Encontrar lo extraordinario, Virginia Gawel
Una enseñanza de vida casual, a domicilio, es el punto de partida para la nueva columna de Virginia. Porque, para iluminar el alma, basta con echar por tierra los prejuicios: solo así se podrá reconocer la luz que brilla aun en medio de la podredumbre. Quiero avisar que lo que compartiré es una historia no muy glamorosa. Pero me pareció tan valioso esto que me pasó, que anhelo convidarla. Así que… ¡allí voy! Estoy haciendo construir en mi casa (que está ubicada en el campo), un salón para grupos de estudio. Desde hace tres meses, todos los días tengo a mi alrededor una danza de hombres que realizan todo tipo de trabajo: albañiles, pintores, herrero, electricista, plomero… Hace un par de semanas tuve que llamar a una empresa para vaciar el pozo ciego y así poder conectar los caños del baño que tendrá la sala. (En los pueblos del interior no hay cloacas, sino que es “a la antigua”, con pozos hacia donde drenan los fluidos del baño. Me explico, ¿no?) Llegó entonces el camión