El valor del silencio

Las personas pueden ser más apreciadas por sus silencios que por sus palabras, porque saben escuchar.
El silencio puede ser más elocuente que cualquier palabra. Por ejemplo, en una situación límite el silencio es el que confirma el desenlace.
La gente no sabe disfrutar del silencio, que es algo que no tiene precio, sin embargo están dispuestos a gastar para escuchar ruidos molestos.
Muchos tienen dificultades para relacionarse porque tienen miedo de no saber qué decir, no se dan cuenta que para agradar es mejor no decir nada y conservar el misterio.
La naturaleza tiene silencios que son sagrados, cuando parece que hasta los pájaros dejan de cantar y la brisa deja de soplar para no quebrarlo.
Vivimos rodeados de ruidos que nos obligan a mantenernos alejados de nosotros mismos y nos mantienen pegados a las cosas; intentando tapar con música los ruidos de la calle o con conversaciones triviales hablando por teléfono y arriesgando la vida por estar desatentos.
Las cosas superficiales son ruidosas para destacarse porque están vacías de contenido; en cambio, lo que es esencial y verdadero permanece en el silencio.
Los grandes momentos exigen silencio para poder estar atentos, no distraerse y concentrarse en los significados.
Los cultos religiosos son silenciosos porque solamente en silencio está lo sagrado; el espacio entre los pensamientos; nuestra interioridad; la eternidad y el ser verdadero.
El silencio expresa mejor los sentimientos que las palabras, porque el que mucho dice poco siente.
Las palabras hieren pero el silencio es piadoso y misericordioso.
La música se expresa en función del silencio que la precede y en los momentos de mayor dramatismo es más elocuente el silencio que la música.
El ruido caótico define a una civilización como desordenada, salvaje y subversiva, que es cuando los individuos no tienen ninguna consideración hacia el otro.
El ruido es la barrera que se interpone en la comunicación social, produciendo interferencias, malos entendidos, errores, falsas interpretaciones, desavenencias, litigios, discusiones y hasta violencia física; y el silencio suele expresar con claridad los sentimientos.
El miedo a relacionarse impide hacer silencio y obliga a aturdir al otro con palabras vacías de contenido que sólo consiguen alejarlo.
Más allá de nuestros pensamientos está el silencio que puede experimentarse en la meditación como algo profundo y anhelado.
El silencio predispone a la calma y a la reflexión, es el lugar de las mejores ideas, la fuente de la creatividad.
El silencio es más real que las cosas porque es el canal que permite el surgimiento de lo verdadero.
El que ante una ofensa se queda en silencio desarma a su agresor, lo descoloca y lo inhibe y además se adueña de la situación.
El silencio es el perdón y la posibilidad de ser perdonado y es el único modo de guardar secretos.
La paradoja del silencio es que se destaca por la ausencia de ruidos, deja huellas aunque sea una incógnita, tranquiliza y produce sosiego aunque nadie lo note y sin ruido deja más lugar para la imaginación.
Sólo vale la pena romper el silencio para agradecer, porque las palabras nunca pueden expresar fielmente lo que estamos pensando.
El silencio es la mejor plegaria, el mejor camino hacia el autoconocimiento, la vía recta a la divinidad.
La muerte debe ser por fin el silencio tan deseado, que nos permita crear un mundo nuevo.
Fuente: http://psicologia.laguia2000.com

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