La necesidad de la desilusión y la frustración, Laura Foletto
Como comenté en “Después de nueve duros años, comienza un nuevo ciclo”, una de las cosas más fuertes que me sucedió en ese período fue el omnipresente estado de desilusión que atravesé, que se fue haciendo cada vez más fuerte hasta dinamitar casi cualquier certeza que tenía.
El vivir en fantasías ha sido una recurrencia normal en mí, que tuvo distintos despertares y consecuentes bajadas a tierra. El más fundante fue cuando era joven y me di cuenta de que me estaba perdiendo muchas oportunidades. No fue eso en sí lo importante sino tomar conciencia de que mis quimeras tenían una base de realidad: ¿por qué imaginaba esas cosas y no otras, por qué eran tan significativas para mí, por qué me emocionaban? Lo que debía hacer era creer en ellas y concretarlas de acuerdo a mis posibilidades (que obviamente no eran tan grandiosas). Fue impresionante observar cómo podía traerlas a la vida y lo maravilloso que me sentía siendo y haciendo lo que tanto había soñado.
Este proceso podía resultar en algo gratificante o decepcionante pero probaba su validez como posible. Hacer eso con metas externas puede ser fácil o difícil pero realizarlo con estados anímicos, emociones, intereses afectivos, conexiones espirituales es más complicado. Es inasible, cambiante, movilizador, indescifrable. Hacia ello me sentía impulsada cada vez más y, aunque al principio era reconfortante porque los demás registraban cuánto había “cambiado”, era nada más que las capas externas de la cebolla.
“Como es adentro es afuera” probó una vez más su legitimidad y todo se volvió una interactividad interna y externa que me mostraba quién era y qué deseaba. Y esto último se convirtió en el gran aprendizaje. Una a una mis ilusiones acerca de lo que quería se caían callada o estrepitosamente, despeñándome en un estado de decepción y frustración cada vez mayores hasta que me volví descreída, irónica y, lo peor, desconfiada.
Entonces, comencé a cuestionar mis deseos. ¿Cuánto tenían de insuficiencias egoicas, de mandatos sociales, de reconocimientos inútiles, de compensaciones dañinas? Como dijo Byron Katie: “¿Cómo sabes que no necesitas lo que quieres? Porque no lo tienes”. Lo comprendí perfectamente. Así como entendí algo que se me escapaba elusivamente: tenía lo que necesitaba. Esos “¡aha! moment” que me caen como un rayo cada tanto y que casi siempre se refieren a apreciar lo que soy, tengo y hago.
Necesitamos esas desilusiones. Nos sanan y nos vuelven a nosotros. Descartan viejos sueños y modelos que ya no vibran con lo que somos. Nos hacen darnos cuenta de que las bases son artificiales y endebles, cimientos irreales donde pretendemos construir vidas reales. Nos hacen enfrentar al temor a la incertidumbre, al aferramiento a la comodidad, la falsedad y la ignorancia (que se retroalimentan la una a la otra), al poder aparente del Ego, a la desconexión con la esencia.
Necesitamos llorar, gritar, caer para poder levantarnos verdaderos y fortalecidos. Necesitamos que se derrumben las ilusiones y las expectativas que se crearon a partir de ellas. Solo así tomamos conciencia de que ya somos lo que tanto deseamos; que venimos con un diseño que debemos respetar y bendecir; que la sencillez, la fluidez, la autenticidad, la creatividad son fuentes inagotables de felicidad y plenitud; que el cuerpo y el corazón son guías certeras. Y sobre todo que, después de tantas desilusiones, aprendemos la verdadera confianza: la de ser nosotros mismos conectados a Todo Lo Que Es.
Abracemos nuestra vulnerabilidad, seamos amables con los errores, amemos nuestra encarnación, honremos los aprendizajes, iluminemos nuestro camino a la Luz con cariño y paciencia. Este nuevo ciclo no es para deseos ni creaciones vanas y pasajeras: es para reclamar nuestra herencia sagrada y traer el potencial humano divino a la Tierra.
Fte: http://abrazarlavida.com.ar/la-necesidad-de-la-desilusion-y-la-frustracion/
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