Aprendiendo a transformar las heridas de la infancia, Jo Garner


 Cuando veo el mundo a través de mi herida de abandono, todo se torna oscuro, helado e incierto.

Las capacidades adultas se desdibujan, la fortaleza se me escapa y la indefensión se apodera de mi cuerpo, convirtiéndome en una niña que espera, en vano, que la calmen, que la salven, que la tomen en brazos y ahuyenten su interminable miedo.
Cuando oigo, desde la experiencia devastadora que es el rechazo, las palabras se desdibujan y sólo escucho “no eres importante”, “si fueras especial te hubiese elegido”, “si valdrías algo me habría quedado”, “no te quiero”.
Entonces pongo distancia, cierro puertas y refuerzo candados, física y emocionalmente me alejo.
Para protegerme de sentirme no querida, me transformo en la guerrera, la que todo lo puede, la que salva, rescata y resuelve sin ayuda, sin descanso, sin registro alguno de su agotamiento.
Me refugio bajo una coraza de ultra-independencia, porque la niña que vive en mí no se siente segura sin la ilusión de control que me da el tener todo ordenado, previsto, sin lugar para la incertidumbre o el misterio.
Me aíslo, recreando inconscientemente la soledad que una vez sentí, la que me enseñó a fuerza de desamparo, que debía arreglármelas sola si quería seguir viviendo.
Cuando experimento las relaciones desde mis heridas aún sangrantes, distorsiono,
malentiendo, reacciono visceralmente a lo que se hace o dice, y huyo como una gacela asustada o ataco como un lobo que al verse acorralado se vuelve más letal porque ha perdido el miedo.
Con el tiempo he aprendido, a reconocer cuando mis heridas se activan, y luego de permitirme sentir las alborotadas emociones, convoco a mi yo a adulto y con calma busco a la niña interior, y junto a ella me siento.
Escucho su dolor, la valido y la contengo, le digo “estoy aquí, no te voy abandonar”, “te elijo, te veo“, “no estás sola, te protejo”.
Mientras mi niña interior gradualmente se calma, apaciguada por la única persona que hoy podrá darle amor, cuidado y sustento, yo vuelvo a plantarme firme en mi adultez, y recuerdo que el mundo no es un lugar tan amenazador y siniestro.
Recuerdo, que la adulta que soy puede gestionar, las veces que sea necesario, los ecos del dolor que aún proyecto sobre mi vida cuando me descuido, cuando miro con ojos de niña, cuando regresiono a un tiempo cuando no tenía recursos para lidiar con lo que me estaba sucediendo.
Recuerdo, que en mi respuesta a los viejos fantasmas está la clave de mi plenitud, mi paz y mi progreso.
Jo Garner

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