Contrólese… y deje de controlar, Juan Carlos Valda
El afán de ejercer control sobre otras personas nos genera irritabilidad, intolerancia y frustración cuando descubrimos que no podemos controlarlo todo: las cosas no salen como teníamos previsto y, además, desperdiciamos muchos recursos. El mayor problema, con el “síndrome del control”, es todo el tiempo y la energía que consume.
Si Ud. se siente abrumado por las exigencias (del trabajo, la familia, los amigos, etc…) su problema podría estar en querer controlar todos y cada uno de los detalles. Desafortunadamente, los eventos pequeños y menos significativos pueden acapararnos y consumirnos más tiempo y energía de lo que en realidad merecen. Así, perdemos la perspectiva de aquello que es más importante.
Un estilo de liderazgo inefectivo
Un “controlador” es aquella persona que nunca está contenta con la forma en que los demás hacen su trabajo. Siente con frecuencia que le iría mejor haciendo todo ella misma, en vez de tener que corregir constantemente los errores de los demás. Estas personas mantienen el afán de “velar” por todos los detalles en los diversos ámbitos en que se desenvuelven. Es como si quisieran tener un “control remoto” para vigilar a las personas.
Cuando un “controlador” no encuentra terreno para dominar y erigirse como líder, desplaza su comportamiento hacia otro rol: si en el trabajo no puede controlar, lo hace en su hogar. Por ejemplo, hay parejas donde uno controla todo: compra la ropa del otro, decora la casa, decide dónde ir de vacaciones, qué hacer con los ahorros y cómo educar a los hijos…
Estas personas tienen valiosas virtudes como la responsabilidad, el dinamismo y su tenacidad para lograr lo que quieren, que bien encaminadas, podrían ser de gran provecho. Sin embargo, las desventajas son más severas. El “síndrome del control” puede costarnos:
- Espontaneidad: el control limita la espontaneidad y la improvisación. Nos hace menos flexibles y adaptables. Al temerle al riesgo, no nos dejamos guiar por nuestra intuición y “atrofiamos” parte de nuestra creatividad.
- Satisfacción: no disfrutamos del proceso, porque siempre nos concentramos en el producto, en los resultados.
- Realización: cuanto más altas son las perspectivas de control, menores son las posibilidades de sentirnos realizados con algo.
- Autenticidad: cuando pretendemos controlarlo todo no nos permitimos ser nosotros mismos, al no poder admitir que también cometemos errores.
- Relaciones: perdemos amistades y las personas se alejan porque somos considerados demasiado exigentes, vigilantes e inconformistas.
Soltarse
Entonces, ¿por qué sentimos que debemos controlar todas las variables involucradas y conocer todos los aspectos de una tarea? ¿por qué necesitamos “tener la vista encima” para sentirnos seguros y tomar una decisión? Afortunadamente, podemos reformar los esquemas controladores que tanto daño nos hacen y adoptar un estilo de liderazgo más flexible, tolerante y efectivo.
Podemos relajarnos y aceptar que no es posible controlarlo todo. De esta manera, podemos experimentar mayor satisfacción en nuestro rol de líderes y no sentirnos “policías o sargentos”. También aprendemos a estar en paz con el desempeño de los demás y a perdonar. Entendemos que, si se producen errores o desviaciones, es porque se está produciendo un aprendizaje.
Cuando tenía cinco años aprendí a andar en bicicleta. Lo primero que mi padre me enseñó fue a caerme. Pasé todo un día cayéndome. ¡Me caía con la bicicleta en movimiento, me caía con la bicicleta en reposo, me caía cuando la montaba, me caía cuando me bajaba… me caía incluso cuando iba con mi padre! Pero, de alguna manera, a través del proceso de caídas continuas aprendí a montar una bicicleta y andar en ella.
Muchos años después hice rafting en un río de montaña. Lo primero que me enseñó el instructor: ¡abandonar la canoa! Primero aprendí a dejarla en aguas quietas y luego en los rápidos. Aprendí a tirarme de la canoa en todas las situaciones peligrosas que el río podía presentar.
No aferrarse a la bicicleta. No aferrarse a la canoa. No aferrarse y pretender controlarlo todo. Soltarse: ¡qué gran lección para un líder… y para todos!
Mantengámonos en estado de alerta: cuando nos veamos tratando de controlar a los demás reflexionemos que el único control que necesitamos es el de nuestras propias emociones. En la medida que nos aceptemos y logremos seguridad, aceptaremos objetivamente a los demás con sus virtudes y defectos. Por todo esto contrólese… y deje de controlar.
Fuente: Club de la Efectividad
Si Ud. se siente abrumado por las exigencias (del trabajo, la familia, los amigos, etc…) su problema podría estar en querer controlar todos y cada uno de los detalles. Desafortunadamente, los eventos pequeños y menos significativos pueden acapararnos y consumirnos más tiempo y energía de lo que en realidad merecen. Así, perdemos la perspectiva de aquello que es más importante.
Un estilo de liderazgo inefectivo
Un “controlador” es aquella persona que nunca está contenta con la forma en que los demás hacen su trabajo. Siente con frecuencia que le iría mejor haciendo todo ella misma, en vez de tener que corregir constantemente los errores de los demás. Estas personas mantienen el afán de “velar” por todos los detalles en los diversos ámbitos en que se desenvuelven. Es como si quisieran tener un “control remoto” para vigilar a las personas.
Cuando un “controlador” no encuentra terreno para dominar y erigirse como líder, desplaza su comportamiento hacia otro rol: si en el trabajo no puede controlar, lo hace en su hogar. Por ejemplo, hay parejas donde uno controla todo: compra la ropa del otro, decora la casa, decide dónde ir de vacaciones, qué hacer con los ahorros y cómo educar a los hijos…
Estas personas tienen valiosas virtudes como la responsabilidad, el dinamismo y su tenacidad para lograr lo que quieren, que bien encaminadas, podrían ser de gran provecho. Sin embargo, las desventajas son más severas. El “síndrome del control” puede costarnos:
- Espontaneidad: el control limita la espontaneidad y la improvisación. Nos hace menos flexibles y adaptables. Al temerle al riesgo, no nos dejamos guiar por nuestra intuición y “atrofiamos” parte de nuestra creatividad.
- Satisfacción: no disfrutamos del proceso, porque siempre nos concentramos en el producto, en los resultados.
- Realización: cuanto más altas son las perspectivas de control, menores son las posibilidades de sentirnos realizados con algo.
- Autenticidad: cuando pretendemos controlarlo todo no nos permitimos ser nosotros mismos, al no poder admitir que también cometemos errores.
- Relaciones: perdemos amistades y las personas se alejan porque somos considerados demasiado exigentes, vigilantes e inconformistas.
Soltarse
Entonces, ¿por qué sentimos que debemos controlar todas las variables involucradas y conocer todos los aspectos de una tarea? ¿por qué necesitamos “tener la vista encima” para sentirnos seguros y tomar una decisión? Afortunadamente, podemos reformar los esquemas controladores que tanto daño nos hacen y adoptar un estilo de liderazgo más flexible, tolerante y efectivo.
Podemos relajarnos y aceptar que no es posible controlarlo todo. De esta manera, podemos experimentar mayor satisfacción en nuestro rol de líderes y no sentirnos “policías o sargentos”. También aprendemos a estar en paz con el desempeño de los demás y a perdonar. Entendemos que, si se producen errores o desviaciones, es porque se está produciendo un aprendizaje.
Cuando tenía cinco años aprendí a andar en bicicleta. Lo primero que mi padre me enseñó fue a caerme. Pasé todo un día cayéndome. ¡Me caía con la bicicleta en movimiento, me caía con la bicicleta en reposo, me caía cuando la montaba, me caía cuando me bajaba… me caía incluso cuando iba con mi padre! Pero, de alguna manera, a través del proceso de caídas continuas aprendí a montar una bicicleta y andar en ella.
Muchos años después hice rafting en un río de montaña. Lo primero que me enseñó el instructor: ¡abandonar la canoa! Primero aprendí a dejarla en aguas quietas y luego en los rápidos. Aprendí a tirarme de la canoa en todas las situaciones peligrosas que el río podía presentar.
No aferrarse a la bicicleta. No aferrarse a la canoa. No aferrarse y pretender controlarlo todo. Soltarse: ¡qué gran lección para un líder… y para todos!
Mantengámonos en estado de alerta: cuando nos veamos tratando de controlar a los demás reflexionemos que el único control que necesitamos es el de nuestras propias emociones. En la medida que nos aceptemos y logremos seguridad, aceptaremos objetivamente a los demás con sus virtudes y defectos. Por todo esto contrólese… y deje de controlar.
Fuente: Club de la Efectividad
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