Para liberarse de la autoexigencia y de la necesidad de aprobación

No sé quién te ha enseñado a ser tan exigente.


No sé si es necesaria tanta dureza para contigo.

No sé si hay alguna posibilidad, 
por pequeña que sea, 
de suavizar un poco y concederte la oportunidad 
de mostrarte un rostro más amable.




Intuyo, y creo no equivocarme,
que si hubo algún animador de esta conducta, 
posiblemente hoy se dedique a otras tareas 
o se encuentre por otros parajes.

Sin embargo, tu lealtad sigue viva.
Todos aquellos “tienes que ser, hacer, 
comportarte, pensar, callar…” 
que “con tan buena intención” te brindaron, 
hoy están absolutamente obsoletos. 
Pero tu inercia vital los realimenta. 
Tu falta de mirada hacia ti, los insufla vida.

No te das cuenta, 
pero gran parte de tus necesidades 
de aprobación externa ya no son atendidas. 
Y cuando, a modo de solución, 
multiplicas la medicina de auto exigencia, 
no solo no sacias tus necesidades personales, 
sino que tu carga se hace más pesada, si cabe.
Si cumples con lo que te estás exigiendo, 
te inunda el agotamiento vital, el cansancio social. 
Si no lo haces, 
te invade la culpabilidad, el auto-reproche.
Hagas lo que hagas, el juego está perdido. 
Y desde ahí, parece no haber salida.

¿De verdad no hay salida?
En realidad, estás jugando al solitario 
y, además, sin ser consciente,
te haces trampas para evitar ganar. 
A una parte de ti, le asusta más la victoria 
que la carga de las derrotas previsibles.

¿Hasta cuándo?
Yo sé que te es fácil entender los errores ajenos, 
pero no los tuyos. 
Comprender las faltas de otros, 
pero no las tuyas. 
Aceptar las caídas, 
siempre que no seas tú quien caigas.
No confundas bienintencionada bondad 
con ingenuo buenismo. 
Tu vida es una continua e inagotable competición 
en la que tu valor parece ser irrelevante.

¿Y sabes por qué? 
Porque compites contra ti.
Y ahí no hay victoria posible. 
Porque, aunque ganes alguna batalla, 
una parte de ti 
siempre estará perdiendo la guerra definitiva.

¿Y si te dieras una tregua? 
¿Y si te dejaras en paz, aunque fuera por un instante? 
¿Y si la necesidad de necesitar aprobación externa 
quedara en suspenso y no fuera tan relevante 
el hecho de suspender?

Quizá, ese día... 
Estarías en condiciones de pasar de curso. 
Tu mochila no necesitaría tanta carga 
de libros plagados de enseñanzas caducas.
Quizá, ese día, todo fuera un poco más fácil. 
Y tú, incluso, pudieras permitirte disfrutarlo. 
Con los nervios de la primera vez,
pero disfrutarlo.

Quizá ese día te permitas decir,
con sonrisa pícara y voz traviesa...
"que les den... todo lo mejor, estén donde estén,
pero a mí que me dejen en paz".

Salud y paz.
Gracias por compartir.

Luis Bueno - Coaching Generativo

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