Walter Riso: ¿Qué es necesario para ser fiel?

Para ciertos enamorados (por lo general más mujeres que hombres) mantenerse en los terrenos de la fidelidad es relativamente fácil, porque no se construye conceptualmente, sino que se siente. Cuando aman, la puerta se cierra automáticamente. Independiente de lo que piensen, el afecto los lleva de la mano a un bloqueo bioquímico-afectivo incompatible con cualquier nuevo invasor: “Si amo a alguien, nadie más puede entrar”. Como comer después de comer. No implica análisis racional, ética avanzada, moral trascendental ni nada por el estilo. Simplemente, el organismo no soporta la redundancia afectiva. No entran dos a la vez. En versión de Shakira: “Tontos, ciegos, sordomudos, testarudos...”, y demás, pero plenos y felices.
Estos sujetos no requieren de las técnicas modernas de autocontrol, ni tratamientos psicológicos sofisticados. Tampoco necesitan atarse como hizo Ulises al mástil del barco para que las sirenas no lo tentaran con sus irresistibles y seductores cantos. El don de la rectitud interpersonal surge per se, como si el amor produjera su propia disciplina. Una inmunidad al engaño nace desde adentro y nada les mueve el piso. El deseo afectivo se concentra en un solo punto con tal fuerza, que lo sexual queda subordinado y a su sombra. Premiados por la naturaleza o por Dios, nada los perturbará. Para ellos no hay sucursales ni desvíos: están en lo que están. Pero insisto, aquí la honestidad afectiva (aunque pueda ser racionalizada) no es producto del discernimiento, sino de la más primitiva y limpia monogamia: “No me nace”.
Para otro tipo de enamorados (más hombres que mujeres), la honestidad requiere de nuevos ingredientes. Aquí la lealtad solo se logra a base de voluntad, esfuerzo y autodisciplina ascética tipo faquir. En este grupo, la persona leal no es insensible a los embates externos y a las tentaciones del diario vivir, sino que debe oponerse a ellos valientemente y por convicción.
En estos casos con el amor no basta. Pese a que se ame profunda y sinceramente a la pareja, el deseo ajeno sigue asechando peligrosamente y el impulso está vigente. Un descuido, la subestimación del intruso o la sobrevaloración de las propias fuerzas pueden ser suficiente para trastabillar. Y en las lides del amor, un tropezón, casi siempre es caída.
Para las personas que aún amando se sienten tentadas por otras ofertas afectivas, ser fiel es en un acto de voluntad, decisión y tenacidad sostenida. Para ellos la fidelidad no es ausencias de deseo (lealtad afectiva), sino autocontrol y evitación a tiempo (lealtad mental). Firmeza en los principios y/o balance costo beneficio: “No pondré en riesgo mi relación. No quiero y no se justifica”, “Lo que tengo vale la pena” o “No violaré mis normas de conducta”. Independiente del móvil que se argumente, la clave está en no bajar la guardia. Cuando una persona atractiva nos coquetea y se acerca indiscretamente a los umbrales de nuestra vida, ojo. Si realmente quiero defender lo que he construido, debo mantenerla lejos. Cuanto más lejos mejor. Pero si subestimo su poder y la dejo traspasar los límites una vez, ya la cosa se pone difícil. Si no quiero caer en la droga es mejor no probarla.

Para resumir, podríamos decir que para alejar los “malos espíritus” y el diablillo que nos empuja a delinquir, la mejor fórmula es constancia permanente y amor al por mayor. Lo demás llega solo. Es verdad que nadie está exento, pero también es cierto que algunos son más inmunes que otros.
La fidelidad es posible, si verdaderamente la practicamos como una forma de vida. Ser fiel no es cercenar las ganas o la atracción natural, sino poner a trabajar la corteza cerebral para mantener y defender la relación que hemos construido con amor. Es estar pendiente (alerta, vigilante) y cuidar, más allá de cualquier duda, aquello que vale la pena cultivarse.
Walter Riso
Fte: http://blocjoanpi.blogspot.com/2013/01/que-es-necesario-para-ser-fiel-walter.html

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