El Soñador y el Sueño, Eckhart Tolle
La no resistencia es la clave para el mayor de los poderes del universo.
A través de ella, la conciencia (el espíritu) se libera de su prisión en la forma.
No resistirse internamente a la forma (a lo que es o a lo que sucede) es negar la realidad absoluta de la forma.
La resistencia hace que el mundo y las cosas, incluida nuestra propia identidad, parezcan más reales, más sólidos y más duraderos de lo que son.
Dota al mundo y al ego de un peso y de una importancia absoluta que hacen que tomemos al mundo y a nuestra persona muy en serio.
Entonces confundimos el juego de la forma con una lucha por sobrevivir y, al ser ésa nuestra percepción, se convierte en nuestra realidad.
El sinnúmero de sucesos y de formas que adopta la vida, es por naturaleza, efímero.
Todo es pasajero.
Las cosas, los cuerpos, los egos, los sucesos, las situaciones, los pensamientos, las emociones, los deseos,
las ambiciones, los temores y el drama llegan con aire de gran importancia y cuando menos acordamos se
han ido, desvanecidos en la nada de donde salieron.
¿Alguna vez fueron reales? ¿Fueron algo más que un sueño, el sueño de la forma?
Cuando abrimos los ojos en la mañana, el sueño de la noche se disuelve y decimos, "fue sólo un sueño, no
fue real".
Pero tuvo que haber algo real en el sueño o de lo contrario no habría podido suceder.
Cuando se aproxima la muerte, podemos mirar hacia atrás y preguntarnos si la vida fue apenas otro sueño. Ahora mismo, si recuerda las vacaciones del año pasado o el drama de ayer, podrá ver que son muy parecidos al sueño de anoche.
Está el sueño y también el soñador del sueño.
El sueño es un juego breve de las formas.
Es el mundo: real en términos relativos pero no absolutos.
Y está el soñador, la realidad absoluta en la cual van y vienen las formas.
El soñador no es la persona, la persona es parte del sueño.
El soñador es el substrato en el cual aparece el sueño, la dimensión atemporal detrás del tiempo, la conciencia que vive en la forma y está detrás de ella.
El soñador es la conciencia misma, es lo que somos.
A través de ella, la conciencia (el espíritu) se libera de su prisión en la forma.
No resistirse internamente a la forma (a lo que es o a lo que sucede) es negar la realidad absoluta de la forma.
La resistencia hace que el mundo y las cosas, incluida nuestra propia identidad, parezcan más reales, más sólidos y más duraderos de lo que son.
Dota al mundo y al ego de un peso y de una importancia absoluta que hacen que tomemos al mundo y a nuestra persona muy en serio.
Entonces confundimos el juego de la forma con una lucha por sobrevivir y, al ser ésa nuestra percepción, se convierte en nuestra realidad.
El sinnúmero de sucesos y de formas que adopta la vida, es por naturaleza, efímero.
Todo es pasajero.
Las cosas, los cuerpos, los egos, los sucesos, las situaciones, los pensamientos, las emociones, los deseos,
las ambiciones, los temores y el drama llegan con aire de gran importancia y cuando menos acordamos se
han ido, desvanecidos en la nada de donde salieron.
¿Alguna vez fueron reales? ¿Fueron algo más que un sueño, el sueño de la forma?
Cuando abrimos los ojos en la mañana, el sueño de la noche se disuelve y decimos, "fue sólo un sueño, no
fue real".
Pero tuvo que haber algo real en el sueño o de lo contrario no habría podido suceder.
Cuando se aproxima la muerte, podemos mirar hacia atrás y preguntarnos si la vida fue apenas otro sueño. Ahora mismo, si recuerda las vacaciones del año pasado o el drama de ayer, podrá ver que son muy parecidos al sueño de anoche.
Está el sueño y también el soñador del sueño.
El sueño es un juego breve de las formas.
Es el mundo: real en términos relativos pero no absolutos.
Y está el soñador, la realidad absoluta en la cual van y vienen las formas.
El soñador no es la persona, la persona es parte del sueño.
El soñador es el substrato en el cual aparece el sueño, la dimensión atemporal detrás del tiempo, la conciencia que vive en la forma y está detrás de ella.
El soñador es la conciencia misma, es lo que somos.
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