Conocer y saber
adie debería hablar de aquello de lo que no tiene algún tipo de experiencia o evidencia.
Para saber qué quiere decir esta afirmación es necesario distinguir entre “conocer” y “saber”.
Puedo hablar de un sentimiento
determinado -conocerlo intelectualmente-, pero no podré conocerlo de
verdad, “saber sobre él”, si no lo experimento, si no lo siento
plenamente. Tampoco puedo saber de verdad lo que es el color por mucho
que se me hable de él y se me describa si soy ciego de nacimiento.
Como dice Eckar Tolle refiriéndose al mal uso de la palabra “Dios”:
“Por mal uso entiendo que las personas
que nunca han tenido ni un atisbo del reino de lo sagrado, de la
infinita vastedad que hay detrás de esta palabra, la usan con gran
convicción, como si supieran de qué están hablando”.
Es decir, no han tenido ninguna
percepción de lo que significa aquella frase del Evangelio “El Reino de
Dios dentro de vosotros está”.
Dios es más interno a nosotros que
nuestro propio sentido de sí mismo, o nuestra personalidad y también que
el llamado Yo superior. De este modo, quien no trasciende todo esto
-está plenamente lleno de sí mismo, de su ego-, y, por tanto, no muere a
la egocentricidad, no puede tener ningún atisbo de esta vastedad
infinita de Luz y Amor que es la Divinidad.
Debemos olvidarnos de intentar conocer a
Dios por medio del pensamiento -ideas limitadas por muy elevadas que
sean-, o por medio de descripciones, ya que Dios es por definición lo
Infinito y toda definición pone límites a lo definido: de-finir es igual
a delimitar.
Sólo la muerte de ese yo o personalidad
puede abrir nuestra vista interior -al anularse la exterior-, a los
vastos campos donde irradia la Divinidad.
nota: Tomado de la Web
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