La legitimación del miedo, james Hillman
La legitimación del miedo. Septiembre 2008
Autor: James Hillman
Roma, Septiembre 2008
“La única cosa a la que hay que tener miedo es al miedo mismo”. Esta máxima famosa, repetida cada vez durante cada crisis, después de cada catástrofe, fue pronunciada en 1933 por el presidente Franklin Roosevelt, al inicio de su primer mandato. Era su respuesta al colapso del sistema financiero (banca, mercado y empleo) y al miedo paralizante de la Gran Depresión. Esta simple frase infundió nueva esperanza.
¿Por qué? Se trata de un mecanismo retórico de banal optimismo o a lo mejor es un profundo “Koan”. Intentemos analizarlo.
Sobre todo, la afirmación evita afrontar los miedos presentes en ese momento, nombrándolos o revelándolos, cualquiera que sean y ubica la atención sobre el fenómeno del miedo en sí: el fenómeno, el concepto, la emoción que toma el nombre de “miedo”. Roosevelt afrontó la crisis con la psicología, llevando el ansia contagiosa de la sociedad americana al terreno de la psique.
Pretendo seguir el recorrido trazado por Roosevelt, preguntándome en primer lugar y en calidad de psicólogo, que lugar ocupa el miedo en la naturaleza humana, qué valor tiene para el alma y después , como psicólogo-filósofo, interrogarme sobre el lugar y valor que ocupa en el cosmos. Y si lo tiene, cuál es la legitimidad humana y cósmica del miedo.
La legitimidad del miedo está atestiguada por la biología evolucionista, demostrada por Darwin en su estudio de las emociones en el hombre y en los animales, analizada por la psicología fisiológica como “startle response” (respuesta alimento - sobresalto) y fight-or-reactions” (reacción de lucha o fuga) en un sujeto estimulado, y descrita por los psicólogos y filósofos , desde Aristóteles hasta William James, en términos de eventos fisiológicos universales, refiriéndose a esfínteres, circulación, extremidades, ojos, rodillas, expresiones faciales etc. Además al miedo le han atribuido un gran valor los moralistas, desde Platón (Leyes 791b)) hasta Emerson, por la función desempeñada en la superación del miedo, desde la virtud a la esperanza, el coraje y la disciplina estoica.
La ideología utópica, como las “Cuatro Libertades” proclamadas por Roosevelt, consideraba al ser libre de miedo un objetivo para la sociedad. Así pues, aquí no nos ocuparemos del análisis del comportamiento, de visiones antropológicas, morales o genéticas, ni del mapa del cerebro. Comenzaremos desde el nivel propuesto por Roosevelt: porque aquello a lo que debemos tener es al miedo mismo.
Antes de empezar, debemos reconocer en el miedo, su valor evidente en términos de supervivencia, su legitimación manifiesta.
A los niños les enseñamos a tener miedo, y no al contrario: miedo de los rayos, de los perros poco amigables y del tráfico. Sin el miedo caminaríamos tranquilamente en medio de los coches en hora punta, sin miedo estaríamos a la intemperie bajo una tormenta eléctrica , y sin miedo nos acercaríamos a un perro con aspecto amenazador para acariciarle la cabeza.
El miedo nos mantiene vivos y nos hace concientes del peligro. La autoconservación es la primera ley de la naturaleza, nos la han enseñado mucho tiempo antes que de este concepto hiciese un uso abusivo el darwinismo social, que puso la Ley al servicio de la tiranía económica y que posteriormente fue simplificada y brutalizada reduciéndola al “gen egoísta”. Sin embargo, la autoconservación es la primera legitimación del miedo.
Entonces, porque temer al miedo?? Evidentemente Roosevelt se refería a alguna cosa más importante, no a los peligros de los cuales el miedo nos protege, (el perro, el tráfico), sino al peligro representado por el miedo mismo.
Este peligro fue explicado por Jean Paul Sartre que escribe “La verdadera emoción, (por ejemplo el miedo)… está acompañada por la creencia. Las cualidades proyectadas sobre los objetos son tomadas como verdaderas” . Y además “La conciencia es prisionera de su propia trampa. Esto ocurre porque vive el mundo (por ej. mediante el miedo) creyendo en eso, y queda prisionera de su propia creencia “… las cualidades que la emoción confiere al objeto y al mundo, las confiere “ad aeternum” .
Si tengo miedo de algo, de alguien, a quien la emoción le confirió la cualidad de horrible (por ej. un terrorista suicida, un bandido enmascarado, un policia en uniforme o un soldado con un arma automática), esto “horrible”, está ahora dentro de la cosa, en el corazón de la cosa…. De este modo una cualidad poderosa y definitiva de la cosa se revela a nosotros mediante la emoción. Y esto es lo que supera y sostiene nuestro (miedo) emoción.
Los eventos fisiológicos que son esenciales para el miedo (por ej. cuando una inmigrante apenas llegada encuentra un grupo de jóvenes varones blancos en la esquina oscura de una calle y se le hiela la sangre en las venas, el estomago se le contrae y no puede respirar) son una demostración , no de la verdad de sus percepciones relativas a los hombres y de sus malos presentimientos, sino de la realidad verdadera del miedo, esto que Sartre llama “lo serio” de la emoción : las emociones ejercitan un poder innegable sobre el alma, cualquiera que sean las causas que la provocan.
Spinoza aclara la naturaleza de estas convicciones que raptan la conciencia en el instante en que se tiene miedo. No es la pura y simple percepción del miedo en cada esquina oscura en sí, sino, como escribe: “Si consideramos que podría suceder algo malo, esta forma entra en nuestra alma y la llamamos miedo”.
El toma las observaciones de Aristóteles sobre el coraje (Ética Nicómaca l115 a 10): “La persona además define el miedo como la expectativa del mal”. Porque “las cosas que tememos son cosas terribles y son… malas”.
El miedo cree que su objeto es espantoso. El objeto en si podría no ser espantoso, horrible, amenazante, porque como afirma Spinoza “cualquier cosa puede provocar miedo” . Exactamente como el deseo considera su propio objeto deseable, el disgusto considera su propio objeto asqueroso y repugnante, del mismo modo se comportan el odio, la envidia, etc. El mundo se transforma en los males que la creencia del miedo le ha conferido. Sartre considera” mágica” esta transformación. Una magia que nosotros conocemos muy bien por habernos enamorado, haber sentido celos y sospechas, odio criminal, envidia obsesiva.
Las palabras claves son “aquello que podría suceder”, “previsión” y como escribe Sartre “lo horrible no es solo el estado actual de la cosa (aquel rayo, el perro que avanza, el trafico frenético) lo horrible (la “expectativa del mal”) esta impregnado de futuro; se extiende hacia todo el futuro , y lo oscuro es una revelación del significado del mundo”.
Estamos en un mundo de premoniciones mágicas, oscuras advertencias, suposiciones: todas basadas en el futuro. El miedo proyecta consecuencias que “podrían” fácilmente suceder, y sin embargo podrían , al contrario, ser completamente imaginarias (el perro me arrancará la garganta, el rayo me fulminará, seré atropellado por un coche ). La psicología clínica habla de “proyecciones”. La psicopatología usa los términos ilusión, manía, paranoia.
En consecuencia, una emoción no solo confiere solidez, sustancia y representa fielmente las cualidades del objeto del que tengo miedo; además, creer en esta cualidad me empuja a la acción. El filosofo británico Bertrand Rusell, en su análisis de las creencias afirma que “un contenido se considera creído o aceptado, cuando nos empuja a actuar.
Personificamos nuestras convicciones. Nuestras acciones derivan de aquello en lo cual creemos y nos moldean .Cuanto mas fuerte es la convicción la acción toma mayor iniciativa, más nos sentimos motivados y nuestra visión se hace mas segura, justificada y concentrada. Citando nuevamente a Sartre: “creer supera y sostiene nuestra emoción”, sugiriendo que si la convicción pudiera ser eliminada, el miedo aflojaría su presión aterrorizante.
Cuando Aristóteles afirma que el miedo “une a los enemigos” Política 1304 b23) y “ayuda a preservar el Estado”(1308 a 26) se refiere probablemente a los momentos espontáneos de cohesión social que se verifican después de una catástrofe, cuando una corriente positiva de asistencia recíproca se difunde entre los ciudadanos de un Estado, Pero la corriente puede ser también de tipo hobbesiano; puede actuar negativamente transformando a los individuos en sospechosas unidades aisladas (sospechosos mutuos), el uno contra el otro. En consecuencia, el Estado no puede basarse en el temor en cuanto a tal; debe difundir convicciones que “superen y sostengan la emoción” con el fin de unificar el Estado. El Estado sistematiza y refuerza las convicciones con la propaganda de cosas espantosas inventadas con el fin de conservar la fuerza motriz del miedo. De este modo el Estado legitima el miedo y se legitima como protector del mismo miedo que refuerza. En vez de ciudadanos, tenemos la masa (Canetti) y la acción que deriva de la convicción de la masa.
Hemos llegado al punto en que podemos re-formular la afirmación de Roosevelt: “A lo único que debemos tener miedo es a las convicciones del miedo”.
No os dejes encantar por vuestros malos presentimientos. No dejeis que vuestro mundo se transforme en los males proyectados por vuestro miedo. La pérdida de la casa, del trabajo, la productividad; el Banco que os quita los ahorros, requisitos por ley y coberturas de débito, el gobierno que no es capaz de ayudaros y nadie a quien a dirigirse… Roosevelt no tuvo en cuenta estos problemas reales, no dio pie a confirmar la paranoia y afrontó estos males como imaginarios, como proyecciones.
Sí, creer en lo que está por suceder, en el futuro, desde lo que el miedo esta proyectando es serio, porque lo sentimos con un nudo en el estomago, nos notamos los pies fríos o nos quedamos lívidos y , aunque es reafirmado y confirmado en masa , hay que recordar que se trata de una magia, la magia del creer.
Permítanme, para concluir, entrar por otro camino para tratar de llegar a la comprensión de una manera diferente, preguntando de nuevo cual es la importancia del miedo y por qué ante todo, se encuentra en el alma humana. Cual es su status para el alma, su sentido y su fundamental legitimación.
Mi siguiente máxima viene de una poetisa y autora de novelas contemporáneas, Mermer Blakeslee, que ha estudiado el miedo concretamente y muy de cerca, en calidad de jefa instructora del equipo nacional olímpico de esquí: aquellos individuos que se lanzan hacia abajo por la pendiente hacia la victoria o hacia gravísimas lesiones. En la conclusión de su estudio del miedo al límite extremo escribe: “Es el miedo quien exprime, desde nuestras limitaciones, el vino envejecido de la humildad, mientras afrontamos las implacables certezas del mundo”.
El miedo está implantado en nuestros corazones y músculos (hoy la definición correcta sería “informaciones” contenidas en nuestros “genes”)- como una suerte de reconocimiento – el reconocimiento de la humildad “frente a las implacables certezas del mundo”.
El “vino envejecido de la humildad” es la sabiduría esencial enseñada ya sea por la tradición hebraica como por la helénica. “"El temor de Dios es el inicio del conocimiento” (daath), ya esta escrito en los Proverbios y se manifiesta también como mensaje principal de la épica y de la tragedia griega clásica. El miedo estimula la humildad humana que salva de la hybris.
La relación con las certezas implacables, los dioses no estaban representados por el amor sino por la humildad, permaneciendo dentro de los confines mortales, retrayéndose en el movimiento físico primordial que lleva a la reflexión (reflectere, plegarse hacia adentro).
Decimos así: El miedo es la prudencia primordial, la sabiduría de la premonición animal a nivel celular. La restricción del perímetro equivale a permanecer dentro de los límites y esta prudencia primordial llega junto con la vida, así también como sus hechos implacables.
El instintivo y mudo consejo del miedo opera como un ángel custodio. Según la leyenda hebrea (Ginsburg V. 417) así como existen ángeles de Gracia y ángeles de Amor, existen también los ángeles del Miedo y del Temor.
La idea del miedo como ángel que instruye ha sido elaborada por el filosofo moderno Kemp-Smith poco tiempo antes de su muerte. Este ángel parece facilitar la comprensión de la vida en el mundo, aquello que yo llamo legitimación cósmica del miedo.
Esta comprensión se hace mas clara quizás en el budismo y en su Mudra, los gestos rituales de las manos, uno de los cuales, ampliamente difundido, se llama “No temer” , y se practica porque , según la explicación de un medico japonés , “El miedo es innato”, no solo en el hombre sino en todo lo que existe. Los pájaros, los animales de cada especie, los hombres, el sol, la luna, el mundo viven continuamente en el terror….es aquello que los budistas llaman “mundo pleno de miedo y terror.” M. Horiou Toki, "Si-do-in-dzou, Gestes de l´ Officiant", Ann.Museo Guimet, Bibl.d´Etudes, París, 1899.
La experiencia personal del miedo puede ser provocada por cualquier cosa, como afirma Spinoza .Si el miedo es un potencial, transmitido con los hechos del cosmos, entonces está secretamente presente en todas partes, los mundos (los mundos viven en el continuo terror). Cuando ustedes, yo o cualquier otra criatura sentimos imprevistamente la presencia del miedo estamos sin preámbulos en contacto directo con el cosmos, presos de la verdad y la realidad según la cual todas las cosas cambian, todo pasa y nada puede ser considerado eterno.
La llave de acceso a la seguridad no esta representada por la previsibilidad calculada sino por los pequeños presagios del miedo. Porque consumimos y somos consumidos por el gran incendio de la existencia, el fuego de Heráclito, que cabalga los lentos, imperceptibles temblores de una tierra sacudida. En consecuencia, las plataformas de seguridad, los llamados al coraje moral, la combatividad represiva para tener a raya o controlado el miedo alejan nuestras facultades mentales del efectivo ángel de la guarda que nos sostiene, para citar a Kierkegaard, “temerosos, temblorosos y en libertad!”.
Libertad. Que extraño. Cada uno de nosotros sabe muy bien que el miedo aprisiona y paraliza, impidiendo el más simple movimiento, como cuando buscamos, en vano, pedir ayuda durante una pesadilla. Y sin embargo ese bloqueo momentáneo nos ofrece la primera libertad: Ser conciente de aquella negación total que los seres humanos han llamado “muerte”, que estamos destinados a nada menos que a la muerte, lo incomprensible desconocido. Esta negación, la muerte, representa la única necesidad: no hay ninguna obligaron ontológica sino aquella de morir. Ejemplos de este conocimiento, de aceptar que la última obligación sea la negación, y consecuencia de esta universal “implacable certeza”, son el héroe que desafía la muerte y el terrorista suicida, figuras radicalmente extremas.
En otras palabras, afrontamos el miedo del terrorismo y las catástrofes comprendiendo la psicología de la libertad, la libertad ligada a la negación, conferida por la negación y paradojalmente liberada por el miedo de la negación, como sugiere la famosa afirmación de Spinoza : “El hombre libre de cualquier cosa piensa en la muerte”.(E IV) O bien como escribe Kierkegaard “… Se debería vivir como si se estuviera ya muerto”.
En lugar de nombrar al Gran Incomprensible damos un nombre a las personas y a las cosas desconocidas. Ese vacío se llena de cosacos, albaneses, hebreos, armenios, serbios, turcos, árabes, africanos, legionarios franceses, marines americanos: un desfile infinito de imágenes enemigas que nuestra convicción ha denominado “mal”.
“La conciencia es prisionera de su propia trampa” , como dice Sartre, “porque el mundo que vive creyendo en eso es prisionero de su propia creencia”. “Si tengo miedo de algo, de alguien a quien la emoción ha conferido la cualidad de horrible, esto “horrible” esta ahora impregnando al objeto, en el corazón mismo de la cosa”.
Exactamente aquello que había dicho Aristóteles: “las personas definen el miedo como la expectativa del Mal”.
La historia del terror y del genocidio es la historia de éstos fantasmas representados literalmente, que se levantan del espantoso abismo del Incomprensible Innombrable. El verdadero miedo es aquel hacia la Nada. Como ha explicado Roosevelt en su máxima, no hay ninguna cosa a la cual temer. Y sin embargo, nombrando un enemigo, puedo ignorar que esta misma designación representa el mal de temer porque restringe el campo y empuja hacia acciones hostiles, confirmando entonces la descripción del fanatismo hecha por Santayana: “Reforzar los esfuerzos y perder de vista el objetivo”. En la ilusoria comodidad de la seguridad maníaca, pierdo la libertad.
Sin embargo este camino existencialista, con sus categorías de temor, angustia, la nada, no es la única manera de imaginar la relación entre miedo y libertad. Podemos también seguir al ángel legendario. Los ángeles son fantasías, voces aladas, mensajes (aggelos: mensajero griego) y según el diccionario de Oxford, son “más potentes e inteligentes que el ser humano”. Podemos imaginar a los ángeles como configuraciones de la imaginación que acompaña las emociones, las imágenes que vuelan en la mente en los momentos de miedo.
Cuando Kierkegaard relaciona el temor a la revelación de la libertad humana, podemos redefinir esta relación como la libertad conferida por el ángel del Temor, los mensajes alados de la imaginación. “La imaginación es la compensación de la naturaleza” ha dicho Goethe. Mas allá de la implacable certeza, que nos posee y paraliza nuestra naturaleza, esta la imaginación, la componente angélica del temor que puede liberar el alma de la magia de su cerramiento defensivo, permitiendo reconocer las convicciones como proyecciones, como imágenes de la propia imaginación.
Por eso el remedio de Amos Oz para el fanatismo, la principal fuente de miedo de la sociedad desde Timor Este a Sri Lanka oriental, de Rangoon a Darfur, hasta la metropolitana Londres o a Estados Unidos, es entonces la cura de la imaginación. Oz escribe: “Trato de mejorar nuestra capacidad de compenetrarme con el otro, a todos los niveles…. incluso en lo mas sencillo; imaginando al otro exactamente en el momento en el que creo que tengo razón al cien por ciento. Incluso cuando se tiene razón al ciento por ciento y el otro se ha equivocado en el ciento por ciento, también en ese momento es útil imaginar al otro” (How to Cure a Fanatic).
Es la libertad de la garantía de la creencia, de la rigidez de la proyección. Es la formula de Amos Oz, a través del vino envejecido con humildad, comenzando a conocer lo que ignoramos, de lo cual proviene el miedo. Imaginar otorga libertad ante la magia de la certeza, gracias al reconocimiento de que las convicciones se forman inicialmente como imágenes y son siempre imágenes, imagenes que han perdido las alas y han caído convirtiéndose en verdad. El aspecto angélico de los seres humanos es la imaginación sin límites.
Traducción:
AnaLuisa Primo, Silvia Lebrero, Silvia Tarragó
http://fcgjung.com.es/art_183.html
Autor: James Hillman
Roma, Septiembre 2008
“La única cosa a la que hay que tener miedo es al miedo mismo”. Esta máxima famosa, repetida cada vez durante cada crisis, después de cada catástrofe, fue pronunciada en 1933 por el presidente Franklin Roosevelt, al inicio de su primer mandato. Era su respuesta al colapso del sistema financiero (banca, mercado y empleo) y al miedo paralizante de la Gran Depresión. Esta simple frase infundió nueva esperanza.
¿Por qué? Se trata de un mecanismo retórico de banal optimismo o a lo mejor es un profundo “Koan”. Intentemos analizarlo.
Sobre todo, la afirmación evita afrontar los miedos presentes en ese momento, nombrándolos o revelándolos, cualquiera que sean y ubica la atención sobre el fenómeno del miedo en sí: el fenómeno, el concepto, la emoción que toma el nombre de “miedo”. Roosevelt afrontó la crisis con la psicología, llevando el ansia contagiosa de la sociedad americana al terreno de la psique.
Pretendo seguir el recorrido trazado por Roosevelt, preguntándome en primer lugar y en calidad de psicólogo, que lugar ocupa el miedo en la naturaleza humana, qué valor tiene para el alma y después , como psicólogo-filósofo, interrogarme sobre el lugar y valor que ocupa en el cosmos. Y si lo tiene, cuál es la legitimidad humana y cósmica del miedo.
La legitimidad del miedo está atestiguada por la biología evolucionista, demostrada por Darwin en su estudio de las emociones en el hombre y en los animales, analizada por la psicología fisiológica como “startle response” (respuesta alimento - sobresalto) y fight-or-reactions” (reacción de lucha o fuga) en un sujeto estimulado, y descrita por los psicólogos y filósofos , desde Aristóteles hasta William James, en términos de eventos fisiológicos universales, refiriéndose a esfínteres, circulación, extremidades, ojos, rodillas, expresiones faciales etc. Además al miedo le han atribuido un gran valor los moralistas, desde Platón (Leyes 791b)) hasta Emerson, por la función desempeñada en la superación del miedo, desde la virtud a la esperanza, el coraje y la disciplina estoica.
La ideología utópica, como las “Cuatro Libertades” proclamadas por Roosevelt, consideraba al ser libre de miedo un objetivo para la sociedad. Así pues, aquí no nos ocuparemos del análisis del comportamiento, de visiones antropológicas, morales o genéticas, ni del mapa del cerebro. Comenzaremos desde el nivel propuesto por Roosevelt: porque aquello a lo que debemos tener es al miedo mismo.
Antes de empezar, debemos reconocer en el miedo, su valor evidente en términos de supervivencia, su legitimación manifiesta.
A los niños les enseñamos a tener miedo, y no al contrario: miedo de los rayos, de los perros poco amigables y del tráfico. Sin el miedo caminaríamos tranquilamente en medio de los coches en hora punta, sin miedo estaríamos a la intemperie bajo una tormenta eléctrica , y sin miedo nos acercaríamos a un perro con aspecto amenazador para acariciarle la cabeza.
El miedo nos mantiene vivos y nos hace concientes del peligro. La autoconservación es la primera ley de la naturaleza, nos la han enseñado mucho tiempo antes que de este concepto hiciese un uso abusivo el darwinismo social, que puso la Ley al servicio de la tiranía económica y que posteriormente fue simplificada y brutalizada reduciéndola al “gen egoísta”. Sin embargo, la autoconservación es la primera legitimación del miedo.
Entonces, porque temer al miedo?? Evidentemente Roosevelt se refería a alguna cosa más importante, no a los peligros de los cuales el miedo nos protege, (el perro, el tráfico), sino al peligro representado por el miedo mismo.
Este peligro fue explicado por Jean Paul Sartre que escribe “La verdadera emoción, (por ejemplo el miedo)… está acompañada por la creencia. Las cualidades proyectadas sobre los objetos son tomadas como verdaderas” . Y además “La conciencia es prisionera de su propia trampa. Esto ocurre porque vive el mundo (por ej. mediante el miedo) creyendo en eso, y queda prisionera de su propia creencia “… las cualidades que la emoción confiere al objeto y al mundo, las confiere “ad aeternum” .
Si tengo miedo de algo, de alguien, a quien la emoción le confirió la cualidad de horrible (por ej. un terrorista suicida, un bandido enmascarado, un policia en uniforme o un soldado con un arma automática), esto “horrible”, está ahora dentro de la cosa, en el corazón de la cosa…. De este modo una cualidad poderosa y definitiva de la cosa se revela a nosotros mediante la emoción. Y esto es lo que supera y sostiene nuestro (miedo) emoción.
Los eventos fisiológicos que son esenciales para el miedo (por ej. cuando una inmigrante apenas llegada encuentra un grupo de jóvenes varones blancos en la esquina oscura de una calle y se le hiela la sangre en las venas, el estomago se le contrae y no puede respirar) son una demostración , no de la verdad de sus percepciones relativas a los hombres y de sus malos presentimientos, sino de la realidad verdadera del miedo, esto que Sartre llama “lo serio” de la emoción : las emociones ejercitan un poder innegable sobre el alma, cualquiera que sean las causas que la provocan.
Spinoza aclara la naturaleza de estas convicciones que raptan la conciencia en el instante en que se tiene miedo. No es la pura y simple percepción del miedo en cada esquina oscura en sí, sino, como escribe: “Si consideramos que podría suceder algo malo, esta forma entra en nuestra alma y la llamamos miedo”.
El toma las observaciones de Aristóteles sobre el coraje (Ética Nicómaca l115 a 10): “La persona además define el miedo como la expectativa del mal”. Porque “las cosas que tememos son cosas terribles y son… malas”.
El miedo cree que su objeto es espantoso. El objeto en si podría no ser espantoso, horrible, amenazante, porque como afirma Spinoza “cualquier cosa puede provocar miedo” . Exactamente como el deseo considera su propio objeto deseable, el disgusto considera su propio objeto asqueroso y repugnante, del mismo modo se comportan el odio, la envidia, etc. El mundo se transforma en los males que la creencia del miedo le ha conferido. Sartre considera” mágica” esta transformación. Una magia que nosotros conocemos muy bien por habernos enamorado, haber sentido celos y sospechas, odio criminal, envidia obsesiva.
Las palabras claves son “aquello que podría suceder”, “previsión” y como escribe Sartre “lo horrible no es solo el estado actual de la cosa (aquel rayo, el perro que avanza, el trafico frenético) lo horrible (la “expectativa del mal”) esta impregnado de futuro; se extiende hacia todo el futuro , y lo oscuro es una revelación del significado del mundo”.
Estamos en un mundo de premoniciones mágicas, oscuras advertencias, suposiciones: todas basadas en el futuro. El miedo proyecta consecuencias que “podrían” fácilmente suceder, y sin embargo podrían , al contrario, ser completamente imaginarias (el perro me arrancará la garganta, el rayo me fulminará, seré atropellado por un coche ). La psicología clínica habla de “proyecciones”. La psicopatología usa los términos ilusión, manía, paranoia.
En consecuencia, una emoción no solo confiere solidez, sustancia y representa fielmente las cualidades del objeto del que tengo miedo; además, creer en esta cualidad me empuja a la acción. El filosofo británico Bertrand Rusell, en su análisis de las creencias afirma que “un contenido se considera creído o aceptado, cuando nos empuja a actuar.
Personificamos nuestras convicciones. Nuestras acciones derivan de aquello en lo cual creemos y nos moldean .Cuanto mas fuerte es la convicción la acción toma mayor iniciativa, más nos sentimos motivados y nuestra visión se hace mas segura, justificada y concentrada. Citando nuevamente a Sartre: “creer supera y sostiene nuestra emoción”, sugiriendo que si la convicción pudiera ser eliminada, el miedo aflojaría su presión aterrorizante.
Cuando Aristóteles afirma que el miedo “une a los enemigos” Política 1304 b23) y “ayuda a preservar el Estado”(1308 a 26) se refiere probablemente a los momentos espontáneos de cohesión social que se verifican después de una catástrofe, cuando una corriente positiva de asistencia recíproca se difunde entre los ciudadanos de un Estado, Pero la corriente puede ser también de tipo hobbesiano; puede actuar negativamente transformando a los individuos en sospechosas unidades aisladas (sospechosos mutuos), el uno contra el otro. En consecuencia, el Estado no puede basarse en el temor en cuanto a tal; debe difundir convicciones que “superen y sostengan la emoción” con el fin de unificar el Estado. El Estado sistematiza y refuerza las convicciones con la propaganda de cosas espantosas inventadas con el fin de conservar la fuerza motriz del miedo. De este modo el Estado legitima el miedo y se legitima como protector del mismo miedo que refuerza. En vez de ciudadanos, tenemos la masa (Canetti) y la acción que deriva de la convicción de la masa.
Hemos llegado al punto en que podemos re-formular la afirmación de Roosevelt: “A lo único que debemos tener miedo es a las convicciones del miedo”.
No os dejes encantar por vuestros malos presentimientos. No dejeis que vuestro mundo se transforme en los males proyectados por vuestro miedo. La pérdida de la casa, del trabajo, la productividad; el Banco que os quita los ahorros, requisitos por ley y coberturas de débito, el gobierno que no es capaz de ayudaros y nadie a quien a dirigirse… Roosevelt no tuvo en cuenta estos problemas reales, no dio pie a confirmar la paranoia y afrontó estos males como imaginarios, como proyecciones.
Sí, creer en lo que está por suceder, en el futuro, desde lo que el miedo esta proyectando es serio, porque lo sentimos con un nudo en el estomago, nos notamos los pies fríos o nos quedamos lívidos y , aunque es reafirmado y confirmado en masa , hay que recordar que se trata de una magia, la magia del creer.
Permítanme, para concluir, entrar por otro camino para tratar de llegar a la comprensión de una manera diferente, preguntando de nuevo cual es la importancia del miedo y por qué ante todo, se encuentra en el alma humana. Cual es su status para el alma, su sentido y su fundamental legitimación.
Mi siguiente máxima viene de una poetisa y autora de novelas contemporáneas, Mermer Blakeslee, que ha estudiado el miedo concretamente y muy de cerca, en calidad de jefa instructora del equipo nacional olímpico de esquí: aquellos individuos que se lanzan hacia abajo por la pendiente hacia la victoria o hacia gravísimas lesiones. En la conclusión de su estudio del miedo al límite extremo escribe: “Es el miedo quien exprime, desde nuestras limitaciones, el vino envejecido de la humildad, mientras afrontamos las implacables certezas del mundo”.
El miedo está implantado en nuestros corazones y músculos (hoy la definición correcta sería “informaciones” contenidas en nuestros “genes”)- como una suerte de reconocimiento – el reconocimiento de la humildad “frente a las implacables certezas del mundo”.
El “vino envejecido de la humildad” es la sabiduría esencial enseñada ya sea por la tradición hebraica como por la helénica. “"El temor de Dios es el inicio del conocimiento” (daath), ya esta escrito en los Proverbios y se manifiesta también como mensaje principal de la épica y de la tragedia griega clásica. El miedo estimula la humildad humana que salva de la hybris.
La relación con las certezas implacables, los dioses no estaban representados por el amor sino por la humildad, permaneciendo dentro de los confines mortales, retrayéndose en el movimiento físico primordial que lleva a la reflexión (reflectere, plegarse hacia adentro).
Decimos así: El miedo es la prudencia primordial, la sabiduría de la premonición animal a nivel celular. La restricción del perímetro equivale a permanecer dentro de los límites y esta prudencia primordial llega junto con la vida, así también como sus hechos implacables.
El instintivo y mudo consejo del miedo opera como un ángel custodio. Según la leyenda hebrea (Ginsburg V. 417) así como existen ángeles de Gracia y ángeles de Amor, existen también los ángeles del Miedo y del Temor.
La idea del miedo como ángel que instruye ha sido elaborada por el filosofo moderno Kemp-Smith poco tiempo antes de su muerte. Este ángel parece facilitar la comprensión de la vida en el mundo, aquello que yo llamo legitimación cósmica del miedo.
Esta comprensión se hace mas clara quizás en el budismo y en su Mudra, los gestos rituales de las manos, uno de los cuales, ampliamente difundido, se llama “No temer” , y se practica porque , según la explicación de un medico japonés , “El miedo es innato”, no solo en el hombre sino en todo lo que existe. Los pájaros, los animales de cada especie, los hombres, el sol, la luna, el mundo viven continuamente en el terror….es aquello que los budistas llaman “mundo pleno de miedo y terror.” M. Horiou Toki, "Si-do-in-dzou, Gestes de l´ Officiant", Ann.Museo Guimet, Bibl.d´Etudes, París, 1899.
La experiencia personal del miedo puede ser provocada por cualquier cosa, como afirma Spinoza .Si el miedo es un potencial, transmitido con los hechos del cosmos, entonces está secretamente presente en todas partes, los mundos (los mundos viven en el continuo terror). Cuando ustedes, yo o cualquier otra criatura sentimos imprevistamente la presencia del miedo estamos sin preámbulos en contacto directo con el cosmos, presos de la verdad y la realidad según la cual todas las cosas cambian, todo pasa y nada puede ser considerado eterno.
La llave de acceso a la seguridad no esta representada por la previsibilidad calculada sino por los pequeños presagios del miedo. Porque consumimos y somos consumidos por el gran incendio de la existencia, el fuego de Heráclito, que cabalga los lentos, imperceptibles temblores de una tierra sacudida. En consecuencia, las plataformas de seguridad, los llamados al coraje moral, la combatividad represiva para tener a raya o controlado el miedo alejan nuestras facultades mentales del efectivo ángel de la guarda que nos sostiene, para citar a Kierkegaard, “temerosos, temblorosos y en libertad!”.
Libertad. Que extraño. Cada uno de nosotros sabe muy bien que el miedo aprisiona y paraliza, impidiendo el más simple movimiento, como cuando buscamos, en vano, pedir ayuda durante una pesadilla. Y sin embargo ese bloqueo momentáneo nos ofrece la primera libertad: Ser conciente de aquella negación total que los seres humanos han llamado “muerte”, que estamos destinados a nada menos que a la muerte, lo incomprensible desconocido. Esta negación, la muerte, representa la única necesidad: no hay ninguna obligaron ontológica sino aquella de morir. Ejemplos de este conocimiento, de aceptar que la última obligación sea la negación, y consecuencia de esta universal “implacable certeza”, son el héroe que desafía la muerte y el terrorista suicida, figuras radicalmente extremas.
En otras palabras, afrontamos el miedo del terrorismo y las catástrofes comprendiendo la psicología de la libertad, la libertad ligada a la negación, conferida por la negación y paradojalmente liberada por el miedo de la negación, como sugiere la famosa afirmación de Spinoza : “El hombre libre de cualquier cosa piensa en la muerte”.(E IV) O bien como escribe Kierkegaard “… Se debería vivir como si se estuviera ya muerto”.
En lugar de nombrar al Gran Incomprensible damos un nombre a las personas y a las cosas desconocidas. Ese vacío se llena de cosacos, albaneses, hebreos, armenios, serbios, turcos, árabes, africanos, legionarios franceses, marines americanos: un desfile infinito de imágenes enemigas que nuestra convicción ha denominado “mal”.
“La conciencia es prisionera de su propia trampa” , como dice Sartre, “porque el mundo que vive creyendo en eso es prisionero de su propia creencia”. “Si tengo miedo de algo, de alguien a quien la emoción ha conferido la cualidad de horrible, esto “horrible” esta ahora impregnando al objeto, en el corazón mismo de la cosa”.
Exactamente aquello que había dicho Aristóteles: “las personas definen el miedo como la expectativa del Mal”.
La historia del terror y del genocidio es la historia de éstos fantasmas representados literalmente, que se levantan del espantoso abismo del Incomprensible Innombrable. El verdadero miedo es aquel hacia la Nada. Como ha explicado Roosevelt en su máxima, no hay ninguna cosa a la cual temer. Y sin embargo, nombrando un enemigo, puedo ignorar que esta misma designación representa el mal de temer porque restringe el campo y empuja hacia acciones hostiles, confirmando entonces la descripción del fanatismo hecha por Santayana: “Reforzar los esfuerzos y perder de vista el objetivo”. En la ilusoria comodidad de la seguridad maníaca, pierdo la libertad.
Sin embargo este camino existencialista, con sus categorías de temor, angustia, la nada, no es la única manera de imaginar la relación entre miedo y libertad. Podemos también seguir al ángel legendario. Los ángeles son fantasías, voces aladas, mensajes (aggelos: mensajero griego) y según el diccionario de Oxford, son “más potentes e inteligentes que el ser humano”. Podemos imaginar a los ángeles como configuraciones de la imaginación que acompaña las emociones, las imágenes que vuelan en la mente en los momentos de miedo.
Cuando Kierkegaard relaciona el temor a la revelación de la libertad humana, podemos redefinir esta relación como la libertad conferida por el ángel del Temor, los mensajes alados de la imaginación. “La imaginación es la compensación de la naturaleza” ha dicho Goethe. Mas allá de la implacable certeza, que nos posee y paraliza nuestra naturaleza, esta la imaginación, la componente angélica del temor que puede liberar el alma de la magia de su cerramiento defensivo, permitiendo reconocer las convicciones como proyecciones, como imágenes de la propia imaginación.
Por eso el remedio de Amos Oz para el fanatismo, la principal fuente de miedo de la sociedad desde Timor Este a Sri Lanka oriental, de Rangoon a Darfur, hasta la metropolitana Londres o a Estados Unidos, es entonces la cura de la imaginación. Oz escribe: “Trato de mejorar nuestra capacidad de compenetrarme con el otro, a todos los niveles…. incluso en lo mas sencillo; imaginando al otro exactamente en el momento en el que creo que tengo razón al cien por ciento. Incluso cuando se tiene razón al ciento por ciento y el otro se ha equivocado en el ciento por ciento, también en ese momento es útil imaginar al otro” (How to Cure a Fanatic).
Es la libertad de la garantía de la creencia, de la rigidez de la proyección. Es la formula de Amos Oz, a través del vino envejecido con humildad, comenzando a conocer lo que ignoramos, de lo cual proviene el miedo. Imaginar otorga libertad ante la magia de la certeza, gracias al reconocimiento de que las convicciones se forman inicialmente como imágenes y son siempre imágenes, imagenes que han perdido las alas y han caído convirtiéndose en verdad. El aspecto angélico de los seres humanos es la imaginación sin límites.
Traducción:
AnaLuisa Primo, Silvia Lebrero, Silvia Tarragó
http://fcgjung.com.es/art_183.html
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