¿ESTÁS PENDIENTE DEL "QUÉ DIRÁN"?, Laura Foletto


Soy de una pequeña ciudad del interior de Argentina y una cosa que me irritaba era el constante reniego de mi madre acerca de mi conducta: “¿qué van a decir los vecinos?”. Ella y ellos se juntaban para intercambiar información acerca de lo que espiaban por detrás de las persianas cerradas. Cuando nos mudamos a Buenos Aires, a otra ciudad chica del conurbano, la cosa no cambió. Siendo rebelde y rara, yo era un blanco fácil. Cuando me fui a vivir sola, mi madre lo ocultó por vergüenza por años.

En pleno centro de una gran urbe, me sentí libre finalmente. Pocos me conocían y parecía que a nadie le importaba nada. Con el tiempo, comencé a darme cuenta de que no era tan simple. Tanta persecución había hecho su efecto y a una parte mía le influenciaba lo que opinaran los otros. Tuve que hacer todo un trabajo interno para “limpiar” esta censura y obrar de acuerdo a mi esencia.

Pareciera que en estos tiempos modernos la costumbre está perimida… pero no es así. Frecuentemente, escucho de pacientes y conocidos las trabas que ello significa y los sufrimientos que depara. Esta manía social es la consecuencia (terrible) de la interrelación que tenemos con nuestros progenitores primero y con los demás después. Cuando niños, estuvimos pendientes del reconocimiento y la aprobación de nuestros padres constantemente. Era el combustible para nuestra autoestima y crecimiento. La mayoría de nosotros no la tuvimos como la necesitamos y deseamos, así que, de grandes, salimos a buscarla neuróticamente. Por un lado, hacemos cualquier cosa con tal de obtenerla; por otro, atraemos lo contrario porque así estamos programados (repetimos lo que conocimos en la niñez); por otro, criticamos a los demás, como nuestros padres hicieron con nosotros (más de lo mismo). Es un cóctel explosivo: nadie vive feliz.

Nuestra mirada está siempre en el afuera, afectada por la reacción del otro. Usada con cuidado, ella puede ser positiva si amplía y enriquece la nuestra, pero… ¿tenemos una propia? En general no. Para percibirla, es necesario que miremos hacia adentro. Que comencemos a reconocernos en nuestras sombras y luminosidades, en nuestros logros y potencialidades. Que nos aprobemos sin perfeccionismos ni exigencias. Que nos disfrutemos con merecimientos y complacencias. Que nos desarrollemos con entusiasmo e inspiración. Que creemos y creamos en amor y confianza.

Entonces, cuando nuestras miradas se encuentren, sabremos quiénes somos y qué queremos y nos apoyaremos en el camino. En algún momento, sabremos que la chispa que brilla en el fondo de los ojos es la mirada siempre amorosa de Dios/Diosa y nos reconoceremos hermanos.


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