Reflexiones sobre el amor, Paramahansa Yogananda.

El amor es una mansión de oro en la que el Rey de la Eternidad alberga a toda la familia de la creación. Y, al ordenarlo Dios, el amor se vuelve un fuego místico que puede disolver la densidad del cosmos en la invisible sustancia del Amor Eterno.
Como un río, el amor fluye continuamente en las almas humildes y sinceras; pero evita las rocas de las almas egoístas y atadas a los sentidos, porque no puede penetrarlas.
El amor es un manantial omnipresente, que brota en innumerables fuentes. Cuando uno de sus surtidores que mana a través del corazón humano se obstruye con los desechos de la mala conducta, vemos que el amor surge de algún otro corazón. Pero creer que el amor pudiera estar muerto en algún corazón significa ignorar su omnipresencia. Jamás debes obstaculizar el canal del amor de tu alma con malas acciones; así, beberás con las incontables bocas de los sentimientos del alma en la fuente divina del amor, que fluye ilimitadamente a través de todos los corazones bien dispuestos.
El amor puede existir en presencia de la pasión, pero cuando se confunde pasión con amor, el amor se escapa. La pasión y el amor juntos constituyen un cóctel agridulce que produce alguna alegría pero, casi siempre, termina en pesar. Cuando uno bebe el amor puro, el gusto por la pasión se pierde en la dulzura del verdadero sentimiento.
En las almas sinceras brillan gotas de amor, pero sólo en el Espíritu se encuentra el océano del amor. Esperar perfección en el amor humano es una locura, a menos que uno busque perfeccionar ese amor sintiendo, en su interior, el amor de Dios. Encuentra, primero, el amor de Dios; luego, con su amor, ama lo que quieras o a quien quieras.

No limites tu amor a un solo ser – por digno de amor que sea – excluyendo así a todos los demás. En cambio, con el amor que sientas por aquel a quien más amas, ama a todos los seres y todas las cosas, incluyendo a ese ser amado. Si tratas de aprisionar el Amor Omnipresente en una sola alma, éste escapará y jugará al escondite contigo hasta que logres encontrarlo en cada alma. Aumenta la intensidad y la calidad espiritual del amor que sientes por una o varias almas, y prodiga ese amor a todos. Entonces sabrás en qué consiste el amor de Cristo.
El amor es maravillosamente ciego, porque no se fija en los defectos de los seres queridos, sino que ama incondicionalmente para toda la eternidad. Cuando los seres queridos nos abandonan al morir, posiblemente su memoria mortal no recuerde las promesas de amor que hicieron; pero el amor verdadero jamás olvida, y tampoco muere. En sucesivas encarnaciones, aquel amor escapa del corazón de un cuerpo y entra en el de otro, buscando al amado, cumpliendo todas sus promesas hasta que aquellas almas alcanzan la emancipación en el Amor Eterno.

No sufras por el amor perdido, ya sea a causa de la muerte o de la volubilidad de la naturaleza humana. El amor mismo jamás se pierde: simplemente juega al escondite contigo en muchos corazones; así, al ir en pos de él, podrás encontrar manifestaciones suyas cada vez mayores. El amor seguirá evitándote y decepcionándote hasta que hayas buscado lo suficiente para encontrar su morada en Aquel que reside en los recovecos más profundos de tu propia alma y en el corazón de todas las cosas.
En ese momento dirás:
“¡Oh. Señor!, cuando yo residía en el hogar de la conciencia mortal, creía que amaba a mis padres y amigos; suponía que amaba los pájaros, las bestias y las posesiones. Pero ahora que me he mudado a la mansión de la Omnipresencia, sé que es sólo a Ti a quien amo, manifestado en forma de padres y amigos, en todas las criaturas y en todas las cosas. Al amarte sólo a Ti, mi corazón se expandió hasta lograr amar a todo. Al serte fiel en mi amor, soy leal a todos los que amo. Y amo a todos los seres para siempre”.
Veo la vida en la Tierra sólo como un telón de fondo detrás del cual todos mis seres queridos se esconden al morir. Del mismo modo que los amo cuando están ante mis ojos, mi amor los sigue con mi siempre despierta mirada mental cuando se dirigen a otro paraje, detrás de la pantalla de la muerte.
Jamás podría odiar a quienes he amado, aun cuando perdieran todo encanto a causa de su conducta reprochable. En mi museo de recuerdos, aún puedo contemplar aquellas cualidades que hicieron que yo los amara. Debajo de las transitorias máscaras mentales de aquellos cuya conducta desapruebo, veo el amor perfecto de mi gran Amado, de igual modo que lo contemplo en aquellas almas valiosas a las que amo.
Dejar de amar significa detener el flujo purificador del amor. Yo amaré con lealtad a todo ser, a cada cosa, hasta que encuentre a todas las razas, todas las criaturas y todos los objetos animados e inanimados reunidos en el seno de mi amor.
Yo amaré hasta que cada alma, cada estrella, cada criatura olvidada, cada átomo, halle cobijo en mi corazón, porque en el infinito amor de Dios, mi regazo de eternidad es tan inmenso como para dar cabida a todo cuando existe.
¡Oh, Amor!, veo tu resplandeciente rostro en las gemas. Contemplo tu tímido rubor en las flores. Estoy arrobado, porque te escucho en el canto de las aves. Y sueño en éxtasis cuando mi corazón te abraza en todos los corazones. ¡Oh, Amor!, te percibo en todas las cosas- sólo un poco y durante un tiempo-, pero en la Omnipresencia te atrapo por completo y eternamente, y me regocijo en tu dicha por siempre jamás.

Del libro “El Amante Cósmico” (Cómo percibir a Dios en la vida diaria) de Paramahansa Yogananda.

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