera y luego ir con el cochecito a un café a escribir. El rotundo éxito de sus textos seguramente fue impensado para ella, no creo que haya imaginado nunca la fama que cosechó de esa escritura. Si bien este es un ejemplo bastante excepcional, nos muestra la lógica en la que se sustenta el con-sentir2 al deseo. El resultado viene por añadidura: surge. Pero también hay que decir que raramente es adverso.
Se requiere de una gran valentía para asumirse en una posición deseante, la audacia de saber que el Otro que no quiere lo que queremos es un invento nuestro, que la vida es de cada Uno y que se precisa de una convicción firme y decidida para trabajar por lo que queremos. Muchas veces existe la tentación a retroceder. Para quienes estuvieron acostumbrados a postergar su deseo, les es muy difícil acceder a lo que quieren, casi como si fuera un hecho traumático: demasiado bueno, too much. Y por momentos se torna tan insoportable, a punto tal que existe en estos sujetos una fuerte tendencia a echar todo por la borda, a arruinar las cosas más preciadas, situaciones que la clínica nos trae a menudo. Les comparto un ejemplo: un paciente reitera su gran temor a que él o sus queridos sufran algún ataque violento de esos que la inseguridad nos trae a diario; pero lo notable es que las actividades de rutina no llevan la impronta del peligro, como si éstas estuvieran al resguardo de cualquier sobresalto. Justamente la fatal convicción de tragedia ocurre frente a la posibilidad de realizar cosas que impliquen disfrutar y entonces las evita. Es una situación que nos muestra cómo alguien mantiene su deseo en suspenso sirviéndose de los mejores argumentos.
Admitir y hacer acorde al deseo no se da de una vez y para siempre, se requiere de un trabajo continuo y permanente para ser fieles a él. Esto es: dar lugar a la contingencia como ese sitio en donde el deseo se hace fecundo, por eso un análisis es el lugar propicio para decir: ¡Quiero! con todas las letras.
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1. Jacques Lacan, El Seminario: libro 7 “La ética del Psicoanálisis”, Buenos Aires, Paidós, 1995; Página 380.
2. Carolina Rovere y Sergio Zabalza, “Con-sentir a lo femenino”, en La palabra que falta es Una mujer, Buenos Aires, Letra Viva, 2013; Páginas 115-118.
Fte: https://www.facebook.com/pages/PSICO/531984193608739?fref=nf
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