Maridos de pantalón corto,Sergio Sinay
Hay conversaciones entre mujeres que suenan equívocas. Escuchemos. Una dice "el mío es muy desordenado". Otra cuenta: "el mío es insoportable cuando está enfermo y tiene que quedarse en cama". Una tercera agrega: "el mío es capaz de no hablar con nadie en todo el día porque perdió en el fútbol". Sigue la cuarta: "el mío, si no le preparo el plato que a él le gusta, no come". Llega la quinta: "el mío se va con los amigos y se olvida, lo espero con el corazón en la boca y cuando vuelve y me ve así, me miente".
Cualquiera juraría que hablan de sus hijos. Pero he comprobado que muchísimas veces este tipo de frases describe...al marido. Y escucho con frecuencia la queja entre decepcionada e impotente de mujeres que dicen "yo quiero que mi marido sea mi marido, no un hijo más".
¿Por qué razón quien un día fue el seductor de su mujer pasa a actuar como hijo de ella? ¿Cómo un hombre que en su vida social, profesional y pública puede lucir seguro, resuelto, exitoso, tiene en su vida de pareja el comportamiento de un chico? No es un misterio. A los varones se nos prepara para "hacernos hombres" en la vida laboral, en los deportes, en la política, en la calle, en la sexualidad. "Hacerse hombre" en esos aspectos significa aprender como se pueda, aunque sea solo, pero no dejar de saber y de demostrarlo. En cambio, no existe la misma presión (ni estímulo) para el desarrollo emocional, sentimental y afectivo. Así como nos las arreglamos para sobrevivir en nuestros territorios "naturales", somos bastante ignorantes, precarios e ineficaces cuando se trata de manejarnos en situaciones en las que está en juego la trama más sutil y delicada del vínculo.
Nuestros padres, en general, no supieron comunicarse emocionalmente con nosotros, mostrarnos su propio mundo interior, ofrecernos la guía de su propia conducta (abierta, explícita) en materia de afectos. Y nuestras madres a menudo cubrieron ese vacío con sobreprotección ("no me toquen al nene, pobrecito mi ángel") y con sobredosis de emocionalidad femenina. El resultado es inmadurez en la evolución de nuestra interioridad. Entonces, en situaciones domésticas o de intimidad, solemos actuar como chicos. ¿Y quién es nuestra mamá en ese caso? No es necesario que le cuente la respuesta a la mujer que está leyendo estas líneas.
Ahora bien, me resisto a hablar de "masculino" y "femenino" como de dos polos antagónicos y de varones y mujeres como de víctimas y victimarios (o viceversa). Creo que somos partes de un todo que nos involucra. Las mujeres que se quejan, con hartazgo y con razón, de tener maridos que se han convertido en hijos, ¿están seguras de que no se manejan con ellos con actitudes maternales? ¿No son educadas las mujeres, a su vez, para estar atentas a las demandas de los varones, primero en la persona de sus hijos, luego en la de sus parejas? ¿No existe una especie de dependencia femenina hacia los humores y caprichos masculinos que, finalmente, sólo conduce que se refuercen las conductas infantiles del uno y las maternales de la otra? La respuesta más sincera y vivencial sólo puede provenir de las propias interesadas.
Sería muy fácil, y bastante irresponsable, para un hombre decir que son las mujeres las culpables de este fenómeno porque "después de todo ellas nos crían así". Y también sería poco útil para ella misma que una mujer lea esto y saque como conclusión que "es verdad, somos nosotras quienes los educamos". El mejor camino para llegar a vínculos de pareja dultos, maduros y responsables es trabajar simultáneamente (pero no juntos ni amontonados) en lo que cada uno debe transformar. Los hombres, involucrarnos más con nuestros aspectos emocionales y los de nuestros hijos, hacernos cargo de esa exploración, no creer, erróneamente, que es "cosa de mujeres". De lo contrario seguiremos siendo seres infantiles por mucho lustre que nos demos en lo social, y nuestros hijos actuarán luego como hijos de sus mujeres. En cuento a ellas, quizá se trate de fortalecer su autonomía y su independencia para no quedar atadas, por temor al abandono, a un hijo no deseado: su propio marido (o novio, o amigovio).
http://www.sergiosinay.com/Articulo.aspx?id=118
Cualquiera juraría que hablan de sus hijos. Pero he comprobado que muchísimas veces este tipo de frases describe...al marido. Y escucho con frecuencia la queja entre decepcionada e impotente de mujeres que dicen "yo quiero que mi marido sea mi marido, no un hijo más".
¿Por qué razón quien un día fue el seductor de su mujer pasa a actuar como hijo de ella? ¿Cómo un hombre que en su vida social, profesional y pública puede lucir seguro, resuelto, exitoso, tiene en su vida de pareja el comportamiento de un chico? No es un misterio. A los varones se nos prepara para "hacernos hombres" en la vida laboral, en los deportes, en la política, en la calle, en la sexualidad. "Hacerse hombre" en esos aspectos significa aprender como se pueda, aunque sea solo, pero no dejar de saber y de demostrarlo. En cambio, no existe la misma presión (ni estímulo) para el desarrollo emocional, sentimental y afectivo. Así como nos las arreglamos para sobrevivir en nuestros territorios "naturales", somos bastante ignorantes, precarios e ineficaces cuando se trata de manejarnos en situaciones en las que está en juego la trama más sutil y delicada del vínculo.
Nuestros padres, en general, no supieron comunicarse emocionalmente con nosotros, mostrarnos su propio mundo interior, ofrecernos la guía de su propia conducta (abierta, explícita) en materia de afectos. Y nuestras madres a menudo cubrieron ese vacío con sobreprotección ("no me toquen al nene, pobrecito mi ángel") y con sobredosis de emocionalidad femenina. El resultado es inmadurez en la evolución de nuestra interioridad. Entonces, en situaciones domésticas o de intimidad, solemos actuar como chicos. ¿Y quién es nuestra mamá en ese caso? No es necesario que le cuente la respuesta a la mujer que está leyendo estas líneas.
Ahora bien, me resisto a hablar de "masculino" y "femenino" como de dos polos antagónicos y de varones y mujeres como de víctimas y victimarios (o viceversa). Creo que somos partes de un todo que nos involucra. Las mujeres que se quejan, con hartazgo y con razón, de tener maridos que se han convertido en hijos, ¿están seguras de que no se manejan con ellos con actitudes maternales? ¿No son educadas las mujeres, a su vez, para estar atentas a las demandas de los varones, primero en la persona de sus hijos, luego en la de sus parejas? ¿No existe una especie de dependencia femenina hacia los humores y caprichos masculinos que, finalmente, sólo conduce que se refuercen las conductas infantiles del uno y las maternales de la otra? La respuesta más sincera y vivencial sólo puede provenir de las propias interesadas.
Sería muy fácil, y bastante irresponsable, para un hombre decir que son las mujeres las culpables de este fenómeno porque "después de todo ellas nos crían así". Y también sería poco útil para ella misma que una mujer lea esto y saque como conclusión que "es verdad, somos nosotras quienes los educamos". El mejor camino para llegar a vínculos de pareja dultos, maduros y responsables es trabajar simultáneamente (pero no juntos ni amontonados) en lo que cada uno debe transformar. Los hombres, involucrarnos más con nuestros aspectos emocionales y los de nuestros hijos, hacernos cargo de esa exploración, no creer, erróneamente, que es "cosa de mujeres". De lo contrario seguiremos siendo seres infantiles por mucho lustre que nos demos en lo social, y nuestros hijos actuarán luego como hijos de sus mujeres. En cuento a ellas, quizá se trate de fortalecer su autonomía y su independencia para no quedar atadas, por temor al abandono, a un hijo no deseado: su propio marido (o novio, o amigovio).
http://www.sergiosinay.com/Articulo.aspx?id=118
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