Cuando veo el mundo a través de mi herida de abandono, todo se torna oscuro, helado e incierto. Las capacidades adultas se desdibujan, la fortaleza se me escapa y la indefensión se apodera de mi cuerpo, convirtiéndome en una niña que espera, en vano, que la calmen, que la salven, que la tomen en brazos y ahuyenten su interminable miedo. Cuando oigo, desde la experiencia devastadora que es el rechazo, las palabras se desdibujan y sólo escucho “no eres importante”, “si fueras especial te hubiese elegido”, “si valdrías algo me habría quedado”, “no te quiero”. Entonces pongo distancia, cierro puertas y refuerzo candados, física y emocionalmente me alejo. Para protegerme de sentirme no querida, me transformo en la guerrera, la que todo lo puede, la que salva, rescata y resuelve sin ayuda, sin descanso, sin registro alguno de su agotamiento. Me refugio bajo una coraza de ultra-independencia, porque la niña que vive en mí no se siente segura sin la ilusión de control que me da el tener ...