La Luz que Porta la Enfermedad

Buscando información sobre las lecciones que proporcionan a cada uno la enfermedad, rescato una carta escrita por Mari Patxi Ayerra, una mujer de extraordinaria fortaleza y ”aguda visión interior”. Ha sido un grato placer encontrame esta mañana con esta desconocida (de cuerpo aunque no de espíritu) que generosamente nos abre su corazón y nos relata la experiencia con está viviendo a través de la enfermedad. En la última línea explica que su deseo es ayudar a alguna persona a través de la carta y segura estoy que así será. Comparto muchas de las emociones y pensamientos de Mari Patxi, por ejemplo el problema que supone resistirse a la realidad. Si todos tuvíesemos mas en cuenta nuestras convicciones y confiásemos en nosotros mismos, no cabría el desazón ni la angustia puesto que sabríamos que TODO HA SIDO ELEGIDO por uno mismo y siempre con el mismo fin: el de evolucionar. No andaríamos inmersos en la autolástima ni la tristeza porque la enfermedad siempre trae una lección y es ahí donde merece la pena volcar la atención. Al final la ACEPTACIÓN, uno de los niveles altos de la Conciencia abre las puertas del entendimiento y porta las claves que explican el porque de la elección concreta de tu enfermedad. Lo demás es perderse en un trágico laberinto sin luz ni salida. Acepta la realidad que trae cambios, aprende de las señales y mira en el interior, escucha tu respiración para centrar la atención en ti mismo, expándete en el entendimiento, y finalmente confía en tí.

GRACIAS MARI PATXI.


“Después de escuchar a Díez Alegría, este hombre tan sabio, una experiencia tan interesante, siento cierto pudor a compartir con vosotros lo que la enfermedad ha traído a mi vida. En mi mejor momento profesional, en un tiempo de estabilidad familiar, cuando estaba comenzando a disfrutar de mi ser abuela, cuando todo lo tenía atado y bien atado, mi cuerpo comenzó a molestar. Perdí la memoria en dos ocasiones y comenzaron a fallar mis ojos y mi cabeza. En un principio pensé que podría ser debido a mi exceso de pasión en mis actividades de animación, que me encantan, además de las domésticas, que me encantan menos, y me propuse un tiempo de mayor vida interior y abandono, es decir, comencé a intensificar mi parte de María y dar descanso a mi parte activista de Marta. Aún así siguió fallando mi memoria y mis ojos y cuando acudí al hospital tenía más síntomas de los que yo había percibido. Me diagnosticaron unos infartos cerebrales y una posible esclerosis múltiple e inicié mis peregrinaciones a médicos y hospitales.

De pronto estaba enferma. Comencé a sentir la fragilidad de mi cabeza. Dudaba yo de muchas cosas y, lo que es aún peor, dudaban los de alrededor de casi todas mis afirmaciones y hechos. Tenía yo una mente bastante ágil, pero desde entonces paso muchos momentos envuelta en dudas o sentada frente al ordenador o ante un armario, o ante una persona, sin otra seguridad que la duda y con la terrible sensación de que ni yo misma me puedo fiar ya de mí. Algún día mis lágrimas van a producir un cortocircuito en mi ordenador…

Hasta ese momento había sido yo la dueña de mi vida y, desde que salí del hospital, fueron los otros los dueños de mis diagnósticos y mis itinerarios sanitarios. Había perdido ese ritmo acelerado que tanto me gustaba. He sido una mujer que he exprimido la vida al máximo, que he vivido locamente “en quinta”… y ahora tengo que aprender a vivir “en primera”, a ir despaciosamente por la vida y con los otros. Me gustaba ir delante y tirar… hoy voy detrás y dejándome cuidar y empujar. Esto es lo mejor que me ha traído la enfermedad. De pronto, yo que iba en cabeza, ahora estoy aprendiendo a ir detrás ayudada por otros.

Es la misma sensación que siento cuando mis hijos corren la maratón de Madrid y toda la familia vamos de esquina en esquina, con pancartas, aplaudiéndoles y animando. A mí que me ha gustado tanto correr la maratón de la vida, hoy me toca aplaudir y animar; no dejar que se me escape la nostalgia de mis velocidades anteriores sino estar atenta a mantener el entusiasmo de los otros en su carrera.

La enfermedad me ha vuelto vulnerable, pero al mismo tiempo me ha envuelto en el maravilloso regalo de sentirme cuidada, mimada, atendida. Necesito de todo y de todos. Desde mi médico de cabecera, que no me cura pero me cuida e investiga buscando mi salud, hasta los míos, los cercanos y los lejanos, los vecinos y los amigos. A todos necesito y a todos tengo muchísimo que agradecer.

Si antes me preocupaba la jubilación de mi marido, por el freno que podría a suponer para mi actividad, hoy la enfermedad se ha ocupado de ponerme en mi sitio, de tenerle a mi lado cuidándome y apoyándome para que todo sea lo más fácil posible. Su jubilación ha sido mi regalo para facilitarme algunas tareas domésticas y para estar siempre mejor acompañada.

Quisiera aceptar con sencillez mis diez kilos de más que han traído mis cansancios y la falta de ejercicio; la visión doble, que me dificulta a ratos trabajar y me invita a “meterme hacia adentro” e interiorizar y ser más reflexiva. Hay días en que me duelen las articulaciones, mi mente está anquilosada y mi cuerpo también. Es entonces cuando tengo que recurrir a mis fuerzas profundas, recordar que “no soy lo que hago” y dejarme estar así, disminuída físicamente, sin angustias. Es entonces cuando brota con más fuerza mi energía interior y me hace ser más consciente de ser una mujer habitada.

He tenido que dejar muchas de mis actividades, que me hacían sentirme válida. He reducido las invitaciones en nuestra casa porque enseguida me canso como anfitriona… y me cuesta… me cuesta mucho no tener esa agilidad doméstica que me hacía improvisar una comida para todo el que llegara o quedarme con mis nietos siempre que me los prestaran. Parece una tontería, pero bajar el ritmo familiar es de las cosas que más me están costando. Me gustaba mantener esa casa abierta, esa mesa siempre a punto que durante tantos años hemos intentado tener.

Cuando me preguntan por teléfono qué tal estoy, me doy cuenta de que me falta la sencillez de decir “hoy estoy hecha un asco o todavía no estoy bien”… Siempre contesto que estoy estupendamente, y es porque, en el fondo fondo, allá en el último rincón del alma andan mis vanidades de querer ser la superyo. Y siento pena por no tener el mismo ritmo que mi marido, que mis hijos, que mis compañeras de trabajo o mis amigos, y a veces lloro un rato y me enfurezco por dentro. No me gusta ser “aguafiestas”, pero tengo días en que mi cuerpo no responde y tengo que pasármelo tumbada o sentada, sin hacer nada más.

Pero cuando me pongo en oración todo se coloca en su sitio. Ya no siento pena por lo que fui y no soy, sino que siento unos deseos enormes de vivir el presente, así, sin memoria y disfrutarlo a pleno pulmón, como estoy, sin enmascarar la enfermedad. Y siento que en el proyecto que tiene Dios para mí también entra la fragilidad del estar enferma, incluso sin diagnóstico concreto, y que yo que soy una habladora, de lo divino y de lo humano, también tengo que contar cómo lo siento, cuánto lo lucho, qué resortes tengo. Y siento el sueño de Dios sobre mí, para cada día, sea de trabajo o de estar pereceando en el sofá, sólo para que los demás me mimen y, a través mío, vivan la ternura y el saber cuidar.

El tiempo de enfermedad, de cama, de soledad, es un tiempo que facilita la intimidad con Dios, me ayuda a estar aún más cerca de El y sentir su luz para mi historia personal. Y en mi diálogo con El me sosiego por dentro, me sereno y se me desvanecen los miedos, y me sumerjo del todo en cada momento, sin nostalgias del ayer ni temores del mañana.

Y mi imagen de super madre, suegra, abuela, amiga y animadora que se ha ido al garete, se ha cambiado por la de una mujer frágil, calmada, flojucha, cansada, que se deja cuidar, que necesita mucho y que genera a su alrededor detalles y ternuras que los demás le regalan. Así los míos me tienen más, los de cerca me tienen más y yo me voy desapegando un poco de mi misma. No es que me haya vuelto acaparadora, no, pongo especial cuidado en que cada uno viva su vida, sin dejarse afectar demasiado por mí enfermedad, pero para ellos también es una lección que les ofrece la vida. A ellos también les ha ocurrido algo importante, que nos une y nos vuelve tiernos.

¡Han sido tantos los regalos que he recibido en este tiempo de enfermedad!… ¡Han sido tantas las cariñadas domésticas, sanitarias, gastronómicas, afectuosas que he recibido en estos dos años y pico que necesitaría toda una vida para dar las gracias. A mí, que me ha gustado tanto regalar y regalarme, estoy teniendo el privilegio de poder hacer que otros sientan lo mismo por mí, desde mi portero, el fotocopiador, la cartera, la vecina, el compañero, la profe, el médico, el zapatero…….y un largísimo etc. de personas.

Mi cuerpo se ha estropeado, a ratos mi cabeza está confusa, mis ojos ven doble y me fallan algunas piezas más, pero mi corazón está fuerte Yo creo que también se ha inflamado y por eso he necesitado unos kilos más, para que mi capacidad de querer y de disfrutar cupiera en este cuerpo pachucho que está mejorando mi alma.

Yo he sido de las que he tirado mucho de mi cuerpo y apenas le he escuchado. He aprendido que hay que saber cuidarse para cuidar y hay que darle al cuerpo su ración de descanso, ejercicio, alimento y amores que necesita. El mío lo ha reclamado y ahora que lo cuido nos llevamos mejor.

Estoy aprendiendo a perder el control de las cosas, los momentos y las personas. Ya no soy dueña de mi agenda, porque no sé cómo voy a amanecer mañana: si radiante o hecha una piltrafa. También he aprendido a estar enferma pero estar contenta y a tener dolor, pero no sufrimiento. Me habría ganado la partida la enfermedad si no me hubiera apoyado en la capacidad de reírme de mí misma y del culebrón que os estoy contando.

Esta etapa de mi vida la estoy viviendo con intensidad, profundamente, y así he tenido la suerte de conocer otras situaciones nuevas para mí, como son los enfermos y el mundo sanitario, tan lejos de mí en otros tiempos. Hasta me ha abierto puertas para acercarme a personas ancianas o enfermas en situaciones de igualdad. El otro día recibí la unción de enfermos acompañada de los míos. Fue una experiencia preciosa de complicidad familiar. ¡Qué verdad es que cuando uno está enfermo, toda la familia está un poco enferma!… Y juntos estamos creciendo mucho con lo que nos está ocurriendo.

No sé cuánto durará esto, ni como será el desenlace, pero, da igual. Voy viviendo el día a día, intentando entrar del todo y salir del todo en cada situación. Hoy estoy bien y puedo contároslo, mañana quizás me toque estar callada y también tiene su sentido y su misión. Me gusta aprovechar mis ratos de silencio para extender mi interés por la humanidad en oración por y con el mundo.

Esta es mi vivencia de la enfermedad, siento no saber contarla mejor, pero os comparto lo que siento y lo que Dios va haciendo con ella en mi vida, por si a alguien le sirve. Gracias por vuestra atención.”

Fuente: http://medicinacuantica.net/
ftehttp://hermandadblanca.org/2011/01/10/la-luz-que-porta-la-enfermedad/

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