El velo del ego
Ellos vencen su ego, pierden toda conciencia del cuerpo,
Ellos prueban de la copa del amor en la cueva del
Empíreo[1].
— Paltu Sahib
Paltu Sahib nos habla aquí del velo que persistentemente se interpone entre el alma y su Creador. Somos almas, y Dios es la Super-Alma. Somos, por así decirlo, un átomo del Creador. Si Él es el sol, nosotros somos los rayos. ¿Cuál es ese velo que nos separa de nuestra Fuente? Es el velo del ego, del egocentrismo. Un poeta sufí ha dicho que si existe algo que nos separa del Señor es el ego. Una gota debe por sí sola ser atraída hacia el océano. Somos gotas del Océano de Omni-conciencia, pero esta gota está aprisionada en la concha del egocentrismo. Si ella pudiera escapar de su concha, sabría que ella en verdad es una gota del Océano e iría en busca de su Fuente. Sabría que por sí sola no es nada y que debe reunirse con aquello de donde emanó. Pero ahora el alma está en un estado de separación; es un átomo separado que está rodeado por el cuerpo material y sus cinco elementos. Si tan sólo pudiera experimentar su propia e insignificante pequeñez, y entender que no es más que un átomo de algo muy grande, entonces aprendería la humildad. Pero nunca nos vemos como átomos; nos vemos como grandes entidades. Aún si, debido al ego, nos vemos como grandes entidades, todavía hay esperanza para nosotros debido a la gracia de Dios. Pero tal es nuestra condición humana que estamos perdidos en los dones que recibimos del Señor, y nos hemos olvidado del Dador.
Este mundo, este universo es Su manifestación. Si pudiéramos considerar a todos los objetos que nos rodean, a todas las bellezas de la naturaleza como algo que Él ha creado, si pudiéramos ver al Creador Supremo detrás de todo y admirar Su belleza y benevolencia, nuestro vínculo con Él se fortalecería. Pero la verdad es que estamos tan ocupados con Su creación que nos hemos olvidado por completo del Creador. Este es en verdad el secreto que debemos dominar: Necesitamos aprender a reconocer a Tololo bello, a todo lo que nos atrae en este mundo, como objetos o espejos que reflejan a su Creador. Incluso si miramos una hoja y admiramos su perfección, o vemos la belleza del capullo o de la flor, esto debe recordarnos el Señor. Cuando miramos a nuestros niños debemos verles como regalos del Señor. En otras palabras, si en vez de estar perdidos en lo que Él nos ha dado, recordamos al Dador Mismo, dejaremos de vivir en un estado de separación de Él. Sin duda, cada objeto que poseemos, cada cosa que vemos a nuestro alrededor, debe hacernos recordar que es algo creado por el Señor. Si este recuerdo se vuelve constante, entonces en vez de estar embebidos sólo en sus regalos, recordaríamos el Dador. Pero tal es maya, la gran ilusión de esta creación, que nos hemos perdido en los regalos y hemos olvidado a su Otorgador. Si cada objeto que nos rodea pudiera ser una clase de vidrio a través de cuya transparencia miramos a su Creador, viviríamos por siempre en relación con Él. La pared que se interpone entre nosotros y nuestro Señor es la pared del “yo”, es el velo del ego.
El ego en sí mismo es de tres clases. Primero, existe el orgullo del ser —el orgullo de nuestras destrezas, nuestro saber o nuestros logros. Este tipo de ego piensa, “Yo lo sé todo —siempre tengo la razón. Los demás están equivocados, son unos tontos”. Embargados por tales pensamientos, nos volvemos reacios a hablar con los demás.
Segundo, existe el orgullo de las posesiones. Nos enorgullecemos de lo que poseemos, de las propiedades que tenemos, de las fábricas que nos pertenecen, de las comodidades y servicios que podemos manejar con el poder de nuestra riqueza. Pensamos, “¿Por qué deberíamos tratar a los demás como a nuestros hermanos cuando somos más ricos que ellos? Yo tengo un avión mientras que esa persona ni siquiera tiene una bicicleta”. Perdidos en este orgullo de posesiones, ni siquiera nos sentimos a gusto de reconocer a nuestros semejantes como nuestros hermanos y hermanas. Si el Señor ha sido generoso al concedernos sus dones, necesitamos demostrar nuestra gratitud. Si miramos alrededor realizaríamos cuanta gratitud debe haber, incluso en la esfera mundana. Si amamos a alguien no seremos rudos con aquellos a quienes ama esa persona. Trataremos de hacernos querer de ellos. De igual manera, toda la humanidad es hija de Dios, y si deseamos demostrarle nuestra gratitud a Él, si queremos ganarnos Su complacencia, necesitamos ser amables, cálidos y generosos con aquellos a quienes Él ama. Pero en vez de respetar a sus hijos y darles nuestro amor y cortesía, ni siquiera nos sentimos a gusto de tratarlos como a nuestros iguales, como a seres humanos semejantes a nosotros. Si queremos complacer al Señor, no podemos hacerlo sin cultivar la humildad con su creación.
El tercer tipo de ego es el orgullo del poder. Nos enorgullecemos de nuestra posición. Quizás alguien sea un primer ministro o presidente de un país y maneja grandes poderes. Quizás alguien sea un ministro o secretario, y además sea amigo de una persona influyente. Nos enorgullecemos de lo que podemos hacerle a los demás, y este orgullo de poder en sí mismo se convierte en un velo que nos separa de nuestro Creador. Como escribió el gran poeta del urdú Janab Rifat Sarosh:
La victoria sobre el mundo puede ser tu meta suprema,
Pero Oh amigo, aprende a triunfar sobre tu mente rebelde.
Si deseamos unirnos con el Creador, es imperativo que destruyamos este velo del ego que nos rodea. Y la solución para este problema es ir donde un Santo que haya realizado a Dios. De hecho, un ser realizado en Dios nos atrae hacia él mismo. La verdad es que no está dentro del poder de los seres humanos sanarse a sí mismos. Ellos se encuentran muy perdidos en el orgullo de una u otra clase. Es sólo un alma perfecta quien, apiadándose de nosotros, puede empezar a curarnos de nuestros males.
Tal es nuestro orgullo que nos vemos a sí mismos ni más ni menos que como faraones o césares. Nuestros corazones están petrificados. Una vez tomamos una posición nos apegamos a ella. Aún si sabemos que estamos equivocados, persistimos. ¿Cómo vamos a admitir que podemos cometer errores? E insistiendo en nuestra vacía vanidad, dejamos escapar el súmmum bonum de la vida. No sólo por causa de nuestro orgullo nos desviamos de lo que sabemos que es la verdad, sino que le ayudamos a los demás a extraviarse.
Si un Santo nos atrae donde él y nos da su toque divino, el calor de su amor puede derretir la dureza, lo pétreo de nuestros corazones, y suavizarlos como cera derretida. Al fin nos volveremos seres humanos, porque hasta ahora sólo hemos tenido corazones de piedra, de hierro. Viendo el sufrimiento de los demás, la miseria de los demás, ¿nos sentimos tocados, nos conmovemos? ¿Demostramos alguna humanidad? Sólo el toque divino de un Santo puede comenzar a trasformar nuestros corazones y convertirnos por completo en seres humanos. Una característica de la cera es que cuando esta se calienta puede ser moldeada como le plazca al escultor. Pero el hierro y la piedra se resisten a tal moldeamiento. En el presente, estamos tan llenos con la rigidez del orgullo, que a duras penas tratamos a nuestros semejantes como iguales. Si nuestros corazones se vuelven blandos como la cera, una nueva dulzura entrará en ellos. Cuando la cera se derrite, esta gotea hacia abajo y, de igual manera, cuando uno es tocado por el amor del Señor se inclina en humildad. Donde hay humildad, hay dulzura, y donde hay dulzura, nuestras palabras actúan como un bálsamo para aliviar el sufrimiento de los demás. Es sólo mediante el encuentro con un Santo que nuestros corazones se derriten y empezamos a volvernos verdaderos seres humanos y nos movemos hacia nuestra meta.
Es tan sólo mediante el gran don de un ser realizado en Dios que somos curados del ego, para que podamos empezar a movernos hacia el cumplimiento del propósito de la vida. El proceso por el cual este velo es removido y nos volvemos uno con el Señor tiene varias etapas. La mente, la fuente de esta ilusión del ego, existe con nosotros en varios niveles. Aquí en el plano físico poseemos una mente física, pero existen también la mente astral y la mente causal. Cuando trascendemos el cuerpo, sólo dejamos la mente física detrás de nosotros. Pero las mentes astral y causal siguen todavía con nosotros. Es sólo a medida que atravesamos los planos internos, etapa tras etapa, que dejamos a estas atrás, hasta que después de la tercera gran región, entramos en una etapa en donde el alma es purificada completamente de las mentes física, astral y causal. Es en la cuarta etapa que el alma se ve a sí misma como parte de la esencia divina. En esta fase, el alma, reconociendo que es de la misma esencia, clama, “Sohang” o “Yo soy Eso”.
Paltu Sahib nos recuerda aquí que quien ha encontrado el tesoro del Naam o Verbo ha encontrado una riqueza que es eterna. ¿Cuál es el tesoro, la embriaguez del Naam? Es la embriaguez del amor. El Naam o Verbo no es más que otro nombre para el amor. La verdad es que el amor divino primero se manifiesta como amor humano. En uno de mis versos he dicho:
Khuda sey ishq, admi sey pyar kiya.
Lo cual se traduce como:
Al amar a Dios he amado al hombre.
Aquí en el original urdú, “ishq” se usa para el amor divino, y “pyar” para el amor humano. En español no existen términos para las dos palabras. Comenzamos con el amor humano, pero a medida que nos movemos más y más alto, somos atrapados en el amor divino. En el verdadero sentido probamos de la copa del amor divino sólo en Bhanwar Gupha, después de haber trascendido los tres gunas. En los planos inferiores, lo que experimentamos no es el amor divino en su plenitud, sino los interminables reflejos e imágenes de ese amor. En este plano físico, lo que experimentamos es un reflejo de un reflejo. Al nivel humano, cuando hablamos de amar a nuestro Gurú o amar al Señor, sólo estamos hablando de la sombra de una sombra. Si su sombra mantiene algún atractivo apremiante sobre nosotros, ¡les dejo a su imaginación cuál no será el atractivo de la verdadera experiencia! ¡Qué éxtasis y absorción! ¡Qué embriaguez! Si experimentamos este estado, nos teñimos del color del Naam. Y el Naam es el color que prende muy rápido. La unidad de la concentración no es más que estar teñidos en el color del Naam, en el mismo color de Dios, que es unicolor, no multicolor, porque en el Señor no hay dualidad, no hay multiplicidad; sólo existe la unidad, sólo existe la indivisibilidad. Este no es un estado en el que alabamos al Señor cuando Él derrama sus dones sobre nosotros, y que nos volvemos contra Él en el momento en que estos dones nos son retirados. Una vez estamos enamorados, no hay como zafarse de esto. Y cuando estamos enamorados, todo lo demás es olvidado.
Decimos que estamos enamorados, ¡pero qué clase de amor es este, que cuando en la más ligera crisis comenzamos a cuestionarnos si Dios en verdad existe! Cuando existe el verdadero amor, no hay dudas. Pero, algunas veces estamos enamorados y otras veces no lo estamos. Falta constancia, y esta falta de constancia no es típica del verdadero amor. En el mejor de los casos nuestro amor es un reflejo momentáneo de la realidad interna, y por un breve instante pensamos que estamos enamorados de Dios. Nosotros entramos dentro del verdadero dominio del amor sólo después de haber trascendido las regiones física, astral y causal. Por eso es que Paltu Sahib esta recalcando aquí que tan sólo después de que hayamos alcanzado la cuarta etapa, podemos probar la copa del verdadero amor. El amor que experimentamos en esa etapa tiene un color que se puede borrar nunca, nuca se desvanece y nunca desaparece. Una vez teñidos, esto es para siempre.
Paltu Sahib nos está diciendo que a través de la misericordia de un Maestro, cuando descorremos el velo del ego y nos elevamos por sobre la conciencia del cuerpo, nos embriagamos tanto que no tenemos tiempo para pensar con la mente. Es sólo cuando nos desapegamos a sí mismos de la mente y de los objetos del deseo, que podemos empezar a conocer nuestro verdadero ser. En una etapa aún superior, nos olvidamos aún de ese ser en el éxtasis de la unidad con Dios. Entonces sólo queda el Señor, únicamente la conciencia divina. Así quedamos perdidos por completo para el mundo y también perderemos el sentido del yo, del ego. En verdad, la misma experiencia de la dualidad, la capacidad de ver las cosas como separadas unas de otras, habrá desaparecido. Cuando el conocedor mismo se pierde, ¿quién queda para conocer? Cuando el “Yo” y el “Tú” son uno, no queda ni conocedor ni conocido.
La primera etapa de este proceso es perder todo sentido del ser físico. Uno lo puedes llamar el estado del desinterés, o estado del olvido. El sendero de la espiritualidad es extraño y maravilloso. Aquel que lo recorre sabe que existe sólo una cura para todos los males, tristezas y miserias del mundo. Como dijo el Gurú Nanak: “Este mundo es un mundo de dolor. Sólo conocen la paz y bienaventuranza aquellos que están anclados en el Naam”.
Los sufíes nos dicen que la base del Naam, la base de la espiritualidad, es la capacidad de olvidar al mundo, y olvidar al ser. Si hemos alcanzado el punto en el que estamos perdidos para el cuerpo, ¿qué importa si duele un brazo, o duele una muela, o si hay un dolor en el ojo, o una parte del cuerpo está paralizada? Uno llega a un punto, de hecho, en el que se olvida del mismo acto de respirar, del mismo palpitar del corazón. Esta es una etapa donde se aniquila este pequeño ser nuestro, y nuestro pequeño ego, nuestro sentido del yo, llega a un final. Hemos muerto en el Señor, y habiéndonos vuelto uno con Él, ¿cómo podemos ser conscientes de nuestro propio ser? Si pudiéramos tan sólo alcanzar esta etapa de olvido, todas las penas del mundo se borrarían de nuestras vidas.
¿Cómo podemos escapar del sentido de la dualidad? Sólo un Maestro viviente, el Santo de la época, puede capacitarnos para lograr esto. Y para ayudarnos a hacerlo, él no ahorra ningún esfuerzo, ni ningún sacrificio. Él utiliza miles y diferentes recursos para ayudarnos. Es a través de la alquimia de su amor que logra esta tarea, porque él es una encarnación del amor. El descorre el velo de la dualidad, y con el objeto de alcanzar esto, hace todo sacrificio posible. Miren las vidas de los grandes Santos; miren lo que sufrieron por causa nuestra. Cristo soportó la crucifixión. Manzur fue desollado vivo y colgado. El Gurú Arján Dev entregó su vida cuando fue torturado con hierros candentes, pero durante esa tortura dijo, “Dulce es Tu voluntad”. Fue en Chandni Chowk, Delhi, que Gurú Teg Bahadur fue decapitado. Fue también aquí que su contemporáneo judío, Sarmad, fue ejecutado. De igual manera, Paltu Sahib, cuyos versos ahora estamos considerando, fue quemado vivo. Cuán grandes son los sacrificios que ellos hacen por nuestro bienestar.
Es imperativo que en el sendero espiritual derrotemos este sentido de yo y tú. En la vida diaria, ¿cómo nos liberamos de algo que deseamos? ¿No intentamos reemplazarlo con algo mejor? Poco a poco, despacio y con firmeza, el nuevo objeto o la nueva cualidad toma el sitio de la antigua. De igual manera, si deseamos vencer la dualidad, debemos dejar que el amor se posesione de nosotros. A medida que este amor se afianza más, el sentido del ego comienza a desaparecer, y Dios llena más y más nuestros corazones. Una de las paradojas del sendero espiritual es que Dios y el amor de Dios no son dos cosas separadas. Dios es amor. ¡Él es tan grande, tan incomprensible! Él ha creado todos los universos, y sin embargo, Él puede contraerse a sí mismo en el corazón de sus devotos. Una vez que el Señor ha tomado posesión de nosotros, nos volvemos una personificación de la humildad. Y con la humildad hay dulzura. Si uno le habla a un verdadero amante, su irradiación te golpeará como una corriente eléctrica. De una u otra forma, tú también serás tocado por su embriaguez divina.
Paltu Sahib nos está aclarando que si el Señor toma posesión de nuestros corazones, si bebemos de la copa del amor, entrará en juego el doble proceso del desarrollo espiritual. Un proceso conduce a la expansión, y el otro a la contracción. En el primero, comenzamos a desentendernos de nosotros mismos y a interesarnos por nuestra familia. De la familia nos movemos para preocuparnos por la comunidad, y después para interesarnos por la región. De la región pasamos a tener interés por nuestro país, y luego por el mundo entero.
Por último, empezamos a vernos a sí mismos como ciudadanos de toda la creación de Dios. Mediante este proceso de expansión dinámica, uno se sale de su pequeño ser hasta que por último se ve como parte de Dios, e indistinguible de Él. El segundo proceso de desarrollo espiritual es el de la contracción. El Señor lo abarca todo, Él lo ha creado todo, y las miríadas de universos viven dentro de Él. Y sin embargo, con todo esto, Él puede contraerse a Sí Mismo y vivir en el corazón de sus devotos. Cuando Él así se contrae a Sí Mismo, el amante del Señor prueba de Su copa del amor y experimenta un éxtasis eterno. Experimenta el olvido que barre todas las penas y dualidades de este mundo, y todo este proceso comienza con la mirada de compasión y misericordia del Maestro. Pero aún este estado de olvido también es un estado del conocimiento. Aun cuando uno ha trascendido por completo al mundo, existe todavía una conciencia de nuestra identidad. Es sólo en la etapa siguiente que uno está del todo perdido en el Señor, debido a que uno se ha fundido en Él. Este estado de unidad sólo puede ser alcanzado por aquellos que entran en la senda del amor. Y como diría el poeta, aquel que entra en esta senda debe sentirse a gusto de traer su cabeza en sus palmas como una ofrenda. Como el décimo Gurú de los sikhs, Gurú Gobind Singh, lo expresó, “Si uno desea caminar este sendero, deber estar dispuesto a hacer el sacrificio de su propia mente, de su alma y de su misma vida.” Tales almas pueden ser descritas como los mártires inmortales. Sant Kirpal Singh Ji, en uno de sus versos, ha dicho:
Portando sus cabezas en sus palmas y sus corazones en sus
puños,
Un mundo de amantes está llegando a tu senda para
sacrificar sus vidas.
La espiritualidad es el sendero del amor. Quien lo camine debe estar dispuesto a sacrificarse él o ella por el Amado. Cuando hablamos de llevar nuestros corazones y cabezas en nuestras palmas, tan sólo estamos hablando figurativamente. ¿Podemos nosotros, en la vida común, hacer un sacrificio así? Sólo lo puede hacer aquel que está encendido con el fuego del amor por el Señor. En la tradición sikh, hablamos del verdadero guerrero que lucha con la cabeza en la palma de su mano. Pero, ¿cómo puede alguien luchar cuando uno está decapitado? Este es sólo un uso del lenguaje simbólico para sugerir que alguien que camina en este sendero, debe aprender a trascender el cuerpo, y de acuerdo a esto, a aprender a morir mientras todavía está vivo. Aquel que ha aprendido a trascender el cuerpo, en un sentido ha aprendido a morir. Puede decirse que uno llega a la puerta del Amado con su propia cabeza en sus manos. Dicha persona ya no está atada a este mundo. Y ella va más allá del olvido de este mundo y del ser, para fundirse por completo con el Señor. Porque donde se ha posesionado el amor, no hay espacio para el pequeño ser. Cuando uno ha alcanzado la etapa final y se ha fundido con el Señor, no hay conocido ni conocedor. El conocedor ha dejado de existir. Por lo tanto, podemos describir a tal persona como un mártir inmortal, porque ha sacrificado su ser al volverse uno con el Señor.
Paltu Sahib, el creador de estos versos, fue uno de tales mártires ilustres. En un sentido, todo Maestro es un mártir inmortal. Porque ¿qué es el martirio sino otro nombre para el sacrificio de su propio ser por los demás? Aquel que muere por sí mismo no es un mártir. Los mártires que mueren por la libertad de su país, mueren por algo superior a ellos. Pero aun así, su sacrificio tiene un propósito limitado. No podemos llamarles mártires inmortales en el verdadero sentido. El termino “mártir inmortal” implica algo que va más allá del tiempo. Y los que mueren por su país, por su gente, hacen un sacrificio por un grupo en particular, en una época en particular. Los Santos son únicamente los verdaderos mártires, porque ellos se sacrifican a sí mismos por nuestra inmortalidad, por algo que va más allá del tiempo y del espacio. Tales almas no son limitadas, porque ellas están unidas con Dios. Hablamos de ellos como seres realizados en Dios, pero en realidad ellos son uno con Dios Mismo.
Paltu Sahib está tratando de aclararnos que si queremos alcanzar la meta suprema de la vida, debemos orar para que conozcamos a un Santo, y habiendo sido tan bendecidos, debemos orar para que él nos de su impulso divino para que nuestros corazones de piedra se puedan derretir, y para que de incrédulos nos convirtamos en verdaderos creyentes.
Paltu Sahib nos está invitando a ir donde aquel que pueda trasformar nuestros corazones de hierro en corazones de cera. Oremos entonces por una gota del amor de Dios, por una prueba de la copa de Su amor. Oremos para que al beberla podamos ser trasformados, nos volvamos uno con Él, y alcancemos la meta suprema de la vida.
http://www.senderoespiritual.com/el-velo-del-ego/
Ellos prueban de la copa del amor en la cueva del
Empíreo[1].
— Paltu Sahib
Paltu Sahib nos habla aquí del velo que persistentemente se interpone entre el alma y su Creador. Somos almas, y Dios es la Super-Alma. Somos, por así decirlo, un átomo del Creador. Si Él es el sol, nosotros somos los rayos. ¿Cuál es ese velo que nos separa de nuestra Fuente? Es el velo del ego, del egocentrismo. Un poeta sufí ha dicho que si existe algo que nos separa del Señor es el ego. Una gota debe por sí sola ser atraída hacia el océano. Somos gotas del Océano de Omni-conciencia, pero esta gota está aprisionada en la concha del egocentrismo. Si ella pudiera escapar de su concha, sabría que ella en verdad es una gota del Océano e iría en busca de su Fuente. Sabría que por sí sola no es nada y que debe reunirse con aquello de donde emanó. Pero ahora el alma está en un estado de separación; es un átomo separado que está rodeado por el cuerpo material y sus cinco elementos. Si tan sólo pudiera experimentar su propia e insignificante pequeñez, y entender que no es más que un átomo de algo muy grande, entonces aprendería la humildad. Pero nunca nos vemos como átomos; nos vemos como grandes entidades. Aún si, debido al ego, nos vemos como grandes entidades, todavía hay esperanza para nosotros debido a la gracia de Dios. Pero tal es nuestra condición humana que estamos perdidos en los dones que recibimos del Señor, y nos hemos olvidado del Dador.
Este mundo, este universo es Su manifestación. Si pudiéramos considerar a todos los objetos que nos rodean, a todas las bellezas de la naturaleza como algo que Él ha creado, si pudiéramos ver al Creador Supremo detrás de todo y admirar Su belleza y benevolencia, nuestro vínculo con Él se fortalecería. Pero la verdad es que estamos tan ocupados con Su creación que nos hemos olvidado por completo del Creador. Este es en verdad el secreto que debemos dominar: Necesitamos aprender a reconocer a Tololo bello, a todo lo que nos atrae en este mundo, como objetos o espejos que reflejan a su Creador. Incluso si miramos una hoja y admiramos su perfección, o vemos la belleza del capullo o de la flor, esto debe recordarnos el Señor. Cuando miramos a nuestros niños debemos verles como regalos del Señor. En otras palabras, si en vez de estar perdidos en lo que Él nos ha dado, recordamos al Dador Mismo, dejaremos de vivir en un estado de separación de Él. Sin duda, cada objeto que poseemos, cada cosa que vemos a nuestro alrededor, debe hacernos recordar que es algo creado por el Señor. Si este recuerdo se vuelve constante, entonces en vez de estar embebidos sólo en sus regalos, recordaríamos el Dador. Pero tal es maya, la gran ilusión de esta creación, que nos hemos perdido en los regalos y hemos olvidado a su Otorgador. Si cada objeto que nos rodea pudiera ser una clase de vidrio a través de cuya transparencia miramos a su Creador, viviríamos por siempre en relación con Él. La pared que se interpone entre nosotros y nuestro Señor es la pared del “yo”, es el velo del ego.
El ego en sí mismo es de tres clases. Primero, existe el orgullo del ser —el orgullo de nuestras destrezas, nuestro saber o nuestros logros. Este tipo de ego piensa, “Yo lo sé todo —siempre tengo la razón. Los demás están equivocados, son unos tontos”. Embargados por tales pensamientos, nos volvemos reacios a hablar con los demás.
Segundo, existe el orgullo de las posesiones. Nos enorgullecemos de lo que poseemos, de las propiedades que tenemos, de las fábricas que nos pertenecen, de las comodidades y servicios que podemos manejar con el poder de nuestra riqueza. Pensamos, “¿Por qué deberíamos tratar a los demás como a nuestros hermanos cuando somos más ricos que ellos? Yo tengo un avión mientras que esa persona ni siquiera tiene una bicicleta”. Perdidos en este orgullo de posesiones, ni siquiera nos sentimos a gusto de reconocer a nuestros semejantes como nuestros hermanos y hermanas. Si el Señor ha sido generoso al concedernos sus dones, necesitamos demostrar nuestra gratitud. Si miramos alrededor realizaríamos cuanta gratitud debe haber, incluso en la esfera mundana. Si amamos a alguien no seremos rudos con aquellos a quienes ama esa persona. Trataremos de hacernos querer de ellos. De igual manera, toda la humanidad es hija de Dios, y si deseamos demostrarle nuestra gratitud a Él, si queremos ganarnos Su complacencia, necesitamos ser amables, cálidos y generosos con aquellos a quienes Él ama. Pero en vez de respetar a sus hijos y darles nuestro amor y cortesía, ni siquiera nos sentimos a gusto de tratarlos como a nuestros iguales, como a seres humanos semejantes a nosotros. Si queremos complacer al Señor, no podemos hacerlo sin cultivar la humildad con su creación.
El tercer tipo de ego es el orgullo del poder. Nos enorgullecemos de nuestra posición. Quizás alguien sea un primer ministro o presidente de un país y maneja grandes poderes. Quizás alguien sea un ministro o secretario, y además sea amigo de una persona influyente. Nos enorgullecemos de lo que podemos hacerle a los demás, y este orgullo de poder en sí mismo se convierte en un velo que nos separa de nuestro Creador. Como escribió el gran poeta del urdú Janab Rifat Sarosh:
La victoria sobre el mundo puede ser tu meta suprema,
Pero Oh amigo, aprende a triunfar sobre tu mente rebelde.
Si deseamos unirnos con el Creador, es imperativo que destruyamos este velo del ego que nos rodea. Y la solución para este problema es ir donde un Santo que haya realizado a Dios. De hecho, un ser realizado en Dios nos atrae hacia él mismo. La verdad es que no está dentro del poder de los seres humanos sanarse a sí mismos. Ellos se encuentran muy perdidos en el orgullo de una u otra clase. Es sólo un alma perfecta quien, apiadándose de nosotros, puede empezar a curarnos de nuestros males.
Tal es nuestro orgullo que nos vemos a sí mismos ni más ni menos que como faraones o césares. Nuestros corazones están petrificados. Una vez tomamos una posición nos apegamos a ella. Aún si sabemos que estamos equivocados, persistimos. ¿Cómo vamos a admitir que podemos cometer errores? E insistiendo en nuestra vacía vanidad, dejamos escapar el súmmum bonum de la vida. No sólo por causa de nuestro orgullo nos desviamos de lo que sabemos que es la verdad, sino que le ayudamos a los demás a extraviarse.
Si un Santo nos atrae donde él y nos da su toque divino, el calor de su amor puede derretir la dureza, lo pétreo de nuestros corazones, y suavizarlos como cera derretida. Al fin nos volveremos seres humanos, porque hasta ahora sólo hemos tenido corazones de piedra, de hierro. Viendo el sufrimiento de los demás, la miseria de los demás, ¿nos sentimos tocados, nos conmovemos? ¿Demostramos alguna humanidad? Sólo el toque divino de un Santo puede comenzar a trasformar nuestros corazones y convertirnos por completo en seres humanos. Una característica de la cera es que cuando esta se calienta puede ser moldeada como le plazca al escultor. Pero el hierro y la piedra se resisten a tal moldeamiento. En el presente, estamos tan llenos con la rigidez del orgullo, que a duras penas tratamos a nuestros semejantes como iguales. Si nuestros corazones se vuelven blandos como la cera, una nueva dulzura entrará en ellos. Cuando la cera se derrite, esta gotea hacia abajo y, de igual manera, cuando uno es tocado por el amor del Señor se inclina en humildad. Donde hay humildad, hay dulzura, y donde hay dulzura, nuestras palabras actúan como un bálsamo para aliviar el sufrimiento de los demás. Es sólo mediante el encuentro con un Santo que nuestros corazones se derriten y empezamos a volvernos verdaderos seres humanos y nos movemos hacia nuestra meta.
Es tan sólo mediante el gran don de un ser realizado en Dios que somos curados del ego, para que podamos empezar a movernos hacia el cumplimiento del propósito de la vida. El proceso por el cual este velo es removido y nos volvemos uno con el Señor tiene varias etapas. La mente, la fuente de esta ilusión del ego, existe con nosotros en varios niveles. Aquí en el plano físico poseemos una mente física, pero existen también la mente astral y la mente causal. Cuando trascendemos el cuerpo, sólo dejamos la mente física detrás de nosotros. Pero las mentes astral y causal siguen todavía con nosotros. Es sólo a medida que atravesamos los planos internos, etapa tras etapa, que dejamos a estas atrás, hasta que después de la tercera gran región, entramos en una etapa en donde el alma es purificada completamente de las mentes física, astral y causal. Es en la cuarta etapa que el alma se ve a sí misma como parte de la esencia divina. En esta fase, el alma, reconociendo que es de la misma esencia, clama, “Sohang” o “Yo soy Eso”.
Paltu Sahib nos recuerda aquí que quien ha encontrado el tesoro del Naam o Verbo ha encontrado una riqueza que es eterna. ¿Cuál es el tesoro, la embriaguez del Naam? Es la embriaguez del amor. El Naam o Verbo no es más que otro nombre para el amor. La verdad es que el amor divino primero se manifiesta como amor humano. En uno de mis versos he dicho:
Khuda sey ishq, admi sey pyar kiya.
Lo cual se traduce como:
Al amar a Dios he amado al hombre.
Aquí en el original urdú, “ishq” se usa para el amor divino, y “pyar” para el amor humano. En español no existen términos para las dos palabras. Comenzamos con el amor humano, pero a medida que nos movemos más y más alto, somos atrapados en el amor divino. En el verdadero sentido probamos de la copa del amor divino sólo en Bhanwar Gupha, después de haber trascendido los tres gunas. En los planos inferiores, lo que experimentamos no es el amor divino en su plenitud, sino los interminables reflejos e imágenes de ese amor. En este plano físico, lo que experimentamos es un reflejo de un reflejo. Al nivel humano, cuando hablamos de amar a nuestro Gurú o amar al Señor, sólo estamos hablando de la sombra de una sombra. Si su sombra mantiene algún atractivo apremiante sobre nosotros, ¡les dejo a su imaginación cuál no será el atractivo de la verdadera experiencia! ¡Qué éxtasis y absorción! ¡Qué embriaguez! Si experimentamos este estado, nos teñimos del color del Naam. Y el Naam es el color que prende muy rápido. La unidad de la concentración no es más que estar teñidos en el color del Naam, en el mismo color de Dios, que es unicolor, no multicolor, porque en el Señor no hay dualidad, no hay multiplicidad; sólo existe la unidad, sólo existe la indivisibilidad. Este no es un estado en el que alabamos al Señor cuando Él derrama sus dones sobre nosotros, y que nos volvemos contra Él en el momento en que estos dones nos son retirados. Una vez estamos enamorados, no hay como zafarse de esto. Y cuando estamos enamorados, todo lo demás es olvidado.
Decimos que estamos enamorados, ¡pero qué clase de amor es este, que cuando en la más ligera crisis comenzamos a cuestionarnos si Dios en verdad existe! Cuando existe el verdadero amor, no hay dudas. Pero, algunas veces estamos enamorados y otras veces no lo estamos. Falta constancia, y esta falta de constancia no es típica del verdadero amor. En el mejor de los casos nuestro amor es un reflejo momentáneo de la realidad interna, y por un breve instante pensamos que estamos enamorados de Dios. Nosotros entramos dentro del verdadero dominio del amor sólo después de haber trascendido las regiones física, astral y causal. Por eso es que Paltu Sahib esta recalcando aquí que tan sólo después de que hayamos alcanzado la cuarta etapa, podemos probar la copa del verdadero amor. El amor que experimentamos en esa etapa tiene un color que se puede borrar nunca, nuca se desvanece y nunca desaparece. Una vez teñidos, esto es para siempre.
Paltu Sahib nos está diciendo que a través de la misericordia de un Maestro, cuando descorremos el velo del ego y nos elevamos por sobre la conciencia del cuerpo, nos embriagamos tanto que no tenemos tiempo para pensar con la mente. Es sólo cuando nos desapegamos a sí mismos de la mente y de los objetos del deseo, que podemos empezar a conocer nuestro verdadero ser. En una etapa aún superior, nos olvidamos aún de ese ser en el éxtasis de la unidad con Dios. Entonces sólo queda el Señor, únicamente la conciencia divina. Así quedamos perdidos por completo para el mundo y también perderemos el sentido del yo, del ego. En verdad, la misma experiencia de la dualidad, la capacidad de ver las cosas como separadas unas de otras, habrá desaparecido. Cuando el conocedor mismo se pierde, ¿quién queda para conocer? Cuando el “Yo” y el “Tú” son uno, no queda ni conocedor ni conocido.
La primera etapa de este proceso es perder todo sentido del ser físico. Uno lo puedes llamar el estado del desinterés, o estado del olvido. El sendero de la espiritualidad es extraño y maravilloso. Aquel que lo recorre sabe que existe sólo una cura para todos los males, tristezas y miserias del mundo. Como dijo el Gurú Nanak: “Este mundo es un mundo de dolor. Sólo conocen la paz y bienaventuranza aquellos que están anclados en el Naam”.
Los sufíes nos dicen que la base del Naam, la base de la espiritualidad, es la capacidad de olvidar al mundo, y olvidar al ser. Si hemos alcanzado el punto en el que estamos perdidos para el cuerpo, ¿qué importa si duele un brazo, o duele una muela, o si hay un dolor en el ojo, o una parte del cuerpo está paralizada? Uno llega a un punto, de hecho, en el que se olvida del mismo acto de respirar, del mismo palpitar del corazón. Esta es una etapa donde se aniquila este pequeño ser nuestro, y nuestro pequeño ego, nuestro sentido del yo, llega a un final. Hemos muerto en el Señor, y habiéndonos vuelto uno con Él, ¿cómo podemos ser conscientes de nuestro propio ser? Si pudiéramos tan sólo alcanzar esta etapa de olvido, todas las penas del mundo se borrarían de nuestras vidas.
¿Cómo podemos escapar del sentido de la dualidad? Sólo un Maestro viviente, el Santo de la época, puede capacitarnos para lograr esto. Y para ayudarnos a hacerlo, él no ahorra ningún esfuerzo, ni ningún sacrificio. Él utiliza miles y diferentes recursos para ayudarnos. Es a través de la alquimia de su amor que logra esta tarea, porque él es una encarnación del amor. El descorre el velo de la dualidad, y con el objeto de alcanzar esto, hace todo sacrificio posible. Miren las vidas de los grandes Santos; miren lo que sufrieron por causa nuestra. Cristo soportó la crucifixión. Manzur fue desollado vivo y colgado. El Gurú Arján Dev entregó su vida cuando fue torturado con hierros candentes, pero durante esa tortura dijo, “Dulce es Tu voluntad”. Fue en Chandni Chowk, Delhi, que Gurú Teg Bahadur fue decapitado. Fue también aquí que su contemporáneo judío, Sarmad, fue ejecutado. De igual manera, Paltu Sahib, cuyos versos ahora estamos considerando, fue quemado vivo. Cuán grandes son los sacrificios que ellos hacen por nuestro bienestar.
Es imperativo que en el sendero espiritual derrotemos este sentido de yo y tú. En la vida diaria, ¿cómo nos liberamos de algo que deseamos? ¿No intentamos reemplazarlo con algo mejor? Poco a poco, despacio y con firmeza, el nuevo objeto o la nueva cualidad toma el sitio de la antigua. De igual manera, si deseamos vencer la dualidad, debemos dejar que el amor se posesione de nosotros. A medida que este amor se afianza más, el sentido del ego comienza a desaparecer, y Dios llena más y más nuestros corazones. Una de las paradojas del sendero espiritual es que Dios y el amor de Dios no son dos cosas separadas. Dios es amor. ¡Él es tan grande, tan incomprensible! Él ha creado todos los universos, y sin embargo, Él puede contraerse a sí mismo en el corazón de sus devotos. Una vez que el Señor ha tomado posesión de nosotros, nos volvemos una personificación de la humildad. Y con la humildad hay dulzura. Si uno le habla a un verdadero amante, su irradiación te golpeará como una corriente eléctrica. De una u otra forma, tú también serás tocado por su embriaguez divina.
Paltu Sahib nos está aclarando que si el Señor toma posesión de nuestros corazones, si bebemos de la copa del amor, entrará en juego el doble proceso del desarrollo espiritual. Un proceso conduce a la expansión, y el otro a la contracción. En el primero, comenzamos a desentendernos de nosotros mismos y a interesarnos por nuestra familia. De la familia nos movemos para preocuparnos por la comunidad, y después para interesarnos por la región. De la región pasamos a tener interés por nuestro país, y luego por el mundo entero.
Por último, empezamos a vernos a sí mismos como ciudadanos de toda la creación de Dios. Mediante este proceso de expansión dinámica, uno se sale de su pequeño ser hasta que por último se ve como parte de Dios, e indistinguible de Él. El segundo proceso de desarrollo espiritual es el de la contracción. El Señor lo abarca todo, Él lo ha creado todo, y las miríadas de universos viven dentro de Él. Y sin embargo, con todo esto, Él puede contraerse a Sí Mismo y vivir en el corazón de sus devotos. Cuando Él así se contrae a Sí Mismo, el amante del Señor prueba de Su copa del amor y experimenta un éxtasis eterno. Experimenta el olvido que barre todas las penas y dualidades de este mundo, y todo este proceso comienza con la mirada de compasión y misericordia del Maestro. Pero aún este estado de olvido también es un estado del conocimiento. Aun cuando uno ha trascendido por completo al mundo, existe todavía una conciencia de nuestra identidad. Es sólo en la etapa siguiente que uno está del todo perdido en el Señor, debido a que uno se ha fundido en Él. Este estado de unidad sólo puede ser alcanzado por aquellos que entran en la senda del amor. Y como diría el poeta, aquel que entra en esta senda debe sentirse a gusto de traer su cabeza en sus palmas como una ofrenda. Como el décimo Gurú de los sikhs, Gurú Gobind Singh, lo expresó, “Si uno desea caminar este sendero, deber estar dispuesto a hacer el sacrificio de su propia mente, de su alma y de su misma vida.” Tales almas pueden ser descritas como los mártires inmortales. Sant Kirpal Singh Ji, en uno de sus versos, ha dicho:
Portando sus cabezas en sus palmas y sus corazones en sus
puños,
Un mundo de amantes está llegando a tu senda para
sacrificar sus vidas.
La espiritualidad es el sendero del amor. Quien lo camine debe estar dispuesto a sacrificarse él o ella por el Amado. Cuando hablamos de llevar nuestros corazones y cabezas en nuestras palmas, tan sólo estamos hablando figurativamente. ¿Podemos nosotros, en la vida común, hacer un sacrificio así? Sólo lo puede hacer aquel que está encendido con el fuego del amor por el Señor. En la tradición sikh, hablamos del verdadero guerrero que lucha con la cabeza en la palma de su mano. Pero, ¿cómo puede alguien luchar cuando uno está decapitado? Este es sólo un uso del lenguaje simbólico para sugerir que alguien que camina en este sendero, debe aprender a trascender el cuerpo, y de acuerdo a esto, a aprender a morir mientras todavía está vivo. Aquel que ha aprendido a trascender el cuerpo, en un sentido ha aprendido a morir. Puede decirse que uno llega a la puerta del Amado con su propia cabeza en sus manos. Dicha persona ya no está atada a este mundo. Y ella va más allá del olvido de este mundo y del ser, para fundirse por completo con el Señor. Porque donde se ha posesionado el amor, no hay espacio para el pequeño ser. Cuando uno ha alcanzado la etapa final y se ha fundido con el Señor, no hay conocido ni conocedor. El conocedor ha dejado de existir. Por lo tanto, podemos describir a tal persona como un mártir inmortal, porque ha sacrificado su ser al volverse uno con el Señor.
Paltu Sahib, el creador de estos versos, fue uno de tales mártires ilustres. En un sentido, todo Maestro es un mártir inmortal. Porque ¿qué es el martirio sino otro nombre para el sacrificio de su propio ser por los demás? Aquel que muere por sí mismo no es un mártir. Los mártires que mueren por la libertad de su país, mueren por algo superior a ellos. Pero aun así, su sacrificio tiene un propósito limitado. No podemos llamarles mártires inmortales en el verdadero sentido. El termino “mártir inmortal” implica algo que va más allá del tiempo. Y los que mueren por su país, por su gente, hacen un sacrificio por un grupo en particular, en una época en particular. Los Santos son únicamente los verdaderos mártires, porque ellos se sacrifican a sí mismos por nuestra inmortalidad, por algo que va más allá del tiempo y del espacio. Tales almas no son limitadas, porque ellas están unidas con Dios. Hablamos de ellos como seres realizados en Dios, pero en realidad ellos son uno con Dios Mismo.
Paltu Sahib está tratando de aclararnos que si queremos alcanzar la meta suprema de la vida, debemos orar para que conozcamos a un Santo, y habiendo sido tan bendecidos, debemos orar para que él nos de su impulso divino para que nuestros corazones de piedra se puedan derretir, y para que de incrédulos nos convirtamos en verdaderos creyentes.
Paltu Sahib nos está invitando a ir donde aquel que pueda trasformar nuestros corazones de hierro en corazones de cera. Oremos entonces por una gota del amor de Dios, por una prueba de la copa de Su amor. Oremos para que al beberla podamos ser trasformados, nos volvamos uno con Él, y alcancemos la meta suprema de la vida.
http://www.senderoespiritual.com/el-velo-del-ego/
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Bendiciones,
Verónica
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