El arte de poner límites, Virginia Gawel


 Poner límites es poner orden. Es poder decir "Sí" cuando lo apropiado es decir "Sí". Pero también tenemos una cajita con otras respuestas posibles que delimitan...


- el CUÁNDO;
- el CUÁNTO;
- el A QUIÉN;
- el CON QUÉ FRECUENCIA;
- el CÓMO;
- el HASTA DÓNDE...

Y mucho más. Porque ese "SÍ", si se queda sin todas esas posibilidades, marchará rengo, pues le faltará un "NO" que balancee. El "NO" puede ser un "NO" rotundo y completo, o un "SÍ, pero no a esta hora de la noche"; "SÍ, pero no tanto"; "SÍ, pero esta vez a tu hermano"; "SÍ, pero no tan seguido"; "Podría ser que SÍ, pero no de esta manera"; "SÍ, pero hasta aquí es lo que quiero y puedo".

El "SÍ" expande; el "NO" regula. El "SÍ" desmedido deja un gusto amargo. El "NO" adquirido por ejercicio de la inteligencia emocional deja serenidad (aunque al principio cueste!).

Amo el "NO" repetido en mi niñez, en mi adolescencia, por mis padres: el "NO" suavecito y el "NO" firme; el "NO" irrefutable y el "NO, pero luego vemos". Me enseñó que el "NO" puede ser una alta forma de dar Amor. Y que la ausencia de límites puede ser una forma de maltrato infantil: no educar para frustración de lo que uno desea es garantizar una vida dolorosa para ese futuro!

Cuando damos demasiados "SÍ" por no saber ejercer la habilidad de poner límites, el "NO" es como una flecha que sale de nuestro propio arco y se impacta en nuestro propio pecho. Es un "NO" que, en vez de decírselo al otro, NOS LO IMPONEMOS A NOSOTROS MISMOS.

Y allí se ha creado el terreno propicio para que gane terreno el ABUSADOR (que puede ser una pareja, un jefe, un vecino, nuestro perro o hasta un bebé, pues aun la buena persona, viendo que nunca decimos que NO, hace con nosotros lo que no haría con otros: ejerce el abuso por inercia, porque le queda cómodo, porque nos mostramos inagotables, omnipresentes. (Para serlo, la única manera es autoanularse, imponerse el "NO" a las propias necesidades, a nuestras energías, nuestras preferencias, e inclusive nuestros derechos.)

O sea: si no pongo límites genero un abusador, y a su vez abuso de mí hasta agotarme, como un oasis bebido por una tropa de cien camellos.

Por eso el "NO" puede ser tan santo como el "SÍ" para crear orden, para criar con orden, para ser con otros a partir de la mesura. Comprendo que cuando digo demasiados "SÍ" y no pongo límites, NO SOY MÁS BUENO: SÓLO SOY MÁS DÉBIL.

Fortalecerse en en arte de poner límites es un trabajo necesario y un imperativo ético: yo no quiero generar abusadores de tiempo, de recursos, de energía. Sé cómo ha sido mi modo de generarlos, y estoy atenta para que no me suceda más. A partir de ello sé que amo mejor, soy más confiable y más auténtica, porque cuando digo "SÍ" es porque quiero, no porque tema la reacción del otro ante mi "NO".

Sin embargo, aún estoy practicando... ¿Practicamos juntos?

Virginia Gawel

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