Amores equivocados, Virginia Gawel
Posiblemente, la mayor parte de los males de muchos de nosotros, se vayan resolviendo a medida que nos damos cuenta de algo: con quiénes estamos ejerciendo un amor equivocado. ¡De hecho, en un proceso terapéutico casi no hay otro tema! El amor equivocado tiene distintas versiones, diferentes modos de constituirse, de ejercerse… Imposible sería abarcar sus múltiples facetas en esto que hoy comparto; pero al menos veamos algunas, tan siquiera como para que, si alguien se ve reflejado en alguna de ellas, pueda advertirlo (ya sea que esté en medio de ese lío o que, afortunadamente, lo haya superado). En próximas columnas me aventuraré a otras modalidades del amor equivocado. Pero van aquí estos dos:
– El seudo “amor incondicional”: La cultura de la autoayuda ha ido esparciendo en los últimos años la idea del “amor incondicional” como si fuera una verdad santa. Y lo cierto es que esa noción ha fortalecido, a mi criterio, la negación en aquellas personas que están ejerciendo un amor que carece de reciprocidad. Me explico: la reciprocidad es una condición indispensable para que un vínculo de afecto sea sano. Sólo no puede ejercer reciprocidad con natural justicia una persona con un severo trastorno mental, o un bebé, o quizás una persona sumida en una situación de catástrofe… Pero en la mayoría de los casos, la reciprocidad necesita ser una variable tenida en cuenta (pues hasta un niño, un animalito, o la persona más desvalida puede ser recíproca con un gesto de ternura, de reconocimiento empático y sencillo).
“Dar sin mirar a quién”, “Amar hasta que duela”, son frases muy bonitas, pero a la hora de encarnarlas en la realidad sostienen vínculos disfuncionales, y validan desde el error actitudes que nos hacen reafirmar relaciones desbalanceadas, negando el dolor que esto produce. O sea: ¡si amar duele, es posible que se esté ejerciendo un amor equivocado! Y que “poner límites” sea una materia que nos estemos llevando a marzo.
- El amor unilateral: Cuando se trata de amor romántico es fácil verlo, y se lo sufre en extremo. Cuando me tocó vivirlo, hace muchos años, vi que, tanto ese hombre como yo, amábamos a la misma persona: a él. Cuando yo le decía “Te amo” solía responderme en broma: “Ya se te va a pasar”. ¡Lo bueno es que tuvo razón! Porque “amar” es un verbo reversible. Sí: el tiempo y las circunstancias nos enseñan que se puede desamar (aunque ese concepto no esté en el diccionario).
Pero el amor unilateral no sólo se da en el ámbito de la pareja: también acontece en la amistad, en los vínculos de vecindad, en los familiares… Un desbalance entre el afecto que una de las personas experimenta, y la falta de resonancia en la otra (o al menos una resonancia mucho menor, o peor aún: un franco rechazo hacia quien ama). En esos casos (sobre todo en los vínculos que las circunstancias existenciales hacen que sean muy cercanos), es una tarea demasiado dolorosa para quien ama unilateralmente: si está negando cuál es la situación real, tardará quizás en aceptar lo que sucede, pues es difícil admitirse no querido por aquella persona a quien no se puede dejar de querer tan fácilmente. Y una vez que se hubiese asumido que la situación es ésa, ir retirando la energía de afecto será una prueba con frecuencia difícil, que si se sobrelleva con las ayudas necesarias nos podrá llevar hacia una madurez impensada.
Pero sépase que en el amor unilateral no siempre es el que ama el único que sufre: a veces la persona amada quisiera querer, pero no puede y le duele no amar a quien le ama. Esto puede acontecer en el amor romántico: se sabe que esa persona sería una excelente pareja (o lo es, o lo estuvo siendo), pero Eros se niega a apuntar su flecha de oro en nuestro corazón. O la ha retirado sin que pueda volver a quedarse en su lugar.
Otras, alguien nos ofrece su amistad pero nuestra interioridad, indefectiblemente, no alcanza a sentir correspondencia. Y otras, ni el vínculo sanguíneo oficia de puente para el amor; entonces puede suceder que uno no ame a sus padres o a sus hermanos (con justa razón o sin ella, por diferencias infranqueables en las respectivas naturalezas). Puede, inclusive, que en circunstancias extremas un hijo se vuelva afectivamente un extraño (les aseguro que lo he visto tantas veces… más de las que se alcanza a conocer superficialmente).
Qué cualidades extrañas tiene el amor cuando se lo trata de ejercer aquí, en el plano cotidiano, humano, relacional. Y, curiosamente, cuando uno asiente a los hechos tal como son, es posible que algo que parecía irrevocable se modifique: a veces, por razones del Inconsciente más profundo, las compuertas oxidadas que impedían el afecto se abren, y sucede lo imposible. O no.
La vida es extraña. El amor, un arte. El arte, un trabajo cotidiano, un oficio: el oficio de tratar de ver lo que es, tal como es; lo que somos, tal como somos. Y allí vamos, juntos, ¡aunque difícil sea!
Virginia Gawel
www.centrotranspersonal.co
Publicado por la revista Sophia OnLine en marzo de 2015
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