LA FELICIDAD Y EL DESAPEGO

El desapego es una de las condiciones espirituales esenciales para ser feliz, así como el amor incondicional, la paz, el entendimiento y el perdón, entre otros. Sin embargo, la cultura contemporánea nos induce a creer que la felicidad se encuentra en lograr ciertas metas y en complacernos con objetos del mundo exterior.

El desapego significa liberarse de la necesidad de obtener lo que se ambiciona y de conservar lo que se posee. La angustia por lograr lo que se quiere llena el alma de vacío y sufrimiento. Esto no significa que es necesario no desear, significa liberarse de la obsesión y de la prisión que implica anhelar obtenerlo; sentirse bien respecto a uno mismo y lo que nos rodea. Las cosas no se buscan, llegan por si mismas.

El ser humano se desenvuelve en una realidad de dualidades. Si fuéramos felices todo el tiempo, ¿cómo podríamos saber que sentimos felicidad? Conocemos el día porque existe la noche, conocemos el calor porque existe el frío y sentimos felicidad porque existe la tristeza. La felicidad es una emoción abierta que se experimenta con gran intensidad, es una expansión del ser que hace sentir plenos y completos. Asimismo, la vida es cambio constante, no existe la felicidad constante. La dimensión humana se desenvuelve en una sucesión de emociones que se van alternando.

La felicidad puede ser cualquier evento de la vida. El sentimiento de entablar un intercambio más cercano con la persona que atiende en la panadería, el encuentro con un perro que nos saluda con entusiasmo, asistir al recital de un músico predilecto, contemplar la belleza de un magnífico amanecer. Para los tibetanos la felicidad no es una meta, es el camino por el cual se transita en la vida, una actitud que se cultiva a cada instante, un estado interior del ser. Felicidad es sentirse a gusto y en paz con uno mismo. La felicidad más grande es la que se comparte con los demás.
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