La Fe, Ada Albrecht


Nadie puede señalar un camino , si su antorcha se ha apagado .

Nunca pierdas tu instinto divino, esto es, tu Fe. La Fe de la cual te hablo nada tiene que ver con credo alguno, no se subordina a ningún dios en especial, no se incrementa ni fortalece por tu asistencia a un determinado rito o templo.
Esta Fe, es certeza; es como una sublime intuición que posee tu yo sobre aquello que es "causa sin causa". Es un "saber que existe el Ser"; pero un saber rotundo, y tan firme, que escapa a la odiosa especulación, y se ríe de todo intento de análisis o explicación mental.

Muchos nacen con ella, otros necesitan descubrirla, pero siempre, en ambos casos, el Alma se aparta e incuba su maravilla en soledad.

Has leído muchos libros de filosofía y escuchaste a tus Maestros en sus cátedras hablar de las mil formas y nombres de Dios. Pero... ¡apártate! No llenes tu corazón de palabras ajenas. Busca en él su Fe, escucha su "palabra"; descúbrete, no te vistas con los trajes de otros. Confecciona para tu Alma, tú mismo, su propia vestidura.

No cometas jamás el error de interrogar a tu mente: es el mejor camino para extraviarte. Sirva ella, como a tu cuerpo, ¿qué puede decirte? ¿Qué respuesta puede darte la ignorancia, si lo que quieres lograr es la sabiduría? Cuando la Fe sea señora de tu Conciencia, significará ello que has conquistado la suficiente inteligencia como para entenderte con la Verdad.

Sabe, entonces, que el Ser te ha hecho colaborador y partícipe de su Secreto; estás envuelto en él, se te entrega; pero, a la vez que lo hace, te solicita. Nunca veas a la Vida, al Plan de Aquello, como "enfrente" de ti, como "yendo por otra vereda" que por aquella que vas. Nunca cometas el error de creer en la mentira que encierra el número: sólo existe la unidad. Nunca te digas: "No es de mi incumbencia". Nunca te sientas distante de Aquello, porque lo distante no existe. Escultor de su Universo, necesita de ti, puesto que sois Uno los dos, para construirlo.

Siéntete responsable de los bienes y los males que posee la Humanidad. Siéntete padre y madre de los Hombres; Maestro, Obrero y Artesano de los cimientos de la Gran Casa.

Mira cuánto hay que hacer. Hazlo en la medida de tu capacidad. Debes sentir dentro de ti la urgencia del trabajo, la necesidad del mismo. Pero debes sentirlo tan profundamente que tu deseo de colaboración en el Gran Plan nazca con Divina Fuerza; una fuerza incontenible, rotunda.

Debes entregar lo bueno que hay en ti, la labor de tus manos y de tu palabra, como si de ello dependiera el equilibrio del universo.

Si tienes Fe en Aquello, esa misma Fe te integrará al trabajo. Si no trabajas, es mentira que tienes Fe. En todo caso, tendrás una creencia mediocre; pero no Fe. La Fe es arrebato hacia Dios, fuego, en el cual tú mismo irás extinguiéndote en tus ansias mundanas, para terminar desapareciendo.

Recuerda siempre que la Fe no es estatismo: es quietud de tu Yo, que ha encontrado, por fin, su eje; pero no es quedarse, no es permanecer en arrobamiento pasivo, sino ansia de profunda colaboración en el Plan de Aquello, que finalmente se ha comprendido o, mejor dicho, se ha intuido.

Así como el cuerpo físico posee instintos que lo llevan a la perduración de la especie, así también tu Alma tiene los suyos; y el más sagrado de todos ellos es el celeste instinto de la Fe, de la cual los instintos de tu cuerpo no son sino copias deformadas en la materia. Del mismo modo que él busca tu perduración en la forma, tu espíritu busca tu perduración y su unión con lo eterno. Y esa Fe es también Felicidad; porque ¿cómo estar triste, si te posee el corazón el más inefable y acabado de los sentimientos?

Tú que a menudo buscas desenredar tu mente de los marasmos donde su ceguera la introduce, que anhelas quietud espiritual para poder Dar, que te arrebujas a los pies de los sabios para extraer conocimiento, ¿has pensado que eres Rey y es Rey tu hermano, que Dios recorre tu ser, como las aguas el lecho de un río, que nada hay en ti que previamente por Él no haya sido concebido, y que tu destino es Su Destino?

Si la Fe de saberte por Saberlo prende en las entrañas de tu Alma con la Fuerza de Aquello que Da Vida, posees en ti, desde ya mismo, los elementos sagrados que han de transmutarse y hacer de ti un real educador de la Humanidad del Futuro.

Nadie puede señalar la dirección de un camino en medio de la noche, si permanece apagada la antorcha que agita entre sus manos. Es claro que, al leer esto que te digo, tal vez pienses: "¿Por qué hablar de Fe en un tratado sobre educación?" "¿No sería acaso, más conveniente referirse a los métodos, sistemas y enseñanzas concretas que pueden guiar mejor los pasos del que educa?" Si esto opinas, yo te pregunto, a mi vez: cuando hayas alcanzado todo el conocimiento necesario a tu profesión, y cuando ya nada te quede por saber, ¿hacia qué puerto direccionarás las Almas de quienes educas? ¿Y para qué educarás? ¿Irás, con la cambiante brújula de tu razón, señalando puertos que mañana serán abandonados por otros, considerados mejores sólo durante el breve intervalo que media entre este otro hallazgo y el que inexorablemente ha de seguirlo?

Yo no visto tu mente, trato de despertar tu corazón, que Ve más lejos. Por otra parte, tú no instruyes: tú educas. El que instruye tiene el deber de asomarse al universo del método y escoger el que le facilitará el trabajo para enseñar una determinada ciencia o arte. El que educa se remonta más alto. Baña su pedagogía en Religión: porque el que educa Re-liga; de allí que la Fe más acabada -Fe que no es sino razón depurada que ya no especula ni interroga, sino que vive su verdad- es el primer basamento y vestidura del Maestro.

¿Hacia dónde direccionarás las Almas de tus jóvenes si no hacia ése "sí mismo" magistral, cuyas raíces no sujeta la tierra? Y ¿cómo lo harás sin Fe en Aquello?

Sería como si desearas construir hermosos barcos sin creer en la existencia del mar; o dieras alas a los pájaros, y negaras la realidad del espacio.

Recuerda: sin Fe, esto es, sin Mística, no harás de tus discípulos sino buenos letrados; nunca hombres dispuestos a sacrificarse por el bien del Mundo. No sacrifica su personalidad quien en nada de ella cree y sólo a ella se ata.

Haz que pendan del cielo, haz que estén seguros de su divino origen, y los verás entregarse como hacerlo no pueden los que sólo tienen por Dios a su vientre y por templo a la materia.

Ada Albrecht

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