El “apego”, una adicción de hoy, Walter Riso


 
Una de las principales causas de sufrimiento, en esta época, surge del apego a las personas o cosas. Vivimos en un mundo de “pegantes”, incapaces de aceptar que “nada es para siempre”. ¿Qué es el apego? Se lo preguntamos al psicólogo Walter Riso, en su última visita a Buenos Aires, con motivo de su libro “Desapegarse sin anestesia. Cómo soltarse de todo aquello que nos quita energía y bienestar” (Emecé).

“El apego es una vinculación mental y emocional, generalmente obsesiva, a objetos, ideas, personas o sentimientos, originada en la creencia de que ese vínculo proveerá, de manera única y permanente, placer, seguridad o autorrealización. Lejos de que así sea, somete a la esclavitud y a la pérdida de la identidad, en tanto uno se funde con el ‘pegante’ que lo domina”, dice Riso, quien cruza ideas del budismo zen con la terapéutica cognitiva. Y continúa: “Lo que define el apego no es tanto el deseo sino la incapacidad de renunciar a él, que no es otra cosa que renunciar al placer. Para los orientales, esto es una forma de adicción; para los occidentales, una manifestación de cariño por alguien, y reservamos la palabra adicción para las drogas o el alcohol. Ciertas dependencias conductuales no están vistas como patologías y resultan socialmente aceptables”.

Las pistas del apego

A las personas que amamos, a la aprobación social, a las posesiones materiales, a la moda, a la belleza, a las compras, a las ideas, a la virtud, a las emociones, a querer hacerlo todo bien, al trabajo, al pasado y la autoridad, a Internet o al dinero. No hace demasiado tiempo que aceptamos la ludopatía -como la adicción al juego- o hablamos de shoppingadicts o de workaholics. La lista se escribe con adicciones clasificadas pero hay varias fuera de registro, como la dependencia a la moda, a la belleza o al poder.

¿Cómo advierto que estoy “pegoteada” a la belleza? Puedo mentirme diciendo que cuido mi imagen, argumentar que soy como un auto al que mando al taller todos los años. Chapa y pintura, tunearlo un poco y cambiarle los amortiguadores por allá. Pero si el quirófano es mi segundo hogar, el gimnasio mi lugar en el mundo y la peluquería mi paraíso terrenal, habría que reflexionar y mirarse en el espejo. ¿Y si no me doy cuenta? Según Riso, hay cuatro pistas claras:

1) Un deseo insaciable hacia algo o alguien.

2) La pérdida del autocontrol frente al estímulo (por eso el apego corrompe, porque nos lleva a negociar con nuestra dignidad).

3) Un malestar exagerado cuando no podemos estar con el objeto o sujeto del apego, una descomposición como la abstinencia que siente un drogadicto, aunque sin químicos.

4) La persistencia en la conducta, a sabiendas de que es inadecuada y finalmente nefasta.

El desapego es lo opuesto; una relación no obsesiva que se nota cuando uno está preparado para la pérdida. Si lo tengo bien y sino también. Es un vínculo sin miedo, sin posesión, sin identificación; donde se es emocionalmente independiente: “A uno no se le ocurre pensar que su vida no tiene sentido si no tiene ese objeto o sujeto vinculantes. ‘Te amo pero puedo seguir adelante sin ti. Me va a doler, pero sigo’. Todas las letras de los boleros son altamente peligrosas para la salud mental: ‘Sin ti, no podré vivir jamás’ o ‘Es un castigo que no estés conmigo’. Si creo que no puedo vivir sin otro, soy un esclavo y ya tengo un amo, decían los griegos. Por eso el apego es una patología de la libertad. Cuando estás desapegado, sos libre, no pertenecés, participás con el otro”, diferencia .

Causas del apego

Según Riso, hay tres puertas de entrada al apego, y en esto coinciden tanto la investigación de línea dura como las corrientes espirituales:

1) El placer. Hay gente muy vulnerable al placer, más que hedonistas, son infantiles frente al placer. Tienen inmadurez emocional y baja tolerancia a la frustración. Es un infantilismo cognitvo que los lleva a hacer berrinches si no tienen su chupete.

2) El sentido de “impermanencia”. Vas por una calle y si ves un precipicio frenás porque sabés que te vas a caer: tenés incorporada la ley de la aceleración de la gravedad. Pero no nos ocurre lo mismo con la ley de la impermanencia, que es que las cosas pasan: este reloj va a ser chatarra dentro de 10 años; dentro de 100, todos los que estamos vivos vamos a estar muertos. Todo pasa y se transforma, nada es permanente. No saberlo es padecer lo que los budistas llaman la ignorancia básica. Si uno entendiera que las cosas son prestadas, que se acaban y son de paso, ni la muerte de un hijo te podría dañar… Pero busco señales y fuentes de seguridad compensatorias: ando con el salvavidas puesto todo el día para salvarme, en vez de aprender a nadar. Para compensar un déficit personal, busco a un hombre fuerte si soy débil y me apego a él, porque me da seguridad, siendo que la seguridad no existe.

3) La compulsión a crecer, a querer ser más; es la ambición desmedida. "No es que fijemos metas y al alcanzarlas las disfrutamos; es que queremos más: el auto, el yate… Ese crecimiento personal no es sostenido, en el sentido que parto de mis capacidades reales; quiero más y más. Y en Occidente la gente lo aplaude. Eres ambicioso, eres exitoso. Y eso se convierte en una fuente de apego”, dice Riso.

¿Cómo desapegarse?

En su libro, Riso propone varios ejercicios, pero el primer paso consiste en reconocer el apego y el segundo es querer el cambio y creer que cambiar te va a hacer pasar de un sufrimiento inútil a un sufrimiento útil.

“Para salir del sufrimiento hay que sufrir -continúa Riso-. El alejamiento es un duelo pero te va a hacer crecer y luego de seis meses puede lograrse. Durante el proceso hay una etapa de reflexión donde se distingue entre pasión armoniosa y pasión obsesiva: la diferencia es que con la obsesiva llegás a la meta con gastritis o insomnio porque, al llegar, lo que te interesa es el resultado. Con la armoniosa, vas apreciando el proceso, que es motivación intrínseca: la felicidad no está en la estación sino en la manera de viajar. Me despreocupo del resultado y disfruto el proceso.

Pero, ¿todos podemos “desapegaranos”?

“Sí, jamás atendí a un paciente que no pudiera desapegarse. Hay apegos culturales y, otros, genéticos: el apego a comer, dormir, estar vinculados a otros. Pero cualquier apego ‘normal’ se puede distorsionar: el apego a tomar agua puede volverse potomanía, o sea, eso de andar todo el día con la botellita bebiendo. Los vínculos ‘normales’ pueden transformarse en apegos. Cuando se llega a una situación límite, entonces aflora la valentía y el enfermo quiere curarse. Se advierte lo inútil y lo absurdo de ese apego. Otra técnica es fortalecerse: soy adicta al chocolate, compro uno, lo huelo y lo tiro. Me pruebo, compruebo mi resistencia. La frase mágica es ‘puedo vivir sin ti’. Cuando descubro eso, viene el cambio. Hay gente que necesita más o menos tiempo”, concluye Riso.


ENTREVISTA A WALTER RISO
En diálogo con Clarín Mujer, el psicólogo describió las causas, los síntomas y los efectos de una conducta característica de la época: el apego patológico.

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