Francis Lucille: el Amor a los demás, Qué es el amor?



¿Qué es el amor? La palabra “amor” se refiere a una experiencia vivida. Es una experiencia paradójica porque a pesar de que todos hemos experimentado su realidad, parece escapar a todo intento de comprenderla, de describirla o de repetirla. El tierno deleite que teníamos en nuestra infancia, cuando mirábamos una hermosa ilustración en color, la dulce emoción cuando pensamos en un ser querido, el impulso que nos mueve a consolar a un extraño en un profundo dolor y ayudarle cuando está en peligro, la repulsión que nos invade cuando se comete crueldad contra la inocencia oprimida. Todas estas circunstancias entre muchas otras apuntan a una experiencia común que no puede ser descrita o definida. Si queremos profundizar en el descubrimiento de esta experiencia central parece que nuestra investigación se evapora debido a la falta de apoyo objetivo. Si no tengo palabras para expresarla y no hay imágenes para describirla, es porque no hay percepciones o sensaciones para experimentarla objetivamente. Sin embargo, sí que tenemos esta experiencia. Esa es la paradoja: está sin lugar a dudas presente. Tiene el mismo carácter innegable y etéreo como la presencia consciente. Conocemos esta experiencia de la misma manera que sabemos que somos conscientes.

Si tratamos de describir la trayectoria hasta el último momento en el que se cruza con lo inexpresable, parece como si el sentimiento del “yo” se disolviera, quizás sólo temporalmente, en una realidad más amplia, infinita, una bendita paz que pone fin a toda agitación emocional o intelectual. No somos ajenos a esta nueva dimensión. No es el descubrimiento de una América espiritual. Es reconocida de inmediato como absoluta intimidad y ternura. Es el centro de nuestro ser y del mundo, al mismo tiempo. Esta presencia es amor.

¿Hay alguna condición especial antes de que esta cualidad de auténtico amor y compasión sea revelada?

La condición es la desaparición temporal o permanente de la idea de un “yo” separado. Esta desaparición no puede ser nunca el resultado de una acción realizada por este “yo”. El amor vuela con sus propias alas y no conoce leyes. Es la aparición de la gracia lo que nos arranca de la hipnosis de la separación. La liberación surge de la propia libertad.

Pero no se debe concluir que todo acto y práctica destinada a establecernos como amor sea inútil. Tal decisión nos limitaría a un embotamiento intelectual. El anhelo de amor viene del amor mismo, no desde el ego separado. Por el contrario, tenemos que rendirnos a todo lo que nos lleve al amor. En esta entrega descubrimos la verdadera vida, la paz interior que siempre hemos buscado.

¿Puede el amor existir sin un objeto?

El amor sólo existe sin un objeto. El amor es el amor de lo sin-objeto por lo sin-objeto. Un objeto pone vestidos al amor, y lo viste con velos. Lo que amamos en una persona no es ni el cuerpo físico ni los pensamientos. Es la presencia consciente lo que tenemos en común con él o ella, el ser, lo sin-objeto. El velo puede ejercer un poder temporal de atracción, pero sólo el verdadero yo que permanece en el trasfondo puede darnos lo que buscamos. No amamos a los demás, amamos el amor en los demás. Esto no significa que tenemos que alejarnos de los demás para dirigirnos a Dios, lo sin-objeto, sino que vemos a los demás como una expresión de amor. Las relaciones con nuestra pareja, hijo o hija, un extraño, un extranjero cobran entonces otra dimensión. La vida cotidiana se convierte en un campo de experiencia que es siempre nuevo. Si nos acercamos a los demás como consciencia divina potencial, obligamos a Dios a que se quite la máscara, lo que hace con un milagro; y el milagro es la sonrisa de Dios.

Francis Lucille

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