EL VACÍO DEL ALMA O EL VACÍO EN EL ALMA
EL VACÍO DEL ALMA, es el vacío que nos otorga la desnudez de nuestros egos. Un vacío donde nos despojamos de los materialismos, donde nos aligeramos del afán de poder, del afán de tener, de las necesidades mundanas y caminamos hacia la unidad de nuestro cuerpo y de nuestra alma. Como dice Moratiel: el recipiente vacío es el que se hace digno de recibir el agua de la fuente.
Es un vacío de llenura, es un abandono del afán exterior para recibir la esencia, la verdad, la belleza, el amor y la luz de todo lo que nos rodea sin necesidad de posesionarnos de nada, sin acaparar nada de lo que se nos dé, simplemente recibimos para vivirlo, gozarlo y amarlo. Es un vacío de plenitud, es un vacío para llenar de vida los instantes de nuestra vida.
Pero hay otro vacío que resulta demoledor, que nos rompe y nos inunda, es un vacío que no le asiste, como fin, el ser llenado, sino que él por si mismo, está ya lleno de nada y de oscuridad. Es EL VACÍO EN EL ALMA.
Vivir, sentir el vacío en el alma es experimentar la nada y la oscuridad. Sentir, desde lo más hondo del ser, un descenso hacia una profundidad que no parece tener fin. Momentos que vivimos en la nada oscura, en ese vacío rompiente del alma, en esa vacuidad que nos arrasa por dentro… y no hallamos donde asirnos, ni como detener nuestra caída… es una experiencia que nos aprisiona, nos ata y nos cubre con desgarro. El ánimo nos abandona, la melancolía y la desazón nos atrapan.
En esos instantes, donde todo parece hundirse, asistámonos a nosotros mismos, siempre hay algo que nos acompaña, un ímpetu, una fuerza nos empuja, algo nos mantiene… desde dentro, sólo desde nuestro interior surge la fuerza, el sentir de nuestro ser verdadero, el impulso del alma que nos habita. La fuerza interior que nos asiste es lo que nos ayuda y nos acompaña para mantenernos atentos a la aurora, a la calma de nuestra impaciencia.
Moratiel decía: después de la noche más negra que puede habitar nuestro corazón está la luz, (...) más allá siempre hay una primavera y hay un paraíso y hay un jardín, siempre, no importa que haya que atravesar el invierno y la noche.
Resulta toda una hazaña saber esperar una espera, ser pacientes al proceso de cambio en nuestro camino, distinguir la luz en la espesura, vernos capaces de alcanzar de nuevo ese espacio, ese fragmento de existencia, donde con cierto desahogo, volvemos a respirar. Pero en nosotros está todo, sólo hay que saber encontrarlo, sólo hay que saber esperar.
Es un vacío de llenura, es un abandono del afán exterior para recibir la esencia, la verdad, la belleza, el amor y la luz de todo lo que nos rodea sin necesidad de posesionarnos de nada, sin acaparar nada de lo que se nos dé, simplemente recibimos para vivirlo, gozarlo y amarlo. Es un vacío de plenitud, es un vacío para llenar de vida los instantes de nuestra vida.
Pero hay otro vacío que resulta demoledor, que nos rompe y nos inunda, es un vacío que no le asiste, como fin, el ser llenado, sino que él por si mismo, está ya lleno de nada y de oscuridad. Es EL VACÍO EN EL ALMA.
Vivir, sentir el vacío en el alma es experimentar la nada y la oscuridad. Sentir, desde lo más hondo del ser, un descenso hacia una profundidad que no parece tener fin. Momentos que vivimos en la nada oscura, en ese vacío rompiente del alma, en esa vacuidad que nos arrasa por dentro… y no hallamos donde asirnos, ni como detener nuestra caída… es una experiencia que nos aprisiona, nos ata y nos cubre con desgarro. El ánimo nos abandona, la melancolía y la desazón nos atrapan.
En esos instantes, donde todo parece hundirse, asistámonos a nosotros mismos, siempre hay algo que nos acompaña, un ímpetu, una fuerza nos empuja, algo nos mantiene… desde dentro, sólo desde nuestro interior surge la fuerza, el sentir de nuestro ser verdadero, el impulso del alma que nos habita. La fuerza interior que nos asiste es lo que nos ayuda y nos acompaña para mantenernos atentos a la aurora, a la calma de nuestra impaciencia.
Moratiel decía: después de la noche más negra que puede habitar nuestro corazón está la luz, (...) más allá siempre hay una primavera y hay un paraíso y hay un jardín, siempre, no importa que haya que atravesar el invierno y la noche.
Resulta toda una hazaña saber esperar una espera, ser pacientes al proceso de cambio en nuestro camino, distinguir la luz en la espesura, vernos capaces de alcanzar de nuevo ese espacio, ese fragmento de existencia, donde con cierto desahogo, volvemos a respirar. Pero en nosotros está todo, sólo hay que saber encontrarlo, sólo hay que saber esperar.
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