Por qué nos cuesta tanto soltar lo que nos hace mal?, Jo Garner


 Por qué nos cuesta tanto soltar lo que nos hace mal?


La energía de la dependencia emocional es la energía del niño interior herido.

La energía del apego tóxico, ese apego insano, ese vacío interno que buscamos llenar con lo externo, es la de ese niño desprotegido.

Es nuestra parte que todavía vive en el dolor, en el pasado.

Las heridas de la infancia nos hacen propensos a las relaciones no sanas.

Los niños interiores heridos solo saben relacionarse desde esos vacíos emocionales.

Se sienta en el lado del conductor de nuestro vehículo de la vida, y maneja nuestras relaciones a través de reacciones descontroladas, falta de límites y patrones de defensa.

Así, es muy difícil construir relaciones sanas.

Como niños, hacemos berrinche aferrados a la otra persona.

Como cuando mamá nos acomoda entre almohadones en la cama y se ocupa de sus responsabilidades. O cuando papá nos dice que no puede leernos un cuento a la noche, porque esta demasiado cansado.

‘No me dejes’ le suplicamos.

‘Quiéreme. Elígeme’.

Es la energía del niño.

Y es tan caótica y descontrolada, que nos es difícil de controlar.

Los niños son una demanda sin límites.

Y para los niños, está bien ser demandantes, porque su supervivencia depende de eso.

Pero nosotros como adultos hacemos lo mismo, y sobre todo tenemos una notable falta de racionalidad.

Un niño va a tratar de tocar el horno, y llora cuando sus cuidadores le dicen que no.

Y esto pasa también en la adultez.

‘Esa persona te va a hacer mal’ nos dice, lo sabemos, pero seguimos.

Es la misma energía. La energía del niño interior herido.

Hay pensamientos mágicos. Como, por ejemplo ‘Me envió un mensaje. Eso quiere decir que me ama’. ‘Me sigue en mis redes sociales. Me da Likes’
Esto no tiene nada que ver con la realidad. Son pensamientos de niño.

Y aquí también surge el problema de la doble flecha.

Esta flecha no es la flecha hermosa y romántica de Cupido.

Por el contrario, esta es la flecha venenosa que nos clavamos a nosotros mismos, el dardo envenenado que nos damos cada vez que permitimos que el otro nos falte el respeto, nos trate como poca cosa, nos maltrate, haga y deshaga como quiere.

La primera flecha es la del autoabandono.

Cuando dejamos que la dependencia emocional nos gane.

Y la segunda, tiene que ver con la que nos damos por haber tenido cierta conducta.

En mi caso, pasaba un mes sin mandarle mensaje… pero en alguna fiesta, apretaba ‘Enviar’.

Al otro día, me decía a mí misma ‘Qué tonta eres. ¿No te das cuenta cómo te trataba? Te arrastraste de vuelta a él’.

Estos pensamientos son nocivos, porque hicimos una acción perjudicial para nosotros, y además le agregamos vergüenza, críticas, nos demandamos ser algo que todavía no estamos preparados para ser.

Esto, nos hunde en un espiral de negatividad aún más profundo, y solo logramos volver al foco de nuestra adicción para salir de ese pozo de tristeza.
Le mandamos un segundo mensaje, porque nos sentimos mal.

Reforzamos lo que no queremos que se repita.

La solución no está en rechazar, sino en aceptar y escuchar la parte herida.

Esta es la parte nuestra que clama ser vista y escuchada, a través de nuestras relaciones de apego.

Las relaciones de apego no son el otro.

Dejemos de mirar lo que la otra persona es o hace, o lo que no.

Mirémonos a nosotros mismos.

Nuestras carencias, nuestra necesidad de llenar nuestros vacíos con otra persona, y dejemos de buscar un sustituto de lo que no recibimos en la infancia.

Trabajemos en nuestras raíces y en nuestras ramas.
Jo Garner.

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