Aprendió a muy temprana edad a complacer a quienes la rodeaban. Siempre educada y buena, incluso en detrimento de su propio espíritu. Aprendió quién tenía que ser y cómo tenía que comportarse. Prefiere sacrificar su propia felicidad para pasar desapercibida. La palabra NO, no está en su vocabulario, por lo que aprendió a decir siempre que SI. Siempre preocupada por lo que otras personas piensan y dicen, angustiada por el rechazo, los otros son el barómetro de su “buenísmo”. Los otros, son el espejo donde ella se mira. Y una perpetua sonrisa en su cara, que sólo recuerda su profunda tristeza. Nuestro mayor miedo, de niñas, fue sentir que perdíamos el vínculo, con cualquiera de nuestras figuras de cuidado. El vínculo garantiza nuestra supervivencia física y emocional. Si nos silenciaron, aprendimos que para no perder el vínculo, tengo que silenciar mi voz, mi verdad y quien soy para no incomodar; Si mis sentimientos no fueron tenidos en cuenta ni eran importantes, aprendí a disocia...