Yo, la Victima, Laura Foletto
Tendemos a creer que no lo somos, especialmente si estamos trabajando
con nosotros mismos y ya nos consideramos concientes y fuera de este
flagelo. Lamento desilusionarte/me: nadie de nosotros lo está.
Está incrustado en nuestras células, en nuestra sangre, en nuestros comentarios y pensamientos, en nuestras relaciones. Es una raíz insidiosa, propagada lenta y profundamente a lo largo de toda/s nuestra/s vida/s, instalada en las familias y la sociedad. Nadie está libre.
Toma muchos ropajes. El más trillado es, por supuesto, el de quien está bajo el dominio de alguien (padres, hermanos, jefes, amigos, etc.). Lo reconocemos fácilmente. Lo que no vemos es que ésa es una relación disfuncional en que ambos se necesitan mutuamente. En realidad, no hay víctima/victimario, sino que los dos están sujetos a una esclavitud que los desmerece como seres humanos. Pensamos que la víctima no tiene poder aquí, pero sí lo posee: generalmente, obtiene determinados beneficios que cree que no conseguiría sola, la compasión y el apoyo de los demás, el control de las emociones del dominador a través de un sutil y complejo juego de manipulaciones en que ambos se degradan.
Otra forma de victimización es acusar a los demás de que no sean como nosotros deseamos que sean… por su bien. Muchas madres se amparan en esta manera para manejar a sus hijos, a través de la culpa, el dinero, la necesidad, el supuesto amor.
Algunos llevan una vida de desgracias y hechos dramáticos y basan su identidad en esta lucha por sobrevivir, en ser fuertes y aguantar, en continuar a pesar de todo, pero es una máscara. La verdadera solución está en rever esta actitud y crear otro tipo de vida, sin necesidad de tanto desgaste de sufrimientos y “pruebas”.
Cuando estamos en un camino de superación, pasamos de victimizarnos por personas a hacerlo por la Vida, Dios o lo más alto que encontremos. Hace un tiempo, en que estuve en contacto con vidas pasadas, noté que contaba con una nueva excusa: no sólo era infeliz por las experiencias de esta existencia sino también por las anteriores!! ¡Qué estupidez! Por suerte me di cuenta, pero no ceso de encontrar ramificaciones de esta poderosa raíz.
Cada vez que pongo las causas afuera, me victimizo. Cada vez que culpo a alguien, me victimizo. Cada vez que me juzgo menos (menos cualquier cosa), me victimizo. Cada vez que dejo de maravillarme del Ser que Soy, me victimizo. Yo soy el centro de mi mundo. Yo soy el Sol de mi vida. Yo soy Dios. Suena omnipotente, ¿no? No, eso es del Ego. Yo soy los ojos, las manos, las piernas, el corazón de Dios y co-creo con Él el mundo. Por comenzar, mi mundo.
Está incrustado en nuestras células, en nuestra sangre, en nuestros comentarios y pensamientos, en nuestras relaciones. Es una raíz insidiosa, propagada lenta y profundamente a lo largo de toda/s nuestra/s vida/s, instalada en las familias y la sociedad. Nadie está libre.
Toma muchos ropajes. El más trillado es, por supuesto, el de quien está bajo el dominio de alguien (padres, hermanos, jefes, amigos, etc.). Lo reconocemos fácilmente. Lo que no vemos es que ésa es una relación disfuncional en que ambos se necesitan mutuamente. En realidad, no hay víctima/victimario, sino que los dos están sujetos a una esclavitud que los desmerece como seres humanos. Pensamos que la víctima no tiene poder aquí, pero sí lo posee: generalmente, obtiene determinados beneficios que cree que no conseguiría sola, la compasión y el apoyo de los demás, el control de las emociones del dominador a través de un sutil y complejo juego de manipulaciones en que ambos se degradan.
Otra forma de victimización es acusar a los demás de que no sean como nosotros deseamos que sean… por su bien. Muchas madres se amparan en esta manera para manejar a sus hijos, a través de la culpa, el dinero, la necesidad, el supuesto amor.
Algunos llevan una vida de desgracias y hechos dramáticos y basan su identidad en esta lucha por sobrevivir, en ser fuertes y aguantar, en continuar a pesar de todo, pero es una máscara. La verdadera solución está en rever esta actitud y crear otro tipo de vida, sin necesidad de tanto desgaste de sufrimientos y “pruebas”.
Cuando estamos en un camino de superación, pasamos de victimizarnos por personas a hacerlo por la Vida, Dios o lo más alto que encontremos. Hace un tiempo, en que estuve en contacto con vidas pasadas, noté que contaba con una nueva excusa: no sólo era infeliz por las experiencias de esta existencia sino también por las anteriores!! ¡Qué estupidez! Por suerte me di cuenta, pero no ceso de encontrar ramificaciones de esta poderosa raíz.
Cada vez que pongo las causas afuera, me victimizo. Cada vez que culpo a alguien, me victimizo. Cada vez que me juzgo menos (menos cualquier cosa), me victimizo. Cada vez que dejo de maravillarme del Ser que Soy, me victimizo. Yo soy el centro de mi mundo. Yo soy el Sol de mi vida. Yo soy Dios. Suena omnipotente, ¿no? No, eso es del Ego. Yo soy los ojos, las manos, las piernas, el corazón de Dios y co-creo con Él el mundo. Por comenzar, mi mundo.
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